19 JUIN 2016 Mortalidad infantil La lotería de nacer en África Las posibilidades de un bebé africano de alcanzar los 5 años dependen de que supere enfermedades tratables y curables en otros lugares del mundo. Cinco millones de niños mueren en África al año antes de cumplirlos. Una lotería injusta que viene determinada por el lugar de nacimiento. José Luis Toledano {{^data.noClicksRemaining}} Pour lire cet article inscrivez-vous gratuitement ou abonnez-vous Déjà enregistré? Se connecter INSCRIVEZ-VOUS POUR LIRE {{/data.noClicksRemaining}} {{#data.noClicksRemaining}} Vous n'avez plus de clics Souscrire {{/data.noClicksRemaining}} La maternidad del centro de salud de Sedje Denou está situada en una zona rural a un centenar de kilómetros al norte de Porto-Novo, la capital de Benín. Es un edificio pequeño, modesto, de una sola planta y un par de estancias, sin electricidad ni agua corriente. Una de las salas se utiliza para la gestión administrativa, pero en ella también se realizan curas y se suministran vacunas; la otra es el paritorio. En el pasillo, corto y oscuro, cuatro mujeres en estado de avanzada gestación permanecen tumbadas en el suelo o en estrechos bancos de madera esperando su momento. En la sala de partos hay dos camillas frágiles, viejas y oxidadas separadas por un biombo de madera. Una de ellas está ocupada por una joven a punto de dar a luz. Las ventanas están abiertas y varias personas entran y salen indiferentes de la estancia. Ante las muestras de dolor de la muchacha, la matrona que la atiende le grita con aspereza: «¡Vamos, no seas débil!», mientras la inminente madre resopla, gime y empuja. Unos minutos después nace Odou, una niña de poco peso. La joven madre, primeriza, sonríe al verla fuera de su vientre colgando boca abajo y asida de los tobillos firmemente por la mano de la matrona. Pregunta el sexo del bebé y exclama aliviada: «¡Gracias, Jesús, porque todo ha ido bien!». Tras exhalar unos gemidos débiles y agudos, Odou reposa silenciosa sobre el vientre de su madre el tiempo que tardan en terminar de cortar el cordón umbilical. Después de lavarla con agua hervida en una tetera, cubrirla de polvos de talco y ungirla de crema, envuelven a la recién nacida en una tela africana de colores vivos, que la madres traen consigo al venir a dar a luz, y la colocan en una repisa a la espera de un primer reconocimiento. Mientras, la joven se incorpora dolorida de la camilla ayudada por un auxiliar y se tiende sobre una estera en el suelo para terminar de recuperarse antes de irse a casa. No hay tiempo ni sitio para una estancia más prolongada. Otras parturientas esperan. La mayoría llegan solas a la maternidad, dan a luz y regresan horas después a sus hogares con el bebé amarrado al pecho. Sin más protocolo sanitario ni ritual tradicional, sin más equipamiento médico que el básico y rudimentario –unas tijeras y los guantes profilácticos que lleva la partera–, sin un doctor cualificado, que únicamente pasa por el centro cada dos semanas, y este día no toca, un bebé más ha nacido en África. Es en este continente donde se produce una cuarta parte de todos los nacimientos del mundo. Prácticamente uno cada segundo. Pero también donde se registran la mitad de las muertes de niños y embarazadas. Las cifras, abrumadoras. Según la organización humanitaria norteamericana Population Service International (PSI), tres millones de niños mueren en el mundo cada año antes de cumplir el primer mes de vida, y otros tantos nacen muertos. Infecciones, asfixia y parto prematuro suponen la gran mayoría de las muertes neonatales. Cuatro de cada cinco de estos fallecimientos son prevenibles y tratables. El simple uso, con un coste mínimo, de antisépticos para desinfectar el cordón umbilical evitaría muchas de estas defunciones en los primeros días de vida. Odou y su madre son afortunadas, ya que buena parte de los bebés africanos nace en sus casas de poblados remotos o en medio del campo sin asistencia cualificada y sin las medidas de higiene más elementales. En el país de la recién nacida Odou, Benín, fallecen 56 niños de cada mil nacidos vivos y 41 mujeres mueren al dar a luz por cada 10.000 alumbramientos. Esa ha sido la gran suerte de Odou. También su desdicha: nacer en África, porque a partir de ahora sus posibilidades de supervivencia hasta que cumpla 5 años dependerán de que supere diarreas, malnutrición, malaria, neumonía, contagio materno del VIH y otras dolencias. Cada año mueren en África alrededor de cinco millones de niños, 14.000 cada día, de enfermedades curables que en otras regiones del mundo ya no son letales. La organización humanitaria Save the Children lo lamenta: «Esta injusta lotería del nacimiento infringe el derecho de cada niña y cada niño a que pueda comenzar a transitar por la vida en condiciones de igualdad». «Siempre comenzábamos nuestras charlas diciendo: ‘Cada año mueren en el mundo doce millones de niños menores de 5 años’. Ahora son menos de siete millones», recuerda Pedro Alonso. El inmunólogo español, reconocido mundialmente por sus investigaciones para lograr una vacuna que erradique el paludismo, es el actual director del Programa Mundial de Malaria por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y el fundador del Centro de Investigación de Salud de Manhiça (CISM) en Mozambique. Alonso, que ha llevado a cabo gran parte de su trabajo en África buscando las claves de la mortalidad de los grupos de población más vulnerables –niños y mujeres embarazadas– se pregunta si existe el peligro de pensar que con esta disminución de la mortalidad infantil la labor ya está concluida. «No, sigue habiendo siete millones de muertes anuales, que no deberían ocurrir», se responde. «Seguimos teniendo enormes retos: no tenemos una buena vacuna contra la tuberculosis, no tenemos todavía una buena vacuna contra la malaria, y las muertes maternas siguen siendo inaceptables». A menudo se habla de África como si se tratara de un país, uniformando un enorme territorio diverso y heterogéneo donde viven cerca de 1.200 millones de habitantes. Las diferencias pueden ser notables de un estado a otro. No obstante, las cifras de los índices de desarrollo humano de la mayoría de los países del continente tienen mucho en común: se encuentran entre las más deprimidas del mundo. África es la región con la esperanza de vida más baja. La mayoría de los bebés africanos no cumplirá los 50 años, aunque si nacen en países como Suazilandia, Chad o Guinea-Bissau posiblemente ni siquiera superen los 45. Sin embargo, se ha progresado mucho desde que comenzó el siglo XXI. Hace tan solo una década, buena parte de sus habitantes incluso vivían diez o doce años menos. A diferencia de la envejecida Europa, el continente africano es inmensamente joven y escasean los ancianos, al menos respecto a la edad. Solo un 5% tiene 60 años o más, y casi la mitad de la población está por debajo de los 14. El subdesarrollo, la pobreza y las enfermedades repetidas –y en otras regiones, también la guerra– imposibilitan a una buena parte de la población el acceso a los servicios básicos de salud. Casi la mitad de los africanos sobreviven con menos de un dólar al día. Las disparidades entre los más de 750 millones que viven en las zonas rurales y la población urbana, que apenas representa un tercio del total, son enormes. No obstante, vivir en las ciudades ya no es sinónimo de progreso. Los suburbios de las principales urbes del continente se han convertido en focos de hacinamiento, enfermedad y pobreza para millones de personas. Un informe de la organización no gubernamental inglesa Save the Children señala que, a pesar del importante progreso en la reducción de la mortalidad infantil en todo el mundo, en demasiados países la desigualdad es cada vez más pronunciada, incluso dentro del mismo territorio, respecto a los diferentes grupos económicos, étnicos y sociales. Y asegura que «perseguir un camino justo hacia la reducción de la mortalidad infantil permite acelerar el progreso un promedio de un 6% en el transcurso de diez años». Ese eje de salud-pobreza provoca una terrible ecuación, según Pedro Alonso: cuanto más pobre eres, más enfermas. Cuanto más enfermas, más pobre te haces. «La mejora de la salud, además de un elemento de equidad y de justicia, es también una estrategia de desarrollo económico social. Si no consigues mejorar la salud de las poblaciones, difícilmente se van a desarrollar», sostiene. La batalla contra la desnutrición. En el hospital rural de Gbemotin, al sur de Benín, un bebé ha nacido con problemas respiratorios. Envuelto en una tela estampada sobre una encimera de baldosines blancos espera a ser reconocido por un médico. A pesar de contar con asistencia médica, no supera su dolencia y fallece a las pocas horas. Trece de cada mil nacidos vivos en el continente murieron en 2015 por distintas afecciones respiratorias. La neumonía es una enfermedad prevenible y tratable si se coge a tiempo, pero acaba siendo una de las principales causas de muerte entre menores de cinco años. De los dos millones de niños que mueren al año por enfermedades respiratorias, la gran mayoría se encuentra en África subsahariana y Asia. Conforme manifiestan organismos internacionales y organizaciones humanitarias, basta con un diagnóstico precoz y el uso de antibióticos para reducir la mortalidad. Para ayudar a rebajar esas cifras, las autoridades sanitarias de la mayoría de los países en vías de desarrollo promueven la lactancia materna exclusiva durante los primeros seis meses. Según Unicef, los niños que la reciben tienen catorce veces menos probabilidades de morir durante el primer medio año de vida por infecciones respiratorias, diarrea y otras enfermedades que los no amamantados. Los responsables de salud pública también intentan infundir en la población medidas como la reducción de la contaminación del aire interior de las viviendas, donde los niños respiran el humo nocivo de la combustión del carbón y otros combustibles utilizados para cocinar, así como el hábito del lavado de manos con jabón. Ambas evitarían muchos contagios y ayudarían a disminuir las muertes por afecciones pulmonares. El hospital de Gbemontin tiene hoy programado día de control del peso como parte del programa de salud materno-infantil puesto en marcha por el Gobierno de Benín. Las madres llegan a primera hora de la mañana acompañadas por sus hijos desde comunidades alejadas tras largos trayectos a pie o en transportes deficientes y abarrotados. La mayoría, mujeres muy jóvenes con un bebé a la espalda y rodeadas por otros tantos hijos de corta edad, aguardan pacientemente en el exterior de la sede a que el personal sanitario comience el reparto de los saquitos de nutrientes. Cada mujer africana tiene un promedio de cinco hijos, aunque en Niger y Mali la media es de siete. La desnutrición es otra de las principales causas de mortalidad infantil. Afecta a más de 20 millones en todo el mundo y causa un millón de muertes anuales. Solo en 2015 más de 250.000 niños murieron por esta razón en África. Además, una dieta deficiente provoca en muchísimos críos discapacidad física y mental. En Benín la sufre el 20% de los niños hasta los 5 años y la mala nutrición de las mamás embarazadas motiva que el 15% de los bebés nazca con bajo peso. Además de saquitos de micronutrientes para sus hijos, el centro de salud registra a madres y embarazadas la tensión arterial, comprueba su estado y les entregan hierro, ácido fólico, suplementos y multivitaminas. También les enseñan a cocinar de manera apropiada y con alimentos que proporcionen los nutrientes necesarios, tanto en cantidad como en calidad, para evitar dar a luz bebés con bajo peso. La desnutrición no es solo el resultado de la escasez de alimentos sino una más de las consecuencias de la pobreza, que limita las posibilidades de desarrollo de la mayoría de los habitantes de África subsahariana y es también la responsable de enfermedades constantes, del acceso inadecuado a los servicios de salud y al agua no potable y de la falta de acceso a servicios de saneamiento aceptables. Las enfermedades diarreicas causadas por estas razones y las malas prácticas higiénicas continúan siendo uno de los principales motivos del 14% de las muertes de niños menores de 5 años en todo el mundo y del 11% de los recién nacidos. Apenas la mitad de los menores de Benín reciben rehidratación oral y alimentación continuada cuando sufren diarrea, un dato que bien puede servir para otros muchos países africanos. En el hospital de Tohoué, en Ouinhi, como en otros centros sanitarios del país se llevan a cabo campañas de vacunación contra la diarrea, la neumonía y la malaria, las tres principales enfermedades infantiles que azotan el continente. Hace diez años, 300 millones de personas en el mundo tenían malaria y cada treinta segundos moría un niño. En algunas partes de Mozambique, nueve de cada diez menores de 5 años estaba infectado con el plasmodium, el parásito que penetra en el cuerpo humano a través de la picadura del mosquito anopheles y causa la enfermedad. Hoy, casi la mitad de la población mundial continúa expuesta a la malaria. Los más vulnerables siguen siendo una vez más niños y embarazadas. En 2014 hubo 200 millones de personas infectadas, de las que unas 600.000 fallecieron; el 90%, menores africanos. Otra variante apocalíptica, el sida, es también una de las principales causas de muerte en África subsahariana, donde se encuentran las tres cuartas partes de la población mundial que vive con el virus. De los cuarenta países del mundo con mayor tasa de incidencia en adultos, 35 son africanos. En lugares como Suazilandia, el 26% de la población está infectada, seguida de cerca por Botsuana, Sudáfrica y Zimbabue. Unos 80.000 africanos menores de cinco años murieron en 2015 por el VIH. Según Unicef, más de 20 millones de niños de África subsahariana son huérfanos por causa de la enfermedad, lo que supone el 80% de todos los niños del mundo huérfanos por el virus. Si bien Unicef recomienda la lactancia materna exclusiva durante los primeros seis meses para reducir el número de muertes infantiles, en países con altas tasas de incidencia, como Zimbabue, esta misma organización estima que los recién nacidos amamantados por madres infectadas con el VIH y con alimentación mixta tienen un riesgo tres o cuatro veces mayor de contraer el virus. Muchas de esas muertes se podrían evitar, aseguran trabajadores humanitarios y responsables de los programas de salud materno-infantil, estableciendo políticas de salud nacionales y reforzando el sistema de asistencia sanitaria. El acceso de la población, en especial la rural, a la atención médica ha aumentado considerablemente en África en la última década. Sin embargo, todavía sigue siendo escasa. Los gobiernos emplean más dinero en sanidad –en torno al 4,6% del PIB, en el caso de Benín–, pero no se puede hacer milagros. El PIB del conjunto de África es de 3.682 dólares, lejos de los más de 27.000 de Europa. Mientras todavía algunos estados africanos carecen de un verdadero sistema sanitario nacional, otros lo han ido implantando en las últimas décadas gracias a millonarios programas costeados por instituciones internacionales y donantes extranjeros. Hasta hace unos años las políticas de salud pública no eran eficaces y estaban vacías de contenidos. Si bien existían pequeños centros de salud diseminados en zonas remotas del país, el empleado que lo atendía no solo no era médico ni tampoco tenía formación de enfermero. En la mayor parte de los casos era simplemente un auxiliar que había recibido un curso breve y se dedicaba a poner vacunas, con los riesgos que eso implica. En muchos países la situación ha mejorado apreciablemente, en otros todavía no ha conseguido despegar. Se ha incrementado la cantidad de médicos que se han formado y la cantidad de recursos disponibles, pero no los procesos de desarrollo. No obstante, sigue habiendo una gran escasez de médicos, enfermeras, matronas y trabajadores sanitarios cualificados en el continente. El propio Benín solo cuenta con siete médicos y 85 enfermeras y matronas por cada 100.000 habitantes. En otros países como Ruanda, Niger o Togo apenas hay unos pocos centenares y solo un puñado ejercen en zonas agrarias. El viejo sueño de muchos estudiantes de medicina, que iniciaban sus estudios con la mentalidad de ser médico rural para salvar vidas en un distrito abandonado del país, desaparece en la mayoría de los casos nada más concluirlos. «Los médicos son una élite social y quieren vivir en las ciudades y dar buena vida a sus hijos, como es normal», dice un cirujano español con muchos años de experiencia profesional en África. La población está fundamentalmente desasistida, principalmente en el campo. «De manera que las principales capitales del continente están saturadas de médicos que no ejercen, desempeñando todo tipo de trabajos clínicos, contratados en ONG, instituciones internacionales o en los ministerios de salud», donde reciben mejores salarios que ejerciendo la medicina clínica. Las autoridades sanitarias y organizaciones humanitarias que trabajan en África centran sus esfuerzos en la mejora de la calidad de vida materno-infantil. Sus estrategias pretenden dotar de una adecuada formación a cuidadores y personal sanitario y garantizar un servicio de salud integrado y rentable que cubra a la mayor población posible con el objetivo de reducir las principales causas de enfermedades de la infancia y su mortalidad. La organización Save the Children marca como objetivo para 2030, un mundo en el que ningún niño muera por causas prevenibles, independientemente de dónde se encuentre o quiénes sean sus padres: «Si no damos un gran paso adelante, la injusta lotería del nacimiento se perpetuará en el tiempo».