19 JUIN 2016 LA CAÍDA DE UN ÍDOLO No va de bicicletas, va de la vida El próximo miércoles se estrena la película «The Program» (El ídolo), del director Stephen Frears, que volverá a sacar a la palestra la controvertida figura de Lance Armstrong. El largometraje de ficción se centra en la investigación que desveló los métodos de dopaje a los que recurrió el ciclista texano, razón por la que fue desposeído de las siete victorias que logró en el Tour y suspendido de por vida. El film se suma así a la lista de trabajos inspirados en un Armstrong tan idolatrado por sus gestas deportivas y su lucha contra el cáncer como repudiado tras reconocer el fraude. Asier Aiestaran {{^data.noClicksRemaining}} Pour lire cet article inscrivez-vous gratuitement ou abonnez-vous Déjà enregistré? Se connecter INSCRIVEZ-VOUS POUR LIRE {{/data.noClicksRemaining}} {{#data.noClicksRemaining}} Vous n'avez plus de clics Souscrire {{/data.noClicksRemaining}} H ace más de dos años, concretamente el 17 de enero de 2013, OWN, el canal por cable de Oprah Winfrey, emite en horario de máxima audiencia una entrevista de la comunicadora más influyente de EEUU a Lance Armstrong, el siete veces ganador del Tour que apenas tres meses antes había sido desposeído de todos sus triunfos en la ronda gala y sancionado de por vida. «Contésteme sí o no, ¿ha consumido alguna vez sustancias prohibidas para mejorar su rendimiento como ciclista?». «Sí». «¿Era la EPO una de esas sustancias?». «Sí». «¿Ha recurrido alguna vez al dopaje sanguíneo o a transfusiones de sangre para mejorar su rendimiento como ciclista?». «Sí». «¿Ha utilizado alguna vez otras sustancias prohibidas como la testosterona, la cortisona o la hormona de crecimiento?». «Sí». «Utilizó sustancias prohibidas o el dopaje sanguíneo en los siete Tours que ganó?». «Sí». Con esas cinco respuestas, Lance Armstrong cerraba definitivamente una de las carreras deportivas más impactantes de la historia, que vuelve a estar de actualidad por el estreno en el Estado español de la película “The program”, dirigida por el inglés Stephen Frears (“Los timadores”, “Mary Reilly”, “The Queen”), y basada en el libro “Seven Deadly Sins”, escrito por el periodista irlandés David Walsh. El largometraje de ficción, con el actor estadounidense Ben Foster caracterizando a Lance Armstrong, cuenta la odisea de Walsh, enviado del “Sunday Times” al Tour e interpretado en el film por Chris O'Dowd, en su intento por demostrar las sospechas de dopaje que persiguieron al corredor texano desde el principio. “The Program” se suma así a la larga lista de trabajos tanto escritos como audiovisuales que ha inspirado la intensa carrera de Lance Armstrong: desde la primera autobiografía escrita con la ayuda de Sally Jenkins, “It’s not about the bike” –cuya traducción al castellano se tituló “Mi vuelta a la vida”–, que relata su lucha contra el cáncer de testículo detectado en 1996 y el camino a su primera victoria en el Tour, hasta el controvertido documental estrenado por Daniel Gibney en 2013, “The Armstrong Lie”, cuyo mensaje tuvo que variar radicalmente tras estallar el «caso Armstrong» en plena producción. El hecho es que un gran número de autores se ha interesado por la vida de un ciclista que reúne todos los ingredientes de una historia digna de ser contada. Un personaje poliédrico que, pese a la tentación de hacer lecturas simplistas –como la del propio Frears en algunas entrevistas que ha concedido para hablar sobre su película–, obliga a un análisis mucho más completo. Ejemplo de la lucha contra el cáncer. Porque la carrera de Lance Armstrong estará marcada para siempre por la lucha contra el cáncer. En lo personal, sin duda, porque al propio ciclista se le detectó en 1996 un cáncer con metástasis en pulmones y cerebro. Según ha reconocido el propio Armstrong en repetidas ocasiones, los médicos cifraron en un 40-50% las probabilidades de superar la enfermedad, pero el deportista nacido en Plano (Texas) no solo fue capaz de recuperarse, sino que se convirtió en uno de los mejores ciclistas de la historia, el único capaz de ganar siete Tours y hacerlo, además, de manera consecutiva. Esa experiencia personal le llevó a crear una fundación de lucha contra el cáncer, que luego adoptaría el nombre de Livestrong, y cuyo bagaje no es nada desdeñable: más de 500 millones de dólares recaudados desde su creación y más de 100.000 personas atendidas en diferentes programas de ayuda a pacientes y familiares. Asímismo, en el plano estrictamente deportivo, todos los expertos coinciden en que Armstrong fue un auténtico fuera de serie. Aunque sus siete victorias en el Tour lo eclipsaron todo, hablamos de un deportista que ganó el circuito estadounidense de triatlón sub19 con 16-17 años, campeón de EEUU de triatlón en modalidad sprint dos veces con 18 y 19 años, y que, tras pasar al ciclismo, empezó a sumar victorias desde el primer momento. De hecho, Armstrong tenía ya un palmarés envidiable para cuando se le detectó el cáncer. A saber: campeón del mundo en 1993 –uno de los corredores más jóvenes de la historia en conseguirlo–, segundo en Lieja y la Clásica de Donostia en 1994, victoria de etapa en el Tour y ganador en Donostia en 1995, y ganador de la Flecha Valona en 1996. Sus éxitos –tras reaparecer en la París-Niza de 1998, acabando cuarto la Vuelta España de ese año y, sobre todo, ganando sorpresivamente el Tour de 1999, un reinado que se prolongaría hasta 2005– son de sobra conocidos. Ese cocktail de deportista de éxito que logró superar un cáncer, con el añadido de que el protagonista provenía de un mercado tan apetecible como el estadounidense en una modalidad sin demasiado arraigo por aquellos lares, hizo que el impacto de la figura de Lance Armstrong llegara a límites jamás conocidos por el ciclismo profesional. Contratos millonarios con multinacionales como Nike u Oakley llevaron el deporte de los pedales a una nueva dimensión, un eco que se multiplicaba año tras año en la principal cita de la temporada, el Tour. La vuelta a la competición del norteamericano en 2009, tras anunciar su retirada en 2005, fue el mejor ejemplo de la expectación que creaba su figura. Precisamente, ese gran eco mediático mezclado con las dudas sobre la limpieza del ciclismo en general y de Armstrong en particular –cabe destacar que el «caso Festina» había explotado en 1998, solo un año antes de que Armstrong ganara su primer Tour– dio comienzo a la guerra personal del americano contra todo aquel que osara poner en duda sus logros. Frankie Andreu y su esposa Betsy, testigos en 1996 de una conversación en el hospital en la que Armstrong reconocía haber utilizado sustancias prohibidas; la masajista Emma O'Really, quien admitió haber colaborado en las prácticas dopantes del US Postal; y excompañeros de equipo como Floyd Landis o Tyler Hamilton, quienes reconocieron haber compartido esas prácticas con Lance, fueron objeto de todo tipo de acusaciones por parte de Armstrong. Situaciones que se reflejan en el film de Frears y que dieron paso a acusaciones e insultos graves que, vistos hoy en día, se convierten en aún más flagrantes. Amable y cruel al mismo tiempo. He ahí, pues, otro de los factores que hace de Armstrong un personaje fascinante: su aparente doble personalidad. Convertido durante años en adalid de la lucha contra el cáncer, fueron habituales imágenes de sus visitas a los hospitales en las que bromeaba con chavales enfermos. Su actitud en las carreras, en cambio, mostraba a un competidor nato capaz de hacer cualquier cosa por ganar, hasta el punto de ridiculizar a cualquier persona que no siguiera sus dictados. El mejor ejemplo fue lo ocurrido en el Tour de 2004. El corredor italiano Filippo Simeoni, quien había reconocido haber consumido EPO y otras sustancias recetadas por el doctor Michele Ferrari –médico que también llevaba a Armstrong en esa época y que juega un papel protagonista a su vez en la película–, había sembrado ciertas dudas sobre la limpieza del estadounidense. En la 18ª etapa, con el Tour totalmente decidido a favor de Armstrong, Simeoni intentó escaparse del pelotón, pero el propio Lance, saltándose todas las normas no escritas del ciclismo, salió del grupo para alcanzar al italiano, sin ninguna opción en la general, y frustrar cualquier tipo de victoria para Simeoni. Las risas del texano servían para dejar claro lo que le esperaba a cualquier compañero que se atreviera a poner en duda la limpieza de sus triunfos. En la entrevista de Oprah Winfrey, preguntado al respecto, Armstrong relacionaba ese tipo de comportamientos con su infancia, en la que su madre soltera le inculcó la necesidad de «luchar» para salir adelante en la vida. «Crecimos como luchadores. Mi madre era joven cuando me tuvo. No sé si era totalmente así, pero sentíamos que estábamos contra las cuerdas continuamente. Mi madre siempre fue, y sigue siendo, una luchadora. En cuanto a mí, diría que antes del diagnóstico era competitivo, pero no de una manera tan feroz. Pero creo que el proceso me convirtió en una persona capaz de hacer cualquier cosa por ganar. Tras la diagnosis y durante el tratamiento dije ‘haré cualquier cosa para sobrevivir’, y esa actitud la llevé también al ciclismo». «Sobrevivir» y «superviviente» fueron dos palabras muy repetidas por Lance durante su carrera, y se puede decir que el norteamericano estuvo a un tris de sobrevivir también a todas las acusaciones de dopaje. Pese a los cientos de controles dentro y fuera de competición, pese al estrechísimo marcaje al que le sometieron todas esas personas incrédulas sobre su rendimiento, lo cierto es que Armstrong no dio positivo nunca. O casi nunca, ya que existe un supuesto positivo por cortisona de 1999 que, según el corredor y Emma O'Really, el propio presidente de la UCI en la época, Hein Verbruggen, se encargó de silenciar para no manchar aún más la reputación del ciclismo y de Armstrong. Verbruggen siempre lo ha negado, pero es cierto que una serie de donaciones económicas de Armstrong a la UCI «para mejorar en la lucha contra el dopaje» han alentado la hipótesis de algún acuerdo entre el ciclista y la UCI. Ni el detallado relato de Floyd Landis en 2010 sobre las prácticas de dopaje en los años en los que compartieron equipo sirvieron para que hubiera sanción alguna para Lance, en otro proceso que volvió a poner en duda la voluntad real de las autoridades a la hora de investigarle. Así pues, el estallido definitivo no llegó hasta que la USADA, la Agencia Antidopaje de Estados Unidos, decidió tomar cartas en el asunto, ya en 2011, once años después de que Armstrong ganara su primer Tour. El proceso incluía un total de 26 testimonios, 11 de ellos de excompañeros de Lance Armstrong que, a cambio de esa colaboración, vieron reducidas sus sanciones a la mínima expresión –es llamativo el caso de Tom Danielson, cuya sanción se limitó a seis meses entonces y dio positivo por testosterona el pasado verano con 37 años–. Armstrong, en cambio, optó por no involucrar a más personas en su confesión, algo que algunos entendieron como una nula intención de colaborar, mientras que otr0s aplaudieron como un modo de asumir personalmente lo sucedido. Con todos sus patrocinios cancelados y separado ya de Livestrong, se ponía fin a una larga historia que, tal y como diría Armstrong, no habla de bicicletas, sino de la vida.