21 AOûT 2016 Chipre: Una isla y muchas esperanzas partidas en dos El año pasado comenzó un nuevo proceso de reunificación en la isla, partida en dos desde 1974. La optimista imagen que muestran los políticos contrasta con la de dos comunidades que siguen viendo la influencia turca como el mayor de los obstáculos o como una condición indispensable para llegar a un acuerdo. Miguel Fernández Ibáñez {{^data.noClicksRemaining}} Pour lire cet article inscrivez-vous gratuitement ou abonnez-vous Déjà enregistré? Se connecter INSCRIVEZ-VOUS POUR LIRE {{/data.noClicksRemaining}} {{#data.noClicksRemaining}} Vous n'avez plus de clics Souscrire {{/data.noClicksRemaining}} Divide y vencerás». Esta frase, atribuida a Julio César, pesa sobre la historia de Chipre. Tanto, que la reunificación de la isla aún es una quimera, aunque el estatus quo actual sea malo para todos. En este rincón al este del Mediterráneo pocos aventuran que el proceso de diálogo iniciado hace un año vaya a terminar con la partición de Chipre hace 42 años, allá por 20 julio de 1974. El escepticismo local contrasta con las desmesuradas muestras de optimismo de los presidentes, que parecen obviar las causas enquistadas que hicieron fracasar los cuatro procesos anteriores: la propiedad, el rol de Turquía, y el envío de colonos que modificaron la demografía de la isla y la desconfianza del pueblo grecochipriota, que en 2004 rechazó en referéndum el plan Annan. «Llevamos muchos años separados y harían falta otros 100 para que las comunidades se empezaran a juntar. No queremos que Turquía mantenga el derecho a intervenir, pero ellos no cederán. Es imposible que el proceso funcione. Nunca más estaremos juntos», sentencia Nikos Htisti, un grecochipriota de 50 años que vive en Karpaz, en la franja nororiental del país. «Necesitamos la paz, pero no sé si ocurrirá. Tienen que mostrar coraje. Nosotros nunca podremos volver a vivir con los grecochipriotas», se lamenta Erdinç Erdagli, quien perdió a su padre y a su tío en la masacre de Taskent. Los recuerdos de una década de escaramuzas permanecen anclados en la memoria colectiva chipriota, evitando el acercamiento entre ambas comunidades. Para Erdinç, el 15 de agosto de 1974 es una fecha imborrable. Ese día 83 turcochipriotas fueron masacrados por los milicianos de EOKA II, el grupo grecochipriota que perseguía unir la isla a Grecia. Erdinç, que hoy preside la asociación de mártires de Taskent, tenía ocho años cuando comprendió el significado del odio interétnico. Taskent –Dohni, en griego– era un pueblo situado en la región de Limasol, aunque tras la masacre fue trasladado al norte, a una villa abandonada por los grecochipriotas. El 14 de agosto los miembros de EOKA II juntaron en un colegio a todos los varones mayores de 14 años. La madre de Erdinç, Rahme, llora cuando recuerda el día en el que perdió a su marido: «A las 5 de la mañana se fue a alimentar a nuestros animales y luego volvió para hacernos el desayuno. Se fue a poner más agua a los animales. Yo me quedé en la puerta, porque en nuestro barrio había turcos y griegos y en otros pueblos estaban ya divididos por la tensión. Vi a mi marido llegar hasta el cementerio griego. Detrás iba Andriko Melani –a quien considera máximo responsable de la masacre–, que le paró, pero yo no pensé nada malo. Esperé, esperé y no volvía. Al día siguiente vi a Andriko y le pregunté qué había hecho con mi Hasan. Él dijo que estaba en la comisaría, pero todos estaban en un colegio griego. Fui allí, pero nadie abría la puerta. Toqué una ventana y pude intercambiar unas palabras con Hasan. Él preguntaba por sus hijos». Ese mismo día un autobús hizo dos viajes, con dos grupos diferentes, a dos lugares montañosos distintos. «Una semana más tarde supimos lo que ocurrió», recuerda Erdinç mientras observa las prendas que su padre vestía ese día. «Mire qué bien se conservan después de todos estos años», añade. El Comité de Personas Desaparecidas de la ONU lleva décadas trabajando para encontrar los restos que se perdieron en mitad del conflicto. Aún quedan los de 1.508 grecochipriotas y 493 turcochipriotas por hallar. En 2008 descubrieron el lugar en el que depositaron los cuerpos sin vida de 42 civiles de Taskent, entre ellos el del padre de Erdinç, Hasan. Seis años más tarde encontraron el segundo lugar. «Han mandado los restos de ADN a Estados Unidos y ojalá que antes de que acabe agosto todos nuestros mártires estén aquí», comenta Erdinç ante la lápida de su padre. Taskent es un ejemplo de las limpiezas étnicas acontecidas en ambos lados de la isla; un resumen de todo lo negativo de este conflicto. «El dolor de una madre grecochipriota no es menor que el nuestro. Quienes mataron a civiles griegos son igual de culpables que quienes mataron a los nuestros. Pero hay una diferencia, la mayor parte de los turcochipriotas que fueron asesinados eran civiles, mientras que los grecochipriotas desaparecidos eran soldados o guerrilleros», matiza Erdinç, defendiendo a los suyos. Rahme ha vuelto una vez al Taskent original. Allí los recuerdos de la masacre perduran, taladrando la conciencia de quienes miraron hacia otro lado mientras mataban a sus vecinos. «Se avergüenzan de lo que hicieron. Cerraron las puertas en cuanto nos vieron», dice en su casa junto a otras afectadas que asienten con la cabeza. Meryem M. Salih, que perdió a su padre, aún intenta comprender cómo dos comunidades que convivían acabaron así: «En los años 50 se vivía bien, nos ayudábamos. El padre de Andriko se cayó a un pozo y nadie tuvo el valor de bajar a por él. Mi tío, un turco, bajó, jugándose la vida. Fue en 1951 y aún lo recuerdo. Y en 1974 Andriko no pensó en que esa persona había salvado a su padre». La semilla británica. La historia del conflicto chipriota comenzó con los británicos, que inocularon el germen de la división para aferrarse a su poder colonial. En 1955, cuando nació EOKA, el grupo armado grecochipriota que reclamaba la independencia, los británicos utilizaron a los turcochipriotas para reprimir a sus vecinos. «Los británicos no contrataron a ningún policía grecochipriota. Eran todos turcochipriotas. Nos usaron, y los griegos, después de fundar la República, nos vieron como un problema, como el enemigo, y un inconveniente para Enosis –la unión a Grecia–» recuerda Erdinç. «Los ingleses usaron su política del divide para gobernar. Los extremismos en este lado y los extremismos en el otro lado querían esto. Ellos siguen sin querer reunificar la isla, pero las personas ordinarias podrían vivir de nuevo juntas», asegura Savas Yiannakis, un grecochipriota de 77 años que mata el tiempo junto a su amigo Giorgos, propietario de una tienda de antigüedades en Nicosia. En 1960, la República de Chipre logró su independencia. Pero dos fuerzas paramilitares – EOKA y TMT, grupo turcochipriota creado en 1958– condicionarían la política del recién nacido Estado. En 1963 explotó la lucha étnica entre ambas comunidades. Turcochipriotas como Hasan Özal se vieron obligados a abandonar su vida, a dormir en un establo, a rehacer sus vidas. «He vuelto a Akaça –su pueblo– hace dos meses. Quería enseñárselo a mis nietos. Sabe, a veces no recuerdo cosas del lugar en el que nací. Por ejemplo, mi colegio se ha convertido en un café», relata en su domicilio en la Nicosia turca. La figura del desplazado surgió en ambas partes, de Famagusta a Larnaca, y en 1964 aterrizaron las fuerzas pacificadoras de la ONU. La situación no dejaría de deteriorarse hasta que, el 20 de julio de 1974, Turquía intervino para evitar el golpe de Estado que pretendía unir la isla a Grecia. El líder turco Bülent Ecevit aseguró que era una medida temporal, hasta restablecer el orden constitucional, pero los turcos nunca abandonaron el 37% de la isla. Desde entonces, una franja de 180 kilómetros conocida como «Línea verde» divide a las dos comunidades. Ante la imposibilidad de acercar posturas, la República Turca de Chipre del Norte (RTCN) declaró su soberanía en 1983 con el único apoyo de Turquía. Desde entonces, diferentes procesos de reunificación han sucumbido ante la desconfianza mutua. En 2004, momento en el que más cerca estuvo el acuerdo, el pueblo grecochipriota rechazó en referéndum el plan Annan, que sentaba las bases de un estado bicomunal pero dejaba a Turquía como garante –algo reconocido en la Constitución de 1960– y era ambiguo en las complejas causas de la ciudadanía y la propiedad. María Hadjipavlou, experta en la causa chipriota, reconoce que la entrada de Chipre en la Unión Europea (UE) en 2004 condicionó el plan Annan: «Fue un error. La solución al problema chipriota tendría que haber sido una precondición para entrar en la UE. Era una oportunidad para crear un marco de trabajo conjunto y desenganchar a los turcochipriotas de Turquía. Todo fue muy rápido y la gente no estaba preparada». El año pasado, después de que Mustafa Akinci llegara a la presidencia, se abrieron unas nuevas conversaciones con su homólogo grecochipriota, Nikos Anastasiadis. Las declaraciones públicas de ambos líderes han mostrado un optimismo desmesurado, hasta el punto de asegurar que los hidrocarburos descubiertos en la isla ayudarán al proceso, cuando el anterior sucumbió precisamente por la exploración energética dirigida de forma unilateral por los grecochipriotas. La negociación parece haber sentado las bases de un estado bicomunal, incluso con un ejército común, pero las causas sensibles siguen sin ver la salida de un túnel que dirige a Turquía, a sus soldados y a su derecho a intervenir. Expertas como Hadjupavlou creen que el resultado de las negociaciones será similar al rechazado plan Annan. Por eso insiste en que «hay que explicar a la gente las opciones, las fechas, los datos, cómo afectará un sistema federal a los impuestos. De nuevo vamos tarde porque habrá saboteadores», advierte. Hadjipavlou es consciente de los múltiples obstáculos, aunque destaca sobre todo uno del que se benefician estos últimos: el rechazo grecochipriota a la influencia de Turquía, que el pasado abril desencadenó el colapso del Gobierno de la RTCN al negar más presupuesto. Pese a reconocer que será complicado que gran parte del 76% de los grecochipriotas que rechazaron el plan Annan –el 65% de los turcochipriotas lo aceptaron– ahora vayan a aceptar un sucedáneo, recurre a la empatía para intentar voltear la desconfianza mutua: «Hay que buscar una fórmula en la que mi seguridad no cree tu inseguridad. Cada parte tiene que entender los sentimientos de la otra. Sé que los turcochipriotas no van a aceptar nada que excluya a Turquía». Ahmet Mausalih, un carnicero turcochipriota de 76 años, forma parte de ese grupo de escépticos. Cuando hablamos del rol de Turquía se inclina hacia delante para apuntar con un mechero que sostiene en la mano y asegurar que «es imposible que los soldados turcos se vayan porque son mi defensa. Que se vayan para que nos degüellen. ¡Toma ya! –hace una peineta–. Si se marcha el Ejército turco, dos días después nos van a matar a todos. Lo harán porque los grecochipriotas son villanos. Su corazón no es bueno», sostiene. La propiedad. Tras la intervención turca, los grecochipriotas que habitaban el norte se fueron al sur y los turcochipriotas del sur, al norte. Regiones como Karpaz, Güzelyurt –Morpheus, en griego– y Famagusta eran de mayoría grecochipriota. El intercambio poblacional provocó que ambas comunidades ocuparan las casas de quienes huyeron del conflicto. En Larnaca, el casco antiguo de la ciudad estaba habitado por turcochipriotas. Lo abandonaron, y allí llegó Peter como un joven desplazado. Peter vive en una casa incrustada en una estrecha calle que aún conserva los nombres en turco y griego. No es su casa, no puede venderla, pero allí lleva desde que en 1974 huyó de Famagusta. Su familia tenía una casa en la ciudad de las estrellas de Hollywood y ahora él quiere recuperarla: «Cuando se solucione el problema reclamaré mi casa porque para eso tengo los papeles. Esta casa de Larnaca no puedo venderla porque no es mía. En Famagusta sucede lo mismo con quienes la ocuparon. Los ingleses que las compraban se han dado cuenta de que no están adquiriendo un certificado verdadero y han dejado de hacerlo». Algunas casas de Larnaca permanecen abandonadas para recordar que aún existe un conflicto. Otras han sido ocupadas y algunas entregadas de forma clientelar para el beneficio personal de los grecochipriotas. Iconos como el barrio fantasma de Varosha, candado por los turcos tras la intervención, sirven como titular para un texto que tiene otros ejemplos por toda la isla. Peter, que lleva 42 años sintiéndose desplazado, forma parte de esas líneas y tiene sus esperanzas puestas en este proceso de reunificación: «Creo que Akinci y Anastasiadis están muy cerca. ¿Cuántos años tengo que esperar para recuperar mi casa? No será difícil: cojo mi casa; ellos la suya. ¿Por qué no me la van a dar? Europa pone el dinero y ellos se van a otro lado». Por desgracia, su ilusión aún choca con montañas de inconvenientes. La UE puede hacerse cargo del coste de la reunificación, estimado en más de 20.000 millones de euros, e incluso forzar a Anastasiadis a aceptar un acuerdo impopular. Pero, por mucho que quiera Peter, la UE no puede obligar a los grecochipriotas a aceptar un referéndum ni a los turcos que han ido llegando a la isla a borrar sus últimos 40 años de vida. Los 'fellah'. La causa de la propiedad está íntimamente relacionada con las decenas de miles de turcos que han llegado a Chipre desde 1974. Los primeros, que ya van por la segunda o tercera generación, tienen una mayor aceptación por parte de los grecochipriotas. Pero aquellos que se han establecido en las últimas dos décadas son considerados como un arma turca para alterar la demografía de la isla. En 1960, el 77% de la población era grecochipriota y el 18%, turcochipriota. Hoy conocer el dato es complicado, aunque es evidente que Turquía no ha dejado de mandar colonos. Según los medios locales, cerca de 25.000 turcos podrían obtener la nacionalidad en los próximos meses. Akinci lo ha desmentido, a sabiendas de que erosionaría las conversaciones. Pero un turcochipriota que trabaja en un hospital en donde se llevan a cabo las pruebas médicas que preceden a los trámites administrativos, asegura que turcos que no llevan ni una década en la isla van a conseguir la nacionalidad. Desde que estalló el conflicto, la RTCN ha ido repartiendo las casas de los grecochipriotas entre los nuevos pobladores. Esto ha levantado un recelo inmenso entre los turcochipriotas, que se consideran ciudadanos de segunda en su propio país y apenas reconocen la isla en la que nacieron: debido al embargo, el norte se ha convertido en un centro de prostitución, ludopatía y actividades mafiosas. «El Estado no me dio la casa. La tuve que comprar y además perdí la mía en el sur. Y los turcos que han venido son unos ladrones y han estropeado mi país. Ahora solo hay mafia. Como no se vayan nunca se arreglará», repite Hasan Özal, de 78 años. Hasan habla sobre todo de los 'fellah', un término despectivo usado por los turcochipriotas para referirse a los turcos. «La gente que vino a ayudar al principio, cuando la situación era muy mala, son ya parte de la isla. Pero ahora hay muchos más turcos en camino. Toda la gentuza es la que está obteniendo la nacionalidad. Aquí les ponen una casa, luego la venden, se van, vienen otros y lo mismo», se queja mientras hace aspavientos con las manos. El término fellah lo aprendería en Karpaz, un maravilloso entorno natural habitado por burros y visitado por mochileros. Nikos Htisti es de los pocos griegos que aún viven allí. Hace 50 años sólo había griegos. Ahora hay muchos fellah. En la sinuosa carretera que desemboca en el monasterio de San Andrés aparece el restaurante de Nikos. El letrero avisa a los turistas en turco y griego. Entre 1974 y 1976, cuando Nikos tenía ocho años, vivió la presión militar que siguió a la intervención turca: «Había muchos problemas, policías en cada lugar, y teníamos prohibido abandonar nuestras casas después de las seis de la tarde». Poco a poco las restricciones se fueron relajando hasta que, en 1996, la situación se estabilizó. En esas décadas, Nikos asegura que «los turcos mataron a mucha gente para robar el dinero y las tierras de los grecochipriotas. Esto era totalmente grecochipriota». Por eso insiste en que «los turcochipriotas se queden, pero los turcos que han venido se tienen que ir». Junto a Nikos está Ömer, un fellah de origen kurdo que llegó hace poco más de 10 años a la isla. Ömer es una persona agradable y sonriente. Gasta bromas y entra en la conversación para asegurar que «no hay problemas entre grecochipriotas y turcochipriotas» Dice que ambas comunidades trabajan juntas la tierra. Lo que olvida es que esa tierra es de otro, y tal vez le tocaría escuchar órdenes en lugar de compartir esfuerzos. Más tarde, entrada la noche, un vecino griego me dice que «no se puede confiar en los fellah». Cuando le hablo de Ömer me responde que «tampoco en él», que son parte de la estrategia turca para controlar la tierra. Este grecochipriota, que prefiere guardar el anonimato, asegura que se siguen produciendo incidentes entre ambas comunidades. «Tengo aquí muchas tierras. El año pasado me quemaron los cereales y me presionan para que me vaya». ¿Entonces por qué se habla de paz? «Eso es cosa de los políticos. Aquí no tenemos ningún problema con los turcochipriotas, pero nunca sellaremos la paz con Turquía».