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ARQUITECTURA

La cabaña de vacaciones


La huida es un concepto que podría estar en la raíz de lo que comúnmente denominamos “vacaciones”; huida de la rutina, de las responsabilidades, del estrés y las condiciones inadecuadas y antinaturales de trabajo… Inevitablemente, cuando hablamos de la huida debemos de referirnos al lugar hacia el cual huimos, y ese no es otro que el refugio. Esta aparente perogrullada ha sido un punto sobre el cual los teóricos de la arquitectura han estado discutiendo al menos desde que el arquitecto Marco Vitruvio Polión escribiera “De architectura” en el siglo I a.C., y se ha centrado en la idea de que cuando el ser humano necesita refugiarse inventa la arquitectura.

El refugio, o cabaña, de vacaciones ha dado escenas con un glamour tan escaso que bien podrían haber sido sacadas en un chiringuito levantino; el maestro del Movimiento Moderno Le Corbusier nos mira sorprendido, con un pincel y un bote de pintura en la mano, mientras pinta un mural cubista tal y como su madre lo trajo al mundo. Le Corbusier estaba pintando la casa que Eileen Gray diseñó en Roquebrune-Cap-Martin, en plena Costa Azul.

La irlandesa Gray vendió la casa que había construido junto con su pareja por aquel entonces, Jean Badovici, amigo personal de Le Corbusier. La casa, un ejercicio integral de diseño moderno, llegó a convertirse en una obsesión para el arquitecto suizo, que no cejó en su empeño de pintar unos murales en sus paredes, deliberadamente acabadas en yeso blanco. Gray, que había realizado tanto el diseño arquitectónico como el de interiores, se había negado en numerosas ocasiones a semejante disparate, y como si de una mala telenovela de sobremesa se tratara, Le Corbusier no tardó en instalarse temporalmente en la casa, abandonada tras la ruptura de Gray con su pareja, para pintar los dichosos murales. Como buen obsesivo narcisista, acabó comprando un terreno contiguo y construyó una cabaña basada en el sistema de medidas Modulor que, recordemos, se suponía era un sistema de medición modular con la medida del Hombre (sic) como base de todas las cosas, siendo el “hombre ideal” casualmente de la misma altura que Le Corbusier.

La huida al refugio puede desencadenar, como en el caso de Gray y Le Corbusier, una explosión de sentimientos (otro día hablaremos del caso de otro grande de la arquitectura, Mies van der Rohe, y la Señora Farnsworth), pero también puede darse la circunstancia de convertirse en un momento de recogimiento y aislamiento. De hecho, ese recogimiento puede ser una acción política en sí misma, y no pocos críticos han querido ver en la cabaña que Henry David Thoreau construyó en el lago Walden una aplicación sobre los preceptos de la Ilustración.

Los arquitectos de la Ilustración daban a la Naturaleza un valor determinante, casi sagrado, considerándolo incorrupto. Si miramos a la arquitectura, esto se traduce en que la arquitectura más “pura” vendría a ser aquella que se podía encontrar en las sociedades humanas más básicas. Y es que nuestra arquitectura clásica, con sus columnas, frisos, capiteles y demás parafernalia de toga y corona de laurel, tiene como supuesto origen cuatro maderos colocados de forma natural. De los troncos mismos del árbol, supuestamente surgió la columna, y de las ramas, las vigas del techo.

Esta idea se pone de manifiesto negro sobre blanco en un grabado aparecido en un libro sobre la arquitectura en 1753, donde la musa de la arquitectura, una señora vestida con, sorpresa, toga y coronas de laurel, señala a un niño una construcción, similar a una cabaña, formada por columnas –que en realidad son árboles vivos–, y maderos que forman una techumbre.

Cuando Thoreau comenzó a construir la cabaña, probablemente tenía en mente que la relación del ser humano con el lugar comenzaba por la construcción, de primera mano, del refugio. Así, en su libro “Walden”, Thoreau describe minuciosamente cómo construyó la cabaña en la cual vivió dos años, y que le costó 28,12 dólares. En el libro, el estadounidense pone de manifiesto la relación entre la individualidad, acto responsable y exigente de la ciudadanía, con la construcción de un refugio personal.

En cualquier caso, como en cualquier cuento de vacaciones lo prosaico no podía faltar, y Thoreau acabó encontrándose, como si de un “gorrilla” se tratara, con un recaudador de impuestos que le exigía el pago de 6 años de impuestos atrasados, detonante este para su encierro en prisión y escritura de “Resistencia al gobierno civil”, uno de los textos básicos de la desobediencia civil.