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El «Robert Capa vasco»

Antzola, el gudari fotoperiodista

En algún punto no identificado del frente vasco, entre camaradas que revisan sus armas, José María Anzola, “Antzola”, descansa. El “cazador” de imágenes, capturado; el fotógrafo es aquí el retratado. Hasta ahora conocíamos sus fotografías, firmadas bajo el nombre de asociaciones o archivos, pero, gracias al trabajo de dos documentalistas, por fin se le ha puesto cara a este gudari y fotoperiodista de vida novelesca.

Fotografía: Antzola. Archivo de la familia Anzola

En la imagen está con los ojos cerrados, gozando del sol en el rostro. Parece relajado. Se puede pensar que José María Anzola (Bilbo, 1909-Caracas, 1997) huye por un momento de la guerra o tal vez solo esté disfrutando del ambiente de camaradería que le rodea. Cualquiera sabe; caben todas las posibilidades. Nos podemos imaginar lo que queramos, porque Antzola, como firmaba sus fotos este gudari y fotógrafo de guerra, no dejó testimonio escrito ni grabado de sus vivencias y pensamientos. «Lo único que tenemos de él es su forma de mirar», explica Mauro Saravia, fotógrafo y documentalista chileno que, junto al periodista durangués Iban Gorriti, ha sacado a la luz a este gudari, al que no dudan de calificar como el “Capa vasco”.

El paralelismo con Robert Capa, considerado el padre del fotoperiodismo actual y uno de los creadores de la mítica agencia Magnum, no es casual. Robert Capa, seudónimo utilizado por el húngaro Endre Ernö Friedman y nombre también con el que firmó muchas de sus fotos Gerda Taro –de hecho, muchas de las atribuidas a su pareja eran, en realidad, de Taro–, fue el autor de algunas de las fotos más famosas de la Guerra Civil; entre ellas, la polémica “Muerte de un miliciano”. Ellos dos, junto a David Seymour o Chim, cubrieron la contienda para la revista francesa “Regards”, una publicación de tendencia comunista editada en París. Ellos fueron también de los escasos fotoperiodistas que reflejaron el bando republicano. Gerda Taro incluso murió en la contienda, en 1937, durante el repliegue de las tropas de la República.

Imagen del frente vizcaino.

 

«Aparte de los periódicos, hay tres revistas en la época de la Guerra del 36: ‘Fotos’, una revista propagandística franquista, demasiado bélica, cuyo mensaje era ‘¡destruir al enemigo!’. Luego estaba ‘Regards’ que era: ‘Vamos a mostrar lo que está pasando en Europa y nadie hace nada’. Y ‘Gudari’, que nace para contrarrestar a ‘Fotos’. Era una revista que se entregaba a los combatientes en las trincheras, en el frente», cuenta Mauro Saravia. Este fotógrafo, profesor del Centro de Fotografía Contemporánea de Bilbo y documentalista especializado en derechos humanos y memoria histórica, un buen día se topó con la pista de un fotoperiodista desconocido en unos números de “Gudari”. «Por mi trabajo, me interesan las colecciones periodísticas de época. Empecé a coleccionar ‘Gudari’, que ahora valen un dineral, y vi que Antzola aparecía mucho. Aparte de hacer el ejercicio fotográfico, en sus fotografías tenía muchas referencias al pictorialismo y componía muy bien. Fotográficamente, para la época, era muy osado». Casi los únicos fotoperiodistas de los que se tenía referencia en el bando republicano eran Capa, Taro y Chim. ¿Quién era entonces aquel que firmaba como Antzola?

El segundo componente de esta búsqueda es el periodista durangués Iban Gorriti, autor de varios cortos sobre la contienda. «Llamé a Iban, me hizo caso, porque es amigo, y empezó a investigar», explica con humor Saravia. «Algunas de las fotografías de Antzola han sido publicadas, e incluso han sido portadas de libros, reivindicadas y firmadas por fundaciones o entidades, pero nadie había puesto cara a este hombre. Hasta que ha venido Mauro, yo muevo hilos y me encuentro con que su hijo está en Donostia», explica Gorriti. Se refiere a Iker Anzola, de vuelta de Venezuela a Euskal Herria. «No sé si él supo quién era Capa, porque no hablaba de ello», le dijo a Gorriti el hijo de Antzola. Su padre era muy discreto con todo lo que tenía que ver con la guerra. Esto sí lo supo: «Mi padre tuvo la misión de ir a fotografiar cómo habían quedado Durango y Gernika tras los bombardeos».

Gracias a sus investigaciones y a la labor de custodia familiar del archivo de este gudari durante todas estas décadas, se ha cerrado un círculo. Un círculo por un recorrido vital de guerra, pérdidas, convicciones y exilio que arrancó hace 84 años con las fotografías captadas por el gudari José María Anzola tras el bombardeo del 31 de marzo de 1937 y los ataques aéreos que tuvieron lugar los días posteriores contra la población civil de Durango. Aquellas fotos ahora han regresado a la localidad vizcaina, en forma de exposición en el Museo de Arte e Historia de Durango. Pero Antzola tiene más recorrido.

Esta imagen de composición muy clásica, fue portada de una edición de los 60 de  «El árbol de Gernika» de Georges L. Steer, corresponsal de «The Times» en la época.

 

Un montañero, fotógrafo y espía. ¿Quién era José María Anzola? La verdad es que el personaje tiene todos los elementos para convertirse en un protagonista de novela. Iban Gorriti le ha seguido la pista: Nacido el 26 de julio de 1909 en la calle Artekale de Bilbo, en pleno Casco Viejo, era hijo de Inocencio Anzola, de Algorta, y Casilda Egidazu, de Larrabetzu. ¿Y de dónde le venía el gusto por la fotografía? «Mi padre era autodidacta. Su sueño fue abrir una tienda de fotografía en Bilbao», dice su hijo. Según relataba uno de los escasos, si no el único, reportaje de la época sobre su figura, firmado por Joseba de Butron, también alcanzó la cúspide del Mont Blanc en solitario en 1930.

Porque era muy montañero –el monte estaba relacionado estrechamente con círculos de ambiente abertzale–, jeltzale y nacionalista convencido desde su juventud. Cuando estalló la guerra, se enroló en el Ejército Vasco o Euzko Gudarostea. Según Butrón, su bautismo de fuego fue en Belaustegi y Akarregi. De ahí, a Intxorta, en Elgeta, y luego, al Gorbeia y a la zona de Malmasin. Allí recibió un proyectil en la espalda. Trasladado al hospital de Basurto, cuando bombardearon Bilbo fue evacuado a Karrantza y, de ahí, en un barco inglés, partió hacia el exilio.

Primero como gudari del batallón Otxandiano y luego ya como comandante en el Malato, uno de los cometidos de José María Anzola fue reflejar con su cámara la realidad de la guerra. Porque la labor de contrarrestar la propaganda de los fascistas era, sin duda, muy importante. Había una guerra física, pero también otro campo de batalla: el relato. Antzola, para su trabajo, utilizaba una cámara de origen alemán, una Walter Perfekta de formato medio 6x9 de lente gemela, aunque también debía de usar una Leica pequeña. Utilizaba película de alta sensibilidad. La cámara, que se puede ver en la exposición, da una alta calidad gracias a su óptica. Saravia no se ha atrevido aún a abrirla. A saber si esconde alguna imagen inédita. ¿Las de Antzola eran fotos preparadas? De eso se le acusa a Capa, por ejemplo. «No lo creo. En algunas fotos, por ejemplo, se ve a gudaris que están en movimiento. Cuando preparas una fotografía, trabajas el enfoque y, si sale alguien en movimiento, descartas la foto. Hay imágenes suyas que, hoy en día, serían autorales, porque tienen toda la impronta del autor», responde.

Estado de la iglesia de Santa María tras el bombardeo del 31 de marzo de 1937. 

 

Veamos una corta relación de fechas: 31 de marzo de 1937. La Aviación Legionaria italiana bombardea Durango. Como resultado de los tres pases del ataque aéreo, los muertos se cifran en 336 personas. Antzola capta las imágenes de la desolación, del infierno. Algunas de sus fotografías parecen hasta composiciones pictóricas, con cadáveres que son sacados entre los escombros; gudaris desolados entre las casas caídas de la calle Kalebarria; la iglesia de Santa María, destrozada; las monjas del convento de Santa Susana que sobrevivieron –murieron doce–, buscando entre los restos. Vamos al 26 de abril: bombardean Gernika. Antzola también capta el horror con su cámara. Pocos días después, Esteban Urkiaga, el poeta Lauaxeta, quien a su vez ejercía labores periodísticas para el Gobierno Vasco, es capturado en Gernika cuando acompañaba a prensa extranjera y le fusilan el 25 de junio en Gasteiz. Iban Gorriti: «La presencia como fotógrafo de Antzola era para reivindicar la verdad de la guerra. Para que la gente sepa lo que es el fascismo, me gustaría que quedara claro que el fascismo es capaz de matar a los suyos. Las bombas no eran inteligentes y mataban a los de su propio bando. Incluso hay una especie de karma en todo esto, porque el cura que murió en la iglesia de Santa María había huido de Asturias para venir a un pueblo más carlista, burgués y tranquilo… y vienen los suyos, y le matan».

Tras la caída de Bilbo, los Anzola se instalaron en Ustaritze. Durante la Segunda Guerra Mundial, apunta Iban Gorriti que el Gobierno de Agirre encargó a José María Anzola labores de inteligencia para los servicios secretos de Estados Unidos. Antzola destapó el sistema de comunicaciones que tenían los nazis entre Baiona y Hendaia. «Lo que no sabemos es si formó parte de la Red Cométe, porque mi padre, como por ejemplo, su familiar, el famoso cartelista Nik [el ilustrador Luciano Quintana, muerto en el 67 en Caracas], eran una tumba. Gracias a mi madre fui enterándome de todo lo que hizo aita», cuenta su hijo. Su madre es Inés Gainzarain y, en aquel ambiente de guerra, en Ipar Euskal Herria nacieron sus dos hijos: Iker, en Baiona, y Miren Zuriñe, en Biarritz. Y como tantos vascos, tuvieron que tomar el camino del exilio y marcharon a Venezuela. El siempre activo Anzola trabajó, relata su hijo, de contable de Heineken y representante del champán Tea Finger. El gudari y fotoperiodista Antzola murió el 3 de febrero de 1997 y está enterrado en Caracas.

Iban Gorriti y Mauro Saravia posan con la cámara de Antzola. Todavía no la han abierto. Fotografías: Aritz Loiola l FOKU

 

La cámara que nadie ha abierto. La mayor parte del material recuperado por estos documentalistas ha sido cedido por la familia. Otra parte ha sido facilitada por Iñaki Anasagasti, quien tuvo estrecha relación con los Anzola durante su exilio venezolano. La exposición, que incluye alguna fotografía inédita y material muy curioso, parece que será solo un primer paso cara a un trabajo más amplio sobre la figura de este gudari. Quedan muchos negativos por limpiar, recuperar y catalogar… lo que provoca un nuevo paralelismo con la famosa “Maleta mexicana”: tres cajas de cartón halladas en 1995 en México, después de que estuvieran desaparecidas durante siete décadas, y que contenían entre 3.000 y 4.000 fotografías de Capa, Taro y Chim tomadas durante la Guerra del 36. «La diferencia es que, en esto, sabemos que las fotografías son de Antzola, sí o sí», añade Mauro Saravia.

Al final de la exposición nos encontramos con la fotografía de una mujer, Milagros. Le falta un brazo. Esta imagen no es de Antzola, ha sido tomada por Mauro Saravia y ella es una de las supervivientes del bombardeo de Durango. Milagros era una niña cuando, en el camino del cementerio, los fascistas ametrallaron a la población civil que buscaba a sus muertos. Milagros perdió el brazo y su hermana salió ilesa. Su tía, que las cubrió con su cuerpo, murió. La aventura de Milagros es una de las muchas que ha documentado Mauro Saravia, nieto de exiliados catalanes y vascos, y actualmente residente en Arratia. Este fotógrafo vive en Euskal Herria desde hace 7-8 años: «La única generación de mi familia que no ha vivido una dictadura o un conflicto bélico es mi hija, de 4 años», dice. Iban Gorriti es nieto de republicanos: «Aitite y amama fueron anarquistas y se conocieron en la cárcel». Memoria contra el olvido.

*«Anzola, el Robert Capa vasco: El gudari que fotografió el bombardeo de Durango» estará abierta en el Museo de Arte e Historia de Durango hasta el 30 de mayo.