7K - zazpika astekaria
PSICOLOGÍA

Sopa de sentires

(Getty)

A cada cual nos duele lo nuestro, independientemente de lo que le duela a los demás o de la cantidad de dolor que haya en el mundo. Nuestro cuerpo duele cuando lo golpean o nuestra mente sufre cuando contempla escenarios en los que sale perjudicada. Lo sentimos, lo pensamos, lo notamos en la piel; es, en definitiva, nuestra experiencia.

Y nuestras experiencias tienen un eco fuera, un impacto. A cada cual le duele lo suyo, como decíamos pero, al mismo tiempo, estamos recibiendo constantemente las emociones de los demás, sin que haya necesidad de una intencionalidad por parte de la otra persona; lo cual, nos afecta, nos cambia. No hace falta que nos dirijan la ira directamente para sentirla en el ambiente, o estar en la situación que tanto le asusta a nuestro interlocutor para sentir el miedo contagiarse; tampoco hace falta haber oído el chiste para reírse ante las carcajadas de quien esté enfrente, por ejemplo, en una llamada de teléfono.

Esa membrana que separa la experiencia propia de la experiencia del otro está muchas veces llena de agujeros, algunos conscientes o voluntarios, pero otros, imperceptibles. Las neuronas espejo de nuestro cerebro, nuestro sistema límbico, nos predisponen a sentir lo que otros sienten sin estar necesariamente involucrados, involucradas, directamente. A menudo es suficiente estar en presencia de alguien que siente.

Cuando estamos en un entorno de intimidad, en un grupo cercano, en una pareja, quizá lo que nos duele a veces no sea tan propio, tan exclusivo. Puede que, por ejemplo, no siempre que estemos irritados, irritadas, lo estemos en nosotros o nosotras por algo nuestro; o puede que, parte del entusiasmo sea contagiado, como en un campo de fútbol o un concierto. A veces esta captación y vivencia de la emoción de los demás es algo evidente por la potencia del estímulo, y otras veces, a una escala menor, solo el hecho de que el canal de la relación esté abierto hace que sea posible confundirse. Las relaciones de intimidad son sopas emocionales para bien y para mal, con la capacidad de regularse mutuamente o desequilibrarse; y muchas veces no hacen falta siquiera palabras para ello.

Cuando nos sentimos confundidos en una relación, cuando las emociones parecen estar por todas partes y uno o una no encuentra sentido a sus propios cambios, sus propios sentires o intensidades, cabe preguntarse: ‘¿esto es mío?’. Y un paso más, a veces esa confusión se da en las relaciones de mucha intimidad, cuando llegamos incluso a captar del otro lo que esa persona no se atreve a sentir o expresar, algo que le es inconsciente. Pero eso es otra historia… Sea como fuere, cuando estamos cerca es higiénico hacerse la pregunta anterior, pero también hablar en primera persona en lugar de en segunda, o preguntarse mutuamente cómo estamos. Todo eso traza fronteras, y disminuye la confusión. Por otro lado, en cambio, es fantástico que el mismo mecanismo haga crecer juntos las emociones que nos expanden.