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PSICOLOGÍA

Todos contamos

(Getty)

Convivir con nuestras emociones es, a veces, como convivir con un animal salvaje. Es algo así como tener un oso o un tigre al que hemos domesticado desde cachorro pero que ahora es grande, fuerte, tiene garras y dientes. Las emociones son vestigios de nuestra naturaleza más primitiva, y toman el control en el momento adecuado… Aunque no siempre. No siempre es adecuado poner a un tigre o a un oso a lidiar con ciertos asuntos, sería contraproducente y peligroso. Lo que algunos llaman inteligencia emocional va precisamente de eso: conocer suficientemente las propias emociones como para tener cierto grado de decisión sobre cómo vehiculizar su fuerza, que es mucha.

Las emociones son contagiosas. Como mamíferos, en particular mamíferos gregarios, nuestro cerebro necesita identificar las emociones ajenas y empatizar con ellas para sobrevivir, es decir, sentirlas como propias para actuar rápidamente, sin pensar (y huir, por ejemplo, de un depredador que no vemos pero que otros sí). No hace falta que se trate de nuestra propia emoción en un origen para sentirla también. Si alguien empieza a carcajearse en un metro, no tardaremos en sentir la comisura de los labios estirarse; o, si una pareja está discutiendo intensamente, no tardaremos en notar nuestra propia tensión y alerta. En ninguno de los casos hemos iniciado la emoción pero rápidamente la sentimos como propia, con o sin consciencia de ello. Así somos: si estamos emocionados, pensamos peor.

Y solo hace falta leer o escuchar los medios de comunicación, y la parte emocional asociada a cada una de las noticias que recibimos, para notar cómo esa resonancia nos afecta, y puede llegar a invadirnos, sin pensar. Exponernos prolongadamente a las emociones intensas de otros, en particular el enfado y el miedo, tiene el potencial de convertirnos a todos no solo en receptores incómodos sino en portadores, como si de un virus se tratara, de un odio o resentimiento que nubla el pensamiento. Hoy, más que nunca, parece imprescindible conocer cómo funciona nuestro cerebro, lo vulnerables que podemos llegar a ser si abrimos la puerta a ser inundados de malas noticias. Y es que toda tensión que se acumula va a buscar su alivio por naturaleza. En ese sentido, es responsabilidad de cada persona cuidarse, cuidar de lo que ingiere en términos emocionales, a lo que se expone, regular cuánta tensión incorpora a su cuerpo y a su mente, porque eso va a tener una repercusión en la gente alrededor y, por ende, en la sociedad. Todos contamos para eso. La independencia no solo reside en tener las propias opiniones, sino también en ser capaces de proteger las propias emociones.

Y, aunque cada vez sea más difícil resistirse al embudo de la tensión y no reaccionar, defender la alegría, o al menos no fusionarnos con el lodo de negatividad, es defender también la libertad de pensamiento, tan necesario para crear alternativas.