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PSICOLOGÍA

¡Cread, cread, malditos!

(Getty)

Cuando estamos implicados, implicadas en el acto de crear, sentimos que estamos en la cima de nuestras capacidades, teniendo en cuenta lo aprendido, y yendo más allá. Individualmente, la creatividad es la generación, a través de una nueva combinación mental, de algo que vaya a expresarse en el mundo, bien sea esto una obra de arte o una idea innovadora para resolver un problema personal. La creatividad nos permite adaptarnos y aprender, dada la creciente complejidad de nuestras sociedades y nuestro mundo.

Al mismo tiempo, cada grupo humano guarda celosamente lo creado anteriormente. La cultura, la tecnología, los valores, las teorías, la historia, etc. son conservadoras de todo lo aprendido por un grupo a lo largo de su existencia para adaptarse al mundo en el que ha vivido. Un reservorio que preservamos individualmente también -de hecho solo existe en nosotros, mientras lo sostengamos, lo usemos-, y no solo proveniente de la sociedad en general, sino también de las familias y del cúmulo de experiencias personales que crean esta ‘despensa’ de aprendizaje en forma también de creencias y valores personales. Y esta ‘conserva cultural’, como la llamó el psicodramatista Jacob L. Moreno, ejerce su propia fuerza de atracción sobre cada nuevo paso.

La creatividad y dicha ‘conserva’ están obligadas a tener un constante y vigoroso diálogo para la adaptación a medida que el mundo cambia. A medida, como decíamos, que los contextos se vuelven más complejos, la incertidumbre aumenta, y la tendencia natural de las personas es la búsqueda de la seguridad, la predictibilidad, la estabilidad, por lo que se recurre con mayor vehemencia a lo que ya se ha creado, en una búsqueda hacia atrás de lo que solo se puede resolver con un diálogo creativo hacia adelante. Porque la creatividad, en términos socioculturales, es una generación, la de un producto que se juzgue como nuevo, pero al mismo tiempo sea apropiado, útil o valioso para un grupo social con un conocimiento adecuado al momento.

Dicho esto, para su fomento es relevante centrarnos en su proceso -búsqueda-, más que en sus resultados -productividad-, ya que el proceso desarrolla la habilidad, la facilidad para usar, pero al mismo tiempo despegarse sin un terror paralizante de lo ya aprendido. Cuando conocemos una extensa gama de medios para abordar un problema, cuando exploramos en la fantasía, en las conversaciones, en el juego, en un debate, etc., los distintos roles o lugares desde los que ver un problema, este pasa de ser un obstáculo abrumador a convertirse en un reto creativo. En otras palabras, cuanto más potenciados se sientan los individuos a través de su búsqueda, se inclinarán en mayor medida a enfrentar los desafíos de la vida en lugar de eludirlos, de eludir la ambigüedad, la impotencia o la vergüenza que provoca el no saber… durante un rato.