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«Cualquiera menos Harper»

Canadá votó contra el hartazgo por el decenio conservador del primer ministro, Ben Harper. Pero concedió una victoria arrolladora al Partido Liberal (39,7%), que gobernó el país durante la mayor parte del siglo XX.

Justin Trudeau, tras conocer los resultados electorales. (Nicholas KAMM/AFP PHOTO)

El electorado ha decidido pasar página a una era, la inaugurada por Ben Harper tras su triunfo electoral en 2006, marcada por un giro neoliberal en lo económico, neoconservador en política exterior y conservador en materia social, que rompió con el histórico y tradicional consenso «liberal-socialdemócrata» que las élites de Toronto y Quebec lograron consensuar e imponer en buena parte del siglo XX en Canadá.

Harper, aunque crecido en Ontario (fronterizo con Quebec y cuya capital es Toronto), emigró de joven a Alberta, en el oeste del país, para trabajar en el sector petrolero. Su defensa férrea del extractivismo –forzó en 2011 el abandono por parte de Canadá del protocolo de Kyoto– y sus posiciones retrógradas le han granjeado estos años una más que merecida comparación con los republicanos estadounidenses.

Paradójicamente, la llegada y consolidación (en los comicios de 2008) en el poder del más «estadounidense» de todos los primeros ministros canadienses de la historia coincidió con la irrupción en la Casa Blanca del también hasta ahora más «canadiense» de los presidentes de EEUU, Barack Obama.

Harper llegó al poder aupado por la ola del auge petrolero. Canadá es el octavo país del mundo en emisiones de gases de efecto invernadero, sobre todo por la explotación de las arenas bituminosas. Tuvo también a su favor el desplazamiento del poder político y económico canadiense del oriente quebequés y limítrofe a este enclave francófono al occidente del país.

Pero su fe en el monocultivo petrolero y el desplome de los precios del crudo le convirtieron en un «rey desnudo», incapaz de vender crecimientos económicos ni la mitad de equipa- rables a los del vecino estadounidense (Canadá es miembro del G-7, las siete mayores economías mundiales), lo que le hizo perder incluso el apoyo de la prensa conservadora.

Finalmente, el histrionismo de tintes xenófobos e islamófobos de Harper en un país que recibe cada año y desde hace tres lustros a más de 250.000 inmigrantes y refugiados (con una población que no supera los 36 millones de habitantes, esa cifra es proporcionalmente comparable a la presión migratoria que está sufriendo Alemania y muchísimo mayor que la que irrita tanto al resto de países europeos) parece haber sido la gota que ha colmado el vaso de la paciencia de un país en el que, sin contar –y nunca se cuenta– con las naciones indígenas originarias, toda la población es de origen inmigrante y más de un 20% de la actual no ha nacido en territorio del Estado canadiense.

Con una oposición a su continuidad cercana al 70%, lo único que quedaba por conocer era el nombre de su sucesor. Y la campaña ABH (Anyone but Harper, Cualquiera menos Harper) de los sindicatos y otras organizaciones de izquierda, temerosas de que la dispersión del voto beneficiara a los conservadores, acabó por inclinar la balanza a favor de Justin Trudeau, neófito en política pero hijo del histórico primer ministro canadiense Pierre Trudeau, quien gobernó ininterrumpidamente entre 1968 y 1984 y situó en cierta manera en el mundo a la actual Canadá, «un ratón que duerme con un elefante», en referencia al vecino estadounidense, según sus propias palabras.

La victoria de este «príncipe liberal», francófono quebequés como su padre, pero igualmente reacio a la soberanía de esta nación sin Estado, ha condenado tangencialmente a una nueva y eterna derrota a los socialdemócratas del Nuevo Partido Democrático, que de liderar las encuestas hace dos meses con el también político quebequés, pero anglófono, Thomas Mulcair, segundo en las elecciones de 2011, ha sido incapaz de superar su histórico listón del 19% de votos.

Segundo en 2011, Mulcair consiguió entonces arrasar en Quebec, al punto de que casi hizo desaparecer al independentista Bloc Quebeçois, y era comparado en esta campaña con el laborista británico Jeremy Corbyn, quien, sin duda, sueña con hacer lo propio en las próximas elecciones en Escocia. Pero su fracaso ha dado aire a los soberanistas, que arrancan 10 escaños, aunque su líder, Gilles Duceppe, no ha logrado acceder al Parlamento.