Cabalgando hacia la infancia perdida

En una de las contadas secuencias de calma de la antológica ‘Grupo salvaje’, el anciano de un poblado se dirige al líder de la crepuscular banda de forajidos y le dice «todos soñamos con ser niños otra vez, incluso los peores. Quizá los peores los que más». Mucho del sentido de esta frase asoma en este sobresaliente filme que vuelve a poner de manifiesto que el western se ha convertido en territorio abonado para autores dotados de una visión muy personal.

En este su debut estadounidense, Jacques Audiard ha filmado uno de los mejores retratos de complicidad, respeto y amor fraterno que haya dado el cine reciente. Gran parte de culpa se debe a una base argumental muy sólida en la que aflora el drama, la comedia negra y grandes dosis de sensibilidad. Todo ello respaldado por una fuerte carga lírica y las grandes interpretaciones brindadas por el cuarteto protagonista.

En relación a esto último sería injusto no destacar la gran aportación que realiza un John C. Reilly al que le corresponde dar vida al mayor de la singular pareja de hermanos excesivamente apegados a su oficio de asesinos a sueldo. Fruto de una nueva misión dictada por su patrón, los dos hermanos Sisters cambiarán por completo un código de conducta que hasta entonces se resumía en apretar el gatillo sin excesivas contemplaciones, sobre todo cuando en el menor –Joaquin Phoenix– afloraban los demonios internos espoleados por el alcohol. En esa su ruta definitiva, siguen la estela de un detective –Jake Gyllenhaal– que será seducido por la presa de esta cacería, un químico –Riz Ahmed– que gracias a una fórmula milagrosa –magistral McGuffin– puede detectar el oro con mayor rapidez que el resto. En esta reunión saldra a relucir la quimérica decisión de apostar por crear un territorio utópico y libre de caciques.

Narrativamente impecable y visualmente poderosa, la película filmada por el autor de ‘Un profeta’ se posiciona entre las sorpresas cinematográficas más gratificantes del año.