De la nitidez a la miopía
[Crítica: 'Vision']
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Una prestigiosa ensayista aterriza en la otra punta del mundo, y ahí se da cuenta de los límites del lenguaje. Su viaje se debe a una investigación cuyos hallazgos bien podrían salvar a la humanidad entera. El problema es que los resultados no llegan, y claro, los nervios empiezan a aflorar. La protagonista de esta historia, desesperada, intenta buscar aliados a la causa. A personas que puedan agilizar el avance de la misión. Pero es en vano, las barreras del idioma se suman a las culturales: parece que nadie la sigue; que nadie entiende una sola palabra de lo que está diciendo... de modo que coge papel y lápiz, y se pone a dibujar. Al final, todo acaba reducido a un croquis.
A un borrador (esquemático donde los haya) en el que cuatro flechas y tachaduras sintetizan la suma importancia de la cuestión. Y sí, parece que al final se ha hecho entender... pero pagando un precio muy alto. Esto es, la tan cacareada trascendencia de la búsqueda. Ella hablaba del pacto sagrado entre la humanidad y la naturaleza, del respeto y aprecio que deben unirles; de la aceptación de algo tan terrible como la muerte para abrazar la inmensidad de la vida. En cambio, el papel atestigua un discurso al borde del encefalograma plano. Plasma cuatro garabatos: un puñado de conceptos reducidos a balbuceos monosilábicos. A esto quedó reducido el supuesto milagro.
La escena, por cierto, se desarrolla tal cual en la película que estamos viendo, y resume a la perfección todas sus virtudes y defectos. Llegó Naomi Kawse a Zinemaldia. Lo hizo de forma espiritual, pues a última hora, y por motivos personales, tuvo que cancelar su viaje a Donostia. Para suplir su ausencia, nos contentamos con aquello que estaba pactado desde el principio. Esto es, su nueva película. Un título, ‘Vision’, que sirvió para poco, si acaso, para atestiguar la deriva actual de quien llegara a ser uno de los nombres más fundamentales de la cinematografía japonesa.
En el presente, la autora de ‘Shara’ o ‘El bosque de luto’, se contenta con trabajos alimenticios como ‘Una pastelería en Tokio’, en los que sus conocidos tacto y sensibilidad se conjugan con oficio pero sin brillo, en sendas celebraciones auto-indulgentes, dedicadas a masajear un patio de butacas ya de por sí poco exigente. Ella sigue incidiendo en aquellas temáticas sobre las que levantó su reivindicable filmografía, pero lo hace desde una perspectiva mucho más accesible. Dicho de otra manera, poniendo al espectador –medio– más arriba en su orden de prioridades.
La directora y guionista plantea en esta ocasión la historia de una mujer francesa que viaja a un gran bosque japonés para hallar una planta que brota cada mil años, y que puede curar todos los males del género humano. ‘Vision’ se construye alrededor de esta búsqueda... y de la –increíble– historia de amor entre aquella mujer (Juliette Binoche) y una especie de guarda forestal autóctono (Masatoshi Nagase). A Kawase le funciona el primer frente, mientras que el segundo le hace aguas por todos los lados. La nula química entre los actores protagonistas es solo un síntoma de la escala en la que se mueve el producto. Los individuos quedan empequeñecidos ante la inmensidad de un paisaje barrido con suntuosas tomas aéreas. Los escenarios visitados simbolizan obviamente los temas tratados.
A saber: los ciclos vitales. Ahí es nada. A partir de estas inabarcables bases, la directora encuentra imágenes de una belleza pura; casi emocionante: el cambio de estación tiñe de rojo una montaña, presagiando así el envejecimiento de unos personajes arraigados a la tradición. A veces, solo se necesita esto. Lo sabía el pionero David W. Griffit (quien reclamaba para su arte lo indescriptible del viento soplando las hojas de un árbol) y desde luego lo sabe Naomi Kawase. En temas de «visión», la japonesa no pierde nitidez, pero en lo que a lectura se refiere, se le dispara la cuenta de dioptrías. A la hora de explicarse, recurre a una literalidad que derrumba el misterio (o magia) que piden sus tesis. Queda todo masticado; deformado. El ensayo parece un anuncio de perfume y lo sublime se reduce a algo demasiado cercano al ridículo.