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La tortura a través del prisma de la colectividad

Ignacio Mendiola, Oihana Barrios e Iker Moreno han reflexionado acerca de la tortura y los jóvenes en el campus de Araba, donde se ha celebrado la segunda jornada de ‘Lehen pertsonan eta pluralean’, la semana de la memoria de la juventud organizada por Ernai y Aitzina, mediante la dinámica ‘Bulkada berrien garaia da!’.

De derecha a izquierda, Iker Moreno, Oihana Barrios e Ignacio Mendiola. (Jaizki FONTANEDA/FOKU)

La tortura fue un tema tabú. Muchos jóvenes vascos asumieron que militar en diferentes colectivos a partir de la creación de Jarrai suponía ser incomunicado y torturado. Una etapa que se sufría en solitario, un trauma del que costaba hablar y donde el factor del miedo y la culpa de delatar a tus compañeros jugaban un papel fundamental en la desarticulación de los movimientos juveniles. Sin embargo, no era algo que tenía que ver entre un torturador y un torturado, sino entre las estructuras el Estado contra colectivos. Por lo tanto, como ha explicado el sociólogo Ignacio Mendiola, «si la producción de la tortura es colectivo, la crítica tiene que se colectiva». Y precisamente en este tema tan difícil como profundo se han aventurado en la conferencia que se ha celebrado en el edifico Elurreta, en el campus de Gasteiz de la UPV-EHU.

Para Mendiola, «la tortura es un crimen de Estado», ya que es necesario «colocar al torturador dentro de las estructuras del Estado», en la forma «de pensar y hacer» de este. Pero no solo del Estado español. «La denuncia y la crítica en torno a la tortura tiene que ir más allá de estas fronteras, también tenemos que poner encima de la mesa las torturas de Marruecos o Libia», ha explicado. Apelando al texto de Naciones Unidas sobre las torturas, el sociólogo ha querido indagar en en la amplia definición y los «complicados elementos» que aúna. La relación con el estado, lo que este permite –como cuando no hace nada ante una epidemia, por ejemplo–, la intencionalidad o la necesidad de sufrimiento grave han sido temas a tratar.

Asimismo, Mendiola ha relacionado la pena de muerte con la tortura y ha reflexionado sobre cómo el Estado define a la persona que quiere torturar: «No reconocen a esa persona como persona y por tanto no respetan los derechos humanos que poseen». Teniendo en cuenta todos estos elementos, «todas las ramas» de la tortura, el sociólogo ha abogado «por un retrato general de la tortura» que todavía no se ha hecho en el Estado español.

En su turno, Oihana Barrios, psicóloga que da asistencia psicológica a presos y personas que han sufrido torturas, que, entrando en el debate, ha explicado que «moralmente» comparte considerar tortura  la violencia institucional, pero no «judicialmente». «Tiene que haber intencionalidad, sufrimiento y ser provocada por funcionario», ha detallado, argumentando que le da «un poco de miedo entrar en esa definición tan extensa», pues «judicialmente estamos a años luz de esa consideración». «No hemos conseguido que la tortura sea delito, y queremos luchar porque sea un delito de lesa humanidad», ha indicado.

Así, la psicóloga ha remarcado que más de 35.000 personas han sufrido torturas en Euskal Herria, según datos extraídos cuatro investigaciones, una de las cuales fue realizada por Paco Etxeberria, forense que iba a participar en la charla pero que finalmente no ha podido acudir por motivos de trabajo. En este sentido, Barrios ha querido dejar claro que «no es un censo real», sino que la cifra es superior.

Miedo y culpa

Barrios, que ha analizado cronológicamente el recorrido de la tortura con ayuda de una pizarra, ha puesto como punto de partida el macrosumario 18/98. A partir de ahí, ha repasado las numerosas redadas que sufrieron miembros de Herri Batasuna, Jarrai, y posteriormente, Haika o Segi. La psicóloga ha precisado que, en ese periodo de tiempo –en 2013 se realiza la última detención con aislamiento–, los métodos de tortura fueron cambiando: «A partir de 2007, se utiliza más la tortura psicológica, y los efectos de esta pueden durar entre ocho y diez años».

No obstante, también cambiaron los métodos de respuesta y, para Barrios, hacer públicas las listas negras  «supuso un paso adelante en el ámbito de resistencia, ya que se empieza a colectivizar la realidad de la tortura».

Justamente, Iker Moreno, exmiembro de Segi que sufrió un episodio de torturas, vivió todo ese proceso de primera mano. Sintió el miedo cuando en las los coches patrulla de las redadas de madrugada hacían temblar los cristales de su casa mientras detenían a todos sus compañeros, y cuando el mismo coche le perseguía cuando salía de casa con la bici. «Cada vez que temblaban los cristales miraba por la ventana, no podía dormir. Esa semilla del imaginario de la tortura iba creciendo», ha relatado. Hasta un punto en el que «quería» que lo detuviesen. Y lo hicieron.

Tras cinco días incomunicado, la prisión le parecía «un lugar seguro». Y al salir, comenzaron los ataques de ira, enfados con amigos y familiares. No sabía qué le pasaba, hasta que se puso en contacto con Barrios: «Oihana [Barrios] me ayudó a identificar que lo que me ocurría tenía que ver con la tortura, conseguí conectar la memoria del cuerpo con la cabeza». «Cuando Oihana me pidió que me pusiera a un milímetro de la pared –como le obligaron cuando fue torturado– me bloqueé, era como si hubiese hecho un Iron Man», ha explicado. No obstante, fue la primera vez que reconoció lo que le habían hecho. «Me afectó durante una semana y fue justo antes de sanfermines, siempre se lo recordaré a Oihana», ha bromeado.

Además, Moreno ha remarcado que un factor con el que pretendían «destruir» a miembros que estaban participando en el cambio de estrategia de la izquierda abertzale era el sentimiento de culpa, lo que suponía haber delatado a compañeros. «Querían destruir nuestras relaciones a través del sentimiento de culpa», ha explicado.