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El problema no es Colón

No compro la idea de que ha sido la conjura de las derechas en Colón la que ha precipitado las elecciones. Sánchez las ha convocado precisamente por lo contrario, porque cree que su fiasco de participación da opciones a la España moderada-progresista. Pero ese contraataque es inviable para una izquierda que siempre ha mirado al Colón de Madrid, no al de Barcelona.

Ramón Sola

En Barcelona también hay Monumento a Colón, conviene pensar un poco en ello. Se levantó en la misma década que el de la plaza madrileña; los 80 del siglo XIX. El de las Ramblas nació en el marco de la Exposición Universal de 1888, que levantó las iras del catalanismo de la época. Barcelona era una parte de España no muy diferente a Madrid. El mundo miró aquel año a Catalunya; aquella muestra de la incipiente industria recibió más de dos millones de visitantes. Y ahora, con las pantallas de última generación, ha vuelto a mirarle desde octubre de 2017; muy cerca de ese monumento el Parlament declaró la República y bajo el Arc de Triomf que daba entrada a la exposición se festejó.

El Colón de Madrid es hoy la coartada de Sánchez para convocar a elecciones. Puede que acierte tácticamente, el miedo cambie de bando (Vox y Casado pueden acabar asustándose hasta a sí mismos), el progresismo español se movilice y dé la vuelta a la tortilla andaluza. Pero el problema seguirá latente. Y la expectativa de que emerja una mayoría democrática en España ya ha perdido la primera ocasión de coger la sartén en sus manos. Oriol Junqueras se lo puso a huevo. ¿De verdad no había demócratas del Ebro para abajo revolviéndose incómodos ante la declaración televisada? ¿En serio no hay una mayoría que comparta que el delito no es votar sino impedirlo? ¿Acaso alguien se cree realmente que los violentos eran los del «procés»? Y entonces, ¿callan por apatía, por vergüenza o por temor?

En la era de la frivolidad política, para esa progresía ha sido más fácil quedarse en la banalidad, mirar al dedo que apunta a la luna, refugiarse en el meme. Junqueras ama a España, sí, no es la primera vez que lo dice. Pero es a esa España que no se reconoce, que no se revela ni se rebela. Al fin y al cabo, hay Colón en Barcelona y en Madrid, pero si el primero es símbolo turístico de una ciudad multicultural y abierta, al segundo solo se conoce por la rojigualda gigante de Trillo y los tribunales anexos para juicios sumarísimos, puro franquismo. Desde 1888 a 2019 Catalunya y España, también Euskal Herria y España, no han dejado un solo día de alejarse, aunque fuera un milímetro. Lo ha conseguido su derecha cruel, pero no lo ha impedido su izquierda timorata. Ahora no anda tarde, simplemente porque nunca ha andado. Es cuestión de tiempo.