No son los muertos, son los vivos
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Hace ya un tiempo que vemos al lehendakari y otros altos dirigentes del gobierno y del PNV enfadados en público ante cualquier réplica o propuesta que venga de la oposición, particularmente si llega desde los independentistas. Y eso que quien te enfada te domina...
Será temor a la emergencia de su adversario histórico, o fruto del larguísimo desgaste de gobierno, de la cascada de corrupciones cercanas o del efecto de la luz sobre la desastrosa gestión en problemas de esta legislatura.
Incluso la crisis sanitaria es motivo de irritación para el lehendakari y candidato si el tema se sale de la propaganda y se lleva al debate político. Responde con acritud a las preguntas y las críticas de sus oponentes: «Eso –dijo en el debate de la pasada semana– es jugar con los muertos».
Como si opinar fuera una falta de respeto a la memoria de los fallecidos. Es una manera muy grosera y hasta macabra de intentar zanjar un debate político legítimo y pendiente: cómo se han hecho las cosas durante la crisis. Con el añadido de que la oposición vasca –salvo la excepción casi irrelevante– ha sido responsable y cooperadora en la superación de este trance histórico, muy lejos de los comportamientos políticos que hemos visto en otros lugares.
Para Urkullu no es suficiente. Quiere adhesión. Y lo ha demostrado despreciando la disposición de los grupos para abordar la pandemia coordinadamente. Con el Parlamento cerrado desde el 11 de febrero (¡cinco meses!) y sin órganos de control, el lehendakari ha gobernado sin contrapoder, sin reunirse, sin buscar acuerdos con el resto de fuerzas –incluso desplazando a su socio de gobierno– y como si tuviera mayoría absoluta. A fuerza de comparecencias televisivas de calidad y sin otro tipo de control que las intervenciones mal iluminadas de la oposición desde el confinamiento de sus hogares. Y enfadado.
Pero debatir de la crisis sanitaria, incluso en campaña electoral, no debe ser de ninguna manera un tabú porque acumule cientos de fallecidos, sino una obligación, pues la gestión de lo público es precisamente una de las expresiones más relevantes de la política.
Porque son precisamente los trabajadores más cercanos a los afectados por la enfermedad los que han sufrido carencias materiales y de seguridad y protección –con sentencia del TSJPV incluida–, cambios de protocolos repentinos y condiciones de trabajo extenuantes. Más de dos mil de ellos y ellas, que nos protegían desde la primera línea, han resultado contagiados. Por carencias del sistema.
La crisis han arrojado luz también sobre la precariedad de los trabajadores –particularmente mujeres– o las condiciones de las residencias de ancianos y su mercantilización. Más de seiscientas personas han fallecido en estos centros.
O la todavía inexplicada renuncia a activar el plan de pruebas PCR propuesto por investigadores e investigadoras vascas. Sin olvidar que estamos en una de las zonas de mayor mortalidad por población del planeta.
Tal vez lo que oculta el enfado es un profundo temor.