Dedicado a Ida
Sobre cómo Thomas Vinterberg ofreció otra ronda de momentos estelares de la humanidad en Zinemaldia.
Vous n'avez plus de clics
Después de llevar más de una década deambulando por festivales de cine, creo que puedo confirmar, con el suficiente conocimiento de causa, que vivir a fondo cualquiera de estas celebraciones no dista demasiado de mantener, durante casi dos semanas, una tasa altísima de alcohol en sangre. Es, en efecto, una sobredosis (de imágenes, sonidos, declaraciones, experiencias…); una borrachera que, como tal, aturde, y por supuesto, confunde. Pasan cosas a tu alrededor, muchas. Tantas, que cuesta horrores procesarlas: es imposible, vaya.
Por ejemplo, empecé la jornada viendo (mejor dicho, disfrutando-de) ‘Another Round’, de Thomas Vinterberg, una película que cierra con una dedicatoria «a Ida». Y nada, ahí quedó el dato, en el limbo del olvido donde terminan todas las señales a las que no prestamos la atención que piden. Nota a pie de página: en un principio, se podría pensar (y de hecho, sigo pensándolo) que con meterse un atracón de películas (esto es, no bajar de las cinco o seis proyecciones al día), ya basta. Y sí, por supuesto, ya «solo» con esto, habría suficiente material como para estar dándole vueltas a la cabeza durante por lo menos un par de meses.
Pero como he dicho, un festival de cine propone mucho más que este fantástico bucle consistente en sentarse, una y otra vez, delante de una pantalla gigante. Están, por ejemplo, los encuentros casuales con esas personas que forman parte de tu ecosistema cinéfilo, pero con las que no coincides tanto (cara a cara, se entiende) como te gustaría. En estas que después de tomarme el tercer café de la mañana, me disponía a encerrarme, de nuevo, en la sala de prensa del Kursaal, ese bunker tan «lejos del mundanal ruido», que a lo mejor podría darse el caso de tener Johnny Depp a unos pocos metros de distancia… y que nadie de los ahí presentes se diera cuenta.
El caso es que entre idas y venidas por los pasillos subterráneos del Cubo, la providencia me dio la alegría de cruzarme, sin quererlo él o yo, con un cinéfilo al que aprecio profundamente. Alguien con quien comparto el amor al séptimo arte, claro, pero también el gusto por el humor semántico. Después de que nuestros respectivos softwares de reconocimiento facial pasaran, por los pelos, la prueba de la mascarilla, nos pusimos brevemente al día y, de paso, nos interrogamos mutuamente sobre esas impresiones festivaleras recién salidas del horno: la imagen general de Zinemaldia seguía expandiéndose.
Lo hizo porque él me puso al tanto de lo que acababa de pasar en la rueda de prensa de, precisamente, ‘Another Round’. Thomas Vinterberg y Mads Mikkelsen, desde la distancia, contestaron a las preguntas y reflexiones de los periodistas, y por lo que me contó, dio la sensación de que todo el mundo se lo estaba pasando en grande (en fin, lo que cabía esperar de los principales artífices de la película en cuestión)… Hasta la última intervención; hasta que a alguien, con toda la –presumible– buena fe del mundo, se le ocurrió preguntar por esa dedicatoria; por Ida. En ese momento, cambiaron las vibraciones. La sonrisa se borró de la cara de los artistas; Mads calló; Thomas habló:
«Esta producción empezó como una película sobre el alcohol, sobre la amistad… pero detrás había también una ambición para elevarla, para que esta hablara sobre la vida. Sobre el hecho de vivir, de estar vivo. Pero cuatro días después de que empezara el rodaje, mi hija murió. Esto nos dejó a todos devastados, fue casi imposible continuar. De hecho, me cuesta mucho hablar de esto ahora mismo… pero decidimos seguir adelante, porque a ella le encantaba este proyecto. Ella era parte de él… de modo que la única manera que teníamos para seguir haciendo esta película, era dedicándosela.»
Sombrío, pero a la vez de una luminosidad casi cegadora. Como el propio film. Por cierto, el vídeo de este nuevo momento estelar de la humanidad a cargo de Zinemaldia, puede recuperarse en el archivo de la web del certamen: https://www.youtube.com/watch?v=Bk_d0KWxfCk&feature=emb_title. Es para verlo en bucle, doy fe. Porque primero nos recuerda lo que ya comentaba, uno de los principales propósitos de un festival: dejar claro que el alma de las películas va más allá de lo que nos muestra el proyector. Después, porque da aún más valor a esta nueva propuesta cinematográfica de Thomas Vinterberg… y porque insinúa, de paso, que seguramente estemos ante uno de los mejores comediantes sobre la faz de la Tierra.
En su filmografía veníamos, por cierto, de la inesperadamente ejemplar ‘Kursk’, cuyo clímax dramático (o más bien trágico) iba al tempo agónico marcado por un chiste interminable narrado por Magnus Millang (otro monstruo a las órdenes del cineasta danés). El humor como último refugio; como esa máxima esgrimida por el gran Ricky Gervais, o sea, como «ese pedo [precisamente] en el funeral de un niño [ídem]». El mundo se derrumbaba, pero él consiguió salir adelante… y mantenerse más fiel que nunca a ese gesto que inevitablemente dividirá a la parroquia (gajes con los que tienen que cargar los genios). Reír de desesperación, reír por catarsis: reír para salvarse. Qué película, qué hombre, qué festival… qué borrachera.