Alfonso, un intelectual práctico
Alfonso Sastre ha estado entre nosotros noventa y cinco años. Una larga vida. Una vida entregada a pensar la vida, a crear personajes que nos explicasen otras vidas, otras posibilidades, a escribir libros importantísimos para entender lo que era la imaginación, el humor, la práctica intelectual alejada de los academicismos, sustentada en la realidad, el contacto con la praxis política.
Eso es lo que nunca le perdonaron. Que tuviera una idea del mundo, de la organización de los seres humanos aquí en la Tierra y que fuera fiel a esos principios más allá de agasajos y premios. Porque Alfonso tuvo muchos reconocimientos y premios de los más importantes dentro de su género, es decir, de dramaturgo que militó estéticamente en un realismo pegado a una idea, del filósofo que estudiara sobre la mismísima tragedia, que nos explicara de manera clara lo que es el drama. Hay que recordar que tiene unas decenas de obras escritas, muchas de ellas estrenadas, que tuvieron una repercusión dentro del Estado español y una difusión en otros escenarios internacionales que lo convirtieron en uno de los grandes dramaturgos europeos de la segunda mitad del siglo veinte.
Hoy nos ha dejado, pero ya se había ejercido un silencio doloso sobre su persona y su obra desde hace unos años. Somos unos cuantos los que pensamos que se le apartó de los escenarios debido a su militancia política. Entre aquellos que tuvieron posibilidades de poner en pie sus grandes obras cundió el miedo. Las campañas mediáticas sobre su presencia en Euskal Herria junto a la izquierda abertzale cundieron entre los melifluos, encontraron algunos una excusa para no darle el espacio que merecían sus obras en las programaciones.
Su muerte escénica se decretó hace lo menos una década. Antes pasó por momentos contradictorios, desde tener un grandísimo éxito comercial con aquella maravillosa ‘Taberna fantástica’, hasta tener estrenos más o menos dignos en el Centro Dramático Nacional de Madrid, con obras de escritura nueva, o de viejos éxitos que se reponían sin la enjundia necesaria. Su última obra que tuvo montaje apropiado y distribución adecuada fue la magnífica ‘¿Dónde estás, Ulalume, ¿dónde estás?’. El teatro vasco tampoco lo acogió de manera importante. Esta obra mencionada fue uno de los montajes más solventes y de mayor trayectoria. Era una situación que se entiende quizás por las propias obras de Alfonso que requieren un esfuerzo de reparto y de producción para hacerse con la suficiente ambición artística que toda su obra tiene.
Su extensa vida como dramaturgo tuvo relevancia en los años sesenta y setenta, cuando los fines de semana podían verse varios montajes de sus obras realizados por grupos aficionados de todo el Estado. Cuando sus obras se estrenaban en teatros importantes de Europa, con traducciones de primer nivel. Nunca se desanimó, nunca escribió haciendo concesiones. Su coherencia le llevó a extremar sus condiciones mínimas de vida. Su labor fue leer, pensar, escribir, dar cursos, asistir a conferencias, ser solidario con los pueblos y las personas. Es decir, un ejemplo a seguir.
Hoy es día de emociones, nos cuesta separarnos de nuestras vinculaciones personales. En la revista de las artes escénicas ‘Artez’, que todavía dirijo, escribía cada mes unos artículos que era seguidos por miles de personas en todo el ámbito del teatro Iberoamericano donde era muy conocido, apreciado y seguido. Ahora recuerdo que cuando cumplió ochenta años le regalamos un libro con todos sus artículos hasta esa fecha. A los años, por circunstancias de su situación, fue dejando de escribir con asiduidad, hasta que lo dejó del todo. Y fue una pérdida para todos, su voz era muy importante, siempre aportaba cosas de gran valor.
Seguiremos pensando en sus obras, se deberán revisar en serio, porque recuerdo que en una de las varias entrevistas que le hice, aseguró que sabía que escribía para la posteridad, que quizás en vida no viera sus mejores obras puestas en pie. Ojalá esta profecía se cumpla. Algunos llevamos décadas intentando que se ponga en pie ‘El camarada oscuro’. Curiosamente hace apenas un mes hablaba de Alfonso y de esta obra en Bogotá con Patricia Ariza, una mujer que fue (y está todavía) estigmatizada, perseguida por ser candidata de Unidad Popular, un grupo político al que exterminaron los paramilitares. Ella es dramaturga, actriz, directora, impulsora de La Candelaria, una institución teatral de resistencia. Ella hablaba de cómo cuando estaba perseguida recibió una llamada de Alfonso (Y Eva), para que se viniera a Hondarribia para pasar unos meses tranquila, fuera del agobio. Así era este hombre, un auténtico intelectual que supo estar a pie de calle. Abrazos a familiares, amigos y seguidores.
Ruego me perdonen lo atropellado de esta semblanza urgente.