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Los talibanes siguen jugando con las mujeres afganas

Con la crisis que asola al país, las mujeres siguen a la espera de que los talibanes aclaren su papel en la sociedad, La mayoría de colegios siguen cerrados pero las mujeres siguen trabajando en el sector privado. La ambigua situación obedece a causas culturales y religiosas pero también económicas

Un grupo de niñas afganas en Kandahar. (Filippo ROSSI)

En un Afganistán asolado por una crisis devastadora, las mujeres continúan con su lucha para que sus derechos sean reconocidos por el Gobierno talibán. Tras las primeras señales preocupantes a finales de agosto, con pocas mujeres en la calle y muchas escuelas y oficinas cerradas a ellas, hay algunos signos de apertura, a todas luces insuficientes: en cinco provincias las niñas mayores de 6 años han regresado a la escuela. Pero en el resto del país nada. Y aunque, por lo menos en las ciudades, las chicas salgan a la calle vistiéndose como antes y trabajen en muchos sectores como hospitales, ministerios, aeropuertos y medios de comunicación, no todas han podido retomar su vida con normalidad.

A esto se suma la crisis económica, que ha provocado que muchos de ellas pierdan sus puestos de trabajo.

Algunas decenas de valientes niñas protestan regularmente, desfilan por las principales avenidas de Kabul y claman por ser respetadas. Los talibanes frenaron de inmediato las manifestaciones sin golpearlas pero reaccionaron con contundencia con quienes intentan tomar fotos, especialmente con los periodistas. Una represión justificada por el portavoz del Ministerio de Interior, Qari Sayed Khusti, «por la situación de emergencia en la que se encuentra el país».

Las nuevas generaciones

La que más sufre por esta situación es la nueva generación, las chicas que estudiaron, que trabajaron, que antes tenían una vida aparentemente normal. Samira Khairkhwah, 25 años, está entre ellas. Periodista y activista, parece ser una chica sofisticada y elegante enamorada de su país: «Los talibanes no tienen disciplina. Es un caos. No estoy de acuerdo ni con unos ni con los otros. Algunos nos dan permiso para protestar, otros no. En algunas regiones ya permiten que las niñas estudien hasta el final de la escuela secundaria, en otras no. No está nada claro».

Samira es una mujer fuerte, valiente y educada. Durante una protesta llegó a arrebatar el Kalashnikov a un talibán que maltrataba a un reportero y le espetó que «si yo muero, el Emirato Islámico tendrá que responder por ello». «No quiero irme. Me gustaría quedarme aquí para luchar, para seguir protestando incluso a costa de mi vida», asegura, para añadir que, a día de hoy y aunque todo parezca estar tranquilo, las mujeres tienen que andar con cuidado para ir a reuniones,  conferencias y, como ella, a entrevistas. El peligro para la vida de la mujer afgana no ha acabado.

Aunque Samira sea un símbolo de una nueva generación femenina empoderada y que quiere emanciparse, quiere huir a otro lugar para vivir. También por motivos económicos: «No tengo trabajo, no hay dinero y no hay futuro aquí. No quiero esperar 10 años a que los talibanes decidan abrir escuelas para terminar mis estudios». Por ahora, como dice ella, «solo las universidades privadas permiten que las mujeres estudien. Y en el sector privado pueden funcionar. El problema es el sector público. Eso es lo que tememos. Antes podíamos expresarnos, hablar en los medios. Hoy es difícil. Cuando llegaron los talibanes, confiábamos en un cambio tras escuchar las palabras de Zabiullah Mujaheed (portavoz del Emirato Islámico). Pero ahora vemos que no hay señales positivas».

Samira habla con ímpetu y determinación juveniles. Mahbouba Seraj, por su parte, una gran activista por los derechos de las mujeres en el país, hace un análisis más cínico: «Después de tres meses todavía estamos en esa fase de ‘esperemos a ver qué pasa’. Los talibanes tendrán que dar a las mujeres el derecho a la educación, de lo contrario creo que ni siquiera recibirán fondos internacionales. Además, al no permitir que las mujeres trabajen, ponen en peligro a miles de familias que se mantienen únicamente con sus salarios. Es un gol en propia puerta. Sin embargo, hay que decir que, si muchos de esos salarios están realmente en peligro, no estamos en los niveles que informan los medios». Reconoce, eso sí, que «nunca he conocido a una mujer afgana que no quisiera ir a Occidente», como es el caso de jóvenes como Samira, que sueñan con un futuro en otro lado.

Desavenencias internas talibanes

La causa de la mujer ha sido motivo de luchas internas entre los talibanes estos meses. Entre las facciones más diplomáticas y las más fundamentalistas. Representantes gubernamentales, de hecho, lo reconocen. «Fue un error muy grave no dejar que las mujeres estudiaran y trabajaran. Hay extremistas en el Gobierno que crean problemas –comenta un representante del Ministerio de Exteriores–. Pero estoy seguro de que se solucionará. Mi hija trabaja, la otra va a la universidad. ¿Cómo puedo decirles a los demás que no dejen estudiar a las niñas?».

El portavoz del Ministerio del Interior, Qari Sayed Khusti, también quiere insistir en este punto pero delata el paternalismo con el que los talibanes, y muchos hombres en el mundo, justifican la discriminación de la mujer: «No estamos en contra de la educación y el trabajo de las mujeres, solo queremos que se den las condiciones para que trabajen de forma segura. Antes sufrieron muchos abusos en el Gobierno anterior. Nosotros no queremos dejarles trabajar solo de cara a la galería, sino que queremos protegerlas. Ya he tenido entrevistas con mujeres que trabajaron aquí en el Ministerio. Volverán pronto y anunciaremos la reapertura de las escuelas», promete.

Si Qari Sayed Khusti saca a la luz un problema real en el Gobierno anterior, es decir, muchos casos de abuso sexual, comprobados, a cambio de trabajo –«¿quieres trabajar? Entonces... »– la inquietud  de muchas mujeres se retrotrae a los años 90, cuando las promesas hechas por el Gobierno de señor de la guerra Rabbani primero y luego por los talibanes, de que dejarían que las niñas estudiaran y trabajaran nunca se hicieron realidad. Y muchas temen que la historia se repita.

Y aunque los talibanes siguen prometiendo que todo se resolverá «pronto», Seraj hace sonar la alarma: «Muchas mujeres se han convertido en la columna vertebral de miles de familias, y solo trabajan ellas para poder alimentar a los menores. Si no pueden hacerlo las consecuencias son terribles», advierte. Todo ello sin olvidar, a futuro, «la importancia vital de que las mujeres estudien porque permitiría un cambio gradual de las mentalidades con el paso de los años».