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Croquis de la primera edición del Cross Infantil organizado por Osasuna a mediados de mayor de 1925.
OSASUNA MEMORIA

Los primeros «runners» de Osasuna y la posterior represión que sufrieron


Tal día como hoy de 1925, la Plaza del Castillo reunía a un centenar y medio de chavales con edades comprendidas entre los 13 y 15 años, emocionados y dispuestos a participar en la primera edición del Cross Infantil de Osasuna ante los ojos de su ciudad, Iruñea.

Formando entre tres y cuatro hileras, esperaban el sonido del disparo que diese la señal de inicio. Entre toda esa chavalería, participaron Tomás Ariz, Ramón Huder, Octavio López, José Zapatero, Antonio Espila, Armando Grávalos y Pablo Amatria, protagonistas de esta historia.

Once años después, en ese mismo lugar, que había sido rebautizado como Plaza de La República, los golpistas dirigidos por el general Mola organizaron una performance militar, dando inicio a una guerra que provocaría regueros de sangre y llevaría al país a una auténtica pesadilla.

Aquella misma madrugada del 19 de julio de 1936 asesinaron a Tomás Ariz, tras detenerlo mientras organizaba un grupo de resistencia. Durante los días siguientes, diversos pelotones de fusilamiento fueron acabando con la vida del resto de nuestros protagonistas.

La pasión roja se extiende por Iruñea

Un año antes de la celebración de dicha prueba atlética, en 1924, Osasuna se proclamaba en Sevilla subcampeón de España de la Serie B, mientras que el equipo hermano del Real Unión se alzaba con la Copa frente al Real Madrid, un triunfo que sirvió de consuelo para la afición rojilla.

Apenas un año después, La Pamplonesa abría camino a una enorme kalejira popular que, partiendo de la Casa Consistorial, se dirigió hasta el campo de San Juan acompañando al equipo argentino de Boca Juniors. El fútbol estaba alcanzando sus mayores cotas de popularidad en la ciudad.

Osasuna, en clara vocación atlética, se planteó entonces impulsar otras disciplinas que ya venía trabajando años antes sin mucho éxito. «Osasuna y el atletismo, ¡ese es el camino!», destacaba “Diario de Navarra”. Este medio y “La Voz de Navarra” acogen con entusiasmo la iniciativa de organizar un cross infantil por parte de una comisión compuesta, entre otros, por el presidente del club, Francisco Indave, además de Mariano López Sellés, Ramón Bengaray, Corpus Sesma, Florencio Alfaro y Vicente Amigot.

La idea impulsada por la entidad rojilla, que incluye la formación de un comité y un jurado para llevarla a la realidad, coincide en el tiempo con la noticia de la creación de una futura Federación Navarra de Atletismo. «Ya no es afición, es una auténtica “fiebre” que amenaza convertir en pistas de entrenamiento todas las plazas y paseos de la ciudad, en forma que va a ser poco menos que imposible pasar por calles sin ver un maillot de diversos colores. Este afán nos alegra y debe ir dirigido a su mejor educación. Un consejo para los niños (…) Nada de excesos, puede ser una causa de prematura vejez».

El redactor de esta cita periodística, Txiri, había tenido conocimiento de que los chavales se entrenaban sobre distancias de ocho kilómetros, entre Pamplona y Villava, ida y vuelta, y a juicio del plumilla, esto podía considerarse como peligroso. De hecho, ponía el ejemplo de un tal Sarduy, al que tanto entrenamiento no le había sentado bien.

Ello no es obstáculo para que los medios den publicidad al cross infantil en sus días previos. “Diario de Navarra” emplea todo tipo de superlativos, como «hazaña», «expectación enorme» o «entusiasmo por ver a los 143 mocetes inscritos». Entre estos últimos, no encontramos ninguna niña. No es de extrañar. Eran los años de la dictadura de Primo de Rivera, y hasta la proclamación de la II República, las mujeres apenas contaban con derechos y su presencia en igualdad en el espacio público brillaba por su ausencia.

La jornada atlética transcurrió festivamente. Según “La Voz de Navarra”, la animación inundó la Plaza del Castillo, muy concurrida de público, fundamentalmente chavalería, tanto la que iba a participar en la prueba, como aquellos amigos que acudieron a animarles.

Por su parte, “Diario de Navarra” daba el palo y la zanahoria. Felicitaba a los impulsores por el éxito obtenido, pero no dejaba pasar la oportunidad para resaltar algunos fallos organizativos, así como cierto desorden a la hora de realizar las clasificaciones.

Los medios publicaron fotografías donde se apreciaba la alegría y emoción de los grupos de chavales posando sonrientes y con distancias notables de altura, dadas las diferencias de edad entre los participantes.

Con los brazos en alto y gritando, Miguel Santamaría, del Izarra, fue el vencedor.  Empleó 10 minutos y 20 segundos para completar el recorrido, acompañado en la meta por un ciclista. La carrera fue un rotundo éxito que hacía pensar en futuras ediciones y en seguir entrenando para mejorar los registros.

Siete corredores, el compromiso republicano y el pago más caro

Ese día fue seguramente la primera vez que se entrecruzaron las vidas del máximo mandatario rojillo por aquel entonces, Francisco Indave, y las de Ramón Bengaray y Tomás Ariz, quien al año siguiente correría con la camiseta de Osasuna, después de hacerlo con la del Minerva en esa primera edición.

Sus caminos coincidieron en fechas sucesivas, pues once años más tarde, en una carrera agónica y marcada por las desiguales fuerzas, todos ellos optaron por defender la legalidad vigente y plantarle cara a un golpe militar liderado por el fascismo. Seis chavales obreros –solo el séptimo era escolar– y deportistas, con las ideas muy claras, que las llevaron hasta las últimas consecuencias.

Tomás Ariz vivió en Alde Zaharra, primero en la calle Nabarreria y después en la Nagusia, donde estaba hospedado con la familia Cemboráin, junto a un compañero comunista, Eduardo Maestro “Firpo”, en 1935. Junto a Jesús Monzón y Clemente Ruiz, eran líderes indiscutibles del Partido Comunista, razón por la que tendrían un importante protagonismo en los meses previos al golpe.

Apodado “Minuto”, era tan valiente en el plano político como en lo que se refiere a su afición taurina. Integrante de una familia muy numerosa –tenía trece hermanas y hermanos–, abandonó el  hogar por discrepancias políticas con su padre.

Trabajó en un despacho de abogados –en el padrón aparece como escribiente–, al tiempo que preparaba la carrera de Derecho. De joven se afilió a la CNT, cuyo secretario, Galo Vierge, amigo suyo, lo recordaba con admiración.

Ya formando parte del Partido Comunista, su presencia era habitual como orador de mítines y actos del Frente Popular. Fue detenido en San Adrián el 19 de julio cuando, junto a varios compañeros, se dirigían en coche para reunir a los alcaldes republicanos, con el objetivo de organizar un grupo de resistencia.

Esa misma noche Ariz fue asesinado y el resto corrió la misma suerte tiempo después. Aunque no ha quedado probado del todo, se le adjudicó una relación sentimental con Camino Oscoz, joven profesora perteneciente a la UGT, que fue detenida, torturada, violada y arrojada al vacío en el Balcón de Pilatos, en la Sierra de Urbasa.

Ramón Huder pertenecía a una familia de médicos y juristas con larga trayectoria política de carácter liberal republicano. Su abuelo, Francisco, resultó elegido alcalde de Iruñea y Diputado en Cortes, además de proclamar la Primera República en 1873.

Su tío, Serafín, haría lo propio años más tarde con la Segunda República en el mismo balcón del Ayuntamiento de la capital navarra. Su padre José Joaquín, que ejercía como abogado, fue concejal liberal-republicano y secretario de la Sala de la Audiencia de Iruñea.

Este último falleció siendo Ramón muy niño, por lo que se crió con su madre y dos hermanas en una vivienda de la calle Campana. De profesión motorista, era empleado de la Diputación y pertenecía a Izquierda Republicana.

Pese a que en aquellos años convulsos, el entonces presidente de la Diputación, Juan Pedro Arraiza, le garantizó que nada le pasaría y su amigo Rafael García Serrano, falangista que llegó a ser director de “Arriba”, escribió que habían decidido ayudarse en caso de una eventual guerra, el caso es que los golpistas le responsabilizaron de un paquete que transportaba, sin él ser consciente de su contenido.

Fue interrogado e incluso un guardia civil salió en su defensa, asegurando que solo era un mandado. Fue puesto en libertad, pero al no sentirse seguro, buscó refugio en la casa de su tío Serafín, en busca de protección. No le sirvió de mucho, pues dos días después un camión lleno de  personas armadas se lo llevó detenido. Estuvo encarcelado y posteriormente fue fusilado en Valcardera, junto a su primo Marino.

Octavio López nació en Zalla, de padres inmigrantes manchegos. Era el mayor de cinco hermanos y la familia vivía en la calle Estafeta. De sus “hazañas” infantiles da buena cuenta la prensa, que recoge cómo fue detenido por robar huevos junto a otros chavales, además de ser mordido por un perro, según aparece en una nota de la Casa de Socorro.

Ya de adulto, ejerce como mecánico, mientras que su padre es tornero. Aunque su gran pasión era la tauromaquia. En fiestas de Zangoza de 1930, tal que un 14 de septiembre se lanza al ruedo a torear como espontáneo el segundo novillo.

“Diario de Navarra” informó de que “El Niño Balboa”, tal y como se le conocía en el mundillo, dio buenos capotazos y demostró cualidades para el arte. Dicho bonito toreo permitió que se le condonara la pena por infringir la ley.

Dos años más tarde le toca África como destino militar y en 1934 aparece implicado en un presunto delito de atentado contra la autoridad y lesiones, proceso judicial en el que es defendido por Jesús Monzón.

José Zapatero era un mozo alegre y simpático, que perteneció a la popular peña La Veleta, y que se ganaba la vida como obrero y jornalero. Ingresó en las filas comunistas siendo muy joven y ya estaba fichado por protagonizar algún altercado con fuerzas derechistas.

Así describió Jimeno Jurío el suceso. «Poco antes del movimiento, se organizó follón en Chiminguay, entre baile y baile. Los de La Veleta con requetés que llevaban porras... Zapatero cogió debajo a uno. Cuando los separaron, le dijo: “Zapatero, esto ha ocurrido esta vez, pero no pasará otra. Te has de acordar de esto tú”.

Fue detenido al inicio del golpe militar en la Taberna del Rojo, ubicada en el barrio iruindarra de Donibane, junto al dueño del local y siete personas más. Pasó el día en comisaría y lo pusieron en libertad.

Al parecer, el 20 de julio hubo huelga general contra el sublevamiento, de la que poco conocemos. Al día siguiente, fue a trabajar, pero finalmente decidió ir otra vez a la misma taberna al ver que estaban apresando a más gente. Nuevamente fue detenido, junto a otros afiliados de la CNT y UGT, sindicato al que pertenecía Zapatero. Acusados por la Falange de preparar una reunión clandestina y juzgados en septiembre, para entonces a Zapatero ya le habían fusilado.

Antonio Espila, de La Navarra FC, era un jornalero, afiliado a la CNT, y que se hospedaba en la casa de los Olite García, ubicada en la calle Campana. Detenido en 1935 junto a su conviviente Victorino Olite por rebelarse y atentar contra un guardia municipal, los republicanos Gabriel Iciz y Enrique Astiz ejercieron como abogados defensores en el juicio. Apenas un año más tarde, los cuatro correrían el mismo fatal desenlace del pelotón de fusilamiento.

Armando Grávalos, nacido en Burdeos y del Indarra, se dedicaba al comercio junto a su hermano José María, a la temprana edad de 14 y 17 años, respectivamente, entre otras razones porque debían colaborar a la economía familiar de una casa regentada por su madre viuda.

Pertenecía a las Juventudes Socialistas Unificadas y fue detenido el mismo 18 de julio. Al sacarlo de la cárcel y plantarles cara a sus captores, se dice que lo mataron allí mismo. Otras fuentes apuntan a que su ejecución se produjo en Zizur, junto a otros diez iruindarras el 16 de noviembre de 1936.

Pablo Amatria nació en Baiona, aunque como la de Grávalos, su familia también acabó regresando a Iruñea. Segundo de ocho hermanos y vecinos de la calle Jarauta, él y su hermana Petra se ganaban la vida como zapateros.

El 19 de julio huyó a la zona republicana junto a un amigo y luchó en Gipuzkoa, donde fue herido hasta en tres ocasiones, una de ellas con una bala que le atravesó el hombro. Tiempo después, resultó hecho prisionero cuando trataba de escapar en el buque Gaviota rumbo a Francia.

Internado en el campo de concentración de Pontevedra, relató mediante una serie de cartas cómo fue ayudado por una mujer, de la que la familia Amatria nunca pudo conocer su identidad o paradero. Después de un consejo de guerra, lo fusilaron en julio de 1938. «Era una bella persona y dicen que bastante ligón», recordaba su hermano Luis.

Su cuerpo permanece en una fosa al lado del cementerio de dicha ciudad gallega, que nunca se abrió. Posteriormente, su hermana Petra sería detenida y encarcelada junto a su madre Saturnina, a la que le cortaron el pelo, la subieron en un carro y le tiraron piedras.

Entre sollozos, Luis reivindicaba: «No hay derecho (…), se cebaron con ella una cosa bárbara. Hay que sacar a mi hermano y traerlo aquí, donde yo esté y mi hermanica, la Feli, eso tenéis que hacer». Pocos meses después de la entrevista, falleció.

Muertos en las cunetas con la aquiescencia eclesial

Contaba Galo Vierge que en Navarra todos los días aparecían muertos en las cunetas. La misma fecha que Iruñea celebraba una procesión a la Virgen salían de prisión dos autocares con 53 presos en dirección a las Bardenas (Valcardera) y allí serían asesinados.

Entre ellos, los citados José Zapatero, Antonio Espila y Octavio López. Natalio Cayuela, presidente de Osasuna, apenas meses antes, artífice del primer hito del club, como fue el ascenso a Primera División y las semifinales de Copa, también formaba parte de esa caravana de la muerte.

Todas las autoridades lo sabían, incluido el Obispo. Los capellanes Miguel Huarte y Antonio Añoveros testificaron sus muertes. El único superviviente, Honorino Arteta, escribió un testimonio estremecedor: «Afusilaban por grupos de seis, cuando fue nuestro grupo ya habían fusilado a dieciocho, los que estaban en una gran balsa de sangre».

Tras la orden de fuego y las descargas, Honorino, pese a tener varias heridas provocadas por cuatro balazos, y dos compañeros más salieron corriendo, entre estos últimos supuestamente Zapatero, según el testimonio escrito por Vierge.

Dejaron muertos tras de sí a los hermanos Cayuela y a Galbete. Perseguidos por vehículos, pronto dieron alcance a sus dos compañeros y allá mismo los remataron. Honorino, en una huida de película, logró pasar a Francia y, años después, contó la tragedia ocurrida.

No fueron los únicos entre los participantes y organizadores del cross que sufrieron la represión. Son los casos de Feliciano Biurrun, Alejandro Aldave, Doroteo Armendáriz, Ignacio Blasco, Ignacio Aquerreta, José Paternain y Víctor Huarte, que fueron detenidos y encarcelados.

O Ángel Astiz y Salvador Urroz, que sufrieron el exilio. Hubo otros atletas de Osasuna, como Cruz Ameztoy, que resultó asesinado; o Eloy Zufiaurre, que murió en el frente republicano, además de Victoriano Amigó, también encarcelado. 

Eran jóvenes dispuestos a luchar, a través de la República, por la defensa de un futuro colectivo mejor y por el progreso social ampliando los derechos colectivos. Fueron asesinados por su compromiso de izquierdas y en defensa de la democracia.

Quisieron eliminarlos físicamente y también su memoria. Aficionados al fútbol y al deporte en general, soñando algunos con ser toreros, los responsables del golpe militar decidieron acabar con las vidas de José, Tomás, Antonio, Ramón, Octavio, Armando y Pablo.

Los golpistas, dirigidos por Emilio Mola, el “Asesino del norte”, como le denomina Paul Preston y al que atribuye la responsabilidad de la muerte de 40.000 civiles, vencieron la guerra e impusieron su relato, homenajearon y edificaron su memoria sanguinaria.

Para contrarrestar dicha manipulación histórica, es hora de honrar a sus víctimas. Así, una carrera popular infantil organizada en 2025 por Osasuna o, en su defecto, alguna institución o colectivo sería la mejor forma de restaurar la memoria de estos siete runners.