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Tradición y futuro en la final de consolación

Suecia buscará su cuarto bronce mundial frente a Australia, que nunca antes había superado los cuartos de final. El Estadio de Brisbane se llenará para apoyar a las Matildas, que causan furor en el país.

La selección australiana hace piña con una forma muy significativa tras caer ante Inglaterra en semifinales. (David Gray | AFP)

Penúltimo partido de un Mundial que acabará con campeón inédito. Puede serlo el podio al completo, de hecho, si Australia culmina la increíble experiencia que está viviendo durante el último mes superando mañana a Suecia (10.00) en la final de consolación. El Estado de Brisbane, 52.000 asientos, se llenará para apoyar a las Matildas, que causan furor en su país.

A los estadios llenos –el récord de asistencia de Canadá 2011 se superó antes de completarse la fase de octavos– se le han unido unas audiencias televisivas estratosféricas en Australia, donde el partido de cuartos de final contra Francia se convirtió en la emisión más vista desde los Juegos de Sidney hace ya 23 años y el de semifinales superó la cita olímpica con un pico de más de once millones de telespectadores, un 44% de la población. Ventas récord de camisetas, estatuas, festivales y, sobre todo, la sensación de que el fútbol femenino no va a ser una moda pasajera, ni en la práctica por parte de las mujeres, ni en el seguimiento, al margen del sexo.

La apuesta de la Federación australiana viene de lejos –fue pionera en la equiparación de salarios entre los internacionales y años antes ya había impulsado la actual Liga, todavía modesta– y ha culminado con la organización conjunta con Nueva Zelanda del torneo, en cuyo éxito, evidentemente, también está teniendo mucho que ver el rendimiento de la selección local. La trayectoria de las Matildas ha sido siempre ascendente y son muchas las futbolistas que militan en los mejores equipos de Europa y Estados Unidos pero su mejor actuación no pasaba de las semifinales de los Juegos de Tokyo, mientras en los Mundiales nunca habían superado la eliminatoria de cuartos de final.

Mañana pueden conseguir su primera medalla, «un sueño», admite Sam Kerr. Pero reconoce que, pase lo que pase en Brisbane, su equipo ya se siente ganador por «la herencia que vamos a dejar». «Cuando empezó el Mundial, no nos podíamos ni imaginar que sería así, la manera en la que el país nos ha apoyado. Creo que todas nosotras hemos vivido las cuatro semanas más increíbles de nuestras carreras. No solo sobre el terreno de juego, sino también por todo lo que ha sucedido alrededor». «El torneo ha sido increíble –insiste la delantera del Chelsea–. Por un lado, los equipos, las jugadoras, los visitantes han podido ver qué bello es nuestro país y por otro, sobre todo, los aficionados y el público han demostrado que somos un país de fútbol, que tenemos una súper afición. La manera en la que el país nos ha apoyado, las audiencias de televisión…, todo». Por eso cree que «hace falta invertir en esta disciplina, hay mucho qué hacer todavía. Necesitamos medios para progresar más y creo que con este torneo va a cambiar todo. La herencia no es tanto lo que hayamos hecho sobre el césped como lo que consigamos fuera de los estadios. Es el inicio de algo nuevo».

Si Australia, como las selecciones más humildes que han confirmado el acierto de ampliar el número de participantes, representa el futuro del fútbol femenino, su rival por el bronce es el estandarte de la tradición. Aunque nunca ha ganado el Mundial, solo Estados Unidos se ha colgado más medallas que Suecia, con una plata y tres bronces en su palmarés. Un país de referencia en el fútbol femenino desde sus inicios y que pese al declive de su Liga frente a competiciones más potentes económicamente, ha conseguido mantener una selección competitiva. Pero que se enfrenta a un futuro más incierto, ante la pujanza de otros países y la veteranía de una generación que en los últimos siete años se ha colgado dos platas olímpicas, un bronce mundial y alcanzó las semifinales de la última Eurocopa y que, con permiso de las Bennison, Kaneryd o Bjorn, está dando sus últimos coletazos. Probablemente el último, al menos en lo que se refiere a los Mundiales, en el caso de Caroline Seger, la futbolista europea con más internacionalidades (235) que, con 38 años, ha sido protagonista directa de esta última época dorada de las suecas.

Al contrario de las australianas, a las que ni siquiera por su condición de anfitrionas se les colocaba en el grupo de candidatas al podio, Suecia partía entre las grandes favoritas incluso al título, precisamente por tratarse de un grupo de calidad y experimentado. Pero como lo hicieron Alemania y Estados Unidos antes y de manera más sorpresiva, tampoco el equipo de Peter Gerhardsson ha completado el camino, que ha recorrido de forma irregular. Cumplió de sobra en la primera fase en un grupo sin excesiva exigencia, superó a Estados Unidos en la tanda de penaltis gracias a la actuación de Musovic durante los 120 minutos de juego, superó con merecimiento a un Japón que había sido el mejor equipo hasta entonces y cayó en semifinales ante una España con mayor calidad individual.

Habrá que ver qué cara ofrece mañana en un choque que, en principio, afrontará sin bajas. Y en el que, si marca un gol, Amanda Ilestedt igualará a Hinata Miyazawa para encabezar la sorprendente lista de goleadoras de este Mundial. Por parte local faltará, como ante Inglaterra, Alana Kennedy, que sufre una conmoción cerebral retardada después del encuentro que enfrentó a Australia y Francia. Es probable que Tony Gustavsson repita el once que cayó en semifinales, incluyendo a Sam Kerr, totalmente recuperada de los problemas musculares que le dejaron en el banquillo durante toda la fase de grupos y que, de hecho, firmó el gol de su equipo frente a Inglaterra.