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El arte del sprint

El sprint es uno de los capítulos más bellos del ciclismo, y saber disputarlo es un arte que algunos corredores y equipos cultivan con mimo. Poner orden en el caos que se desborda en los últimos metros es trabajo de equipo, y conseguir darle el final que merece, es algo glorioso.

Jasper Philipsen, del Alpecin-Deceuninck, celebra su victoria al sprint en la primera etapa de este Tour. (Stefano CAVASINO | LiveMedia-IPA/EUROPA PRESS)

Es una suerte ser sprinter en una etapa llana del Tour. O tal vez habría que matizar. Es una suerte ser sprinter hasta los últimos 10-20 kilómetros de una etapa llana del Tour. Sí, porque hasta entonces los sprinters son los niños mimados del equipo. No tendrán que hacer relevos al frente del pelotón, ni bajarán a por barritas energéticas o bidones de agua al coche de equipo. Serán sus compañeros quienes se encarguen de ahorrarles esos esfuerzos y se ocuparán también de que la carrera discurra según lo previsto para llegar en grupo a los kilómetros finales.

Eso sí, a partir de ese momento, la cosa cambia. El equipo les seguirá protegiendo, pero el pelotón pasará a ser una prueba de fuego para los niveles de tensión. Ahí hace falta tener todos los sentidos despiertos para evitar caídas y, si es necesario, saber utilizar los brazos para no perder la posición. Todo con el objetivo de llegar vivo a la última recta, y ahí desatar toda tu fuerza y potencia para poner la bici a más de 70 km/hora con el objetivo de ganar la etapa. Si en esos escasos segundos la cosa sale bien, incluso podrás permitirte un alarde y levantar los brazos. A partir de ahí, el podio, el ramo de flores, los aplausos, el maillot verde quizás… No está mal para un día de trabajo.

Pero para ser honestos, lo que es una suerte de verdad es ser un sprinter con un equipo al completo para ti. Porque el Quick-Step de Tim Merlier buscará colocar a su corredor en la mejor posición para el sprint, sí, pero, su equipo está hecho para arropar a Evenepoel durante todo el Tour. Igual que le ocurre a Van Aert con un Visma al que le sobra el talento, pero que estará más concentrado en la batalla que los entrentará al UAE. Y sí, sé que Van Aert tiene capacidad de sobra para ganar un sprint del Tour, pero todo se hace mucho más fácil cuando tu equipo se pone al frente del pelotón y prepara eso que los italianos llaman il treno. Sí, tenían que ser los italianos quienes le pusieran nombre, por supuesto. Porque nadie sabe más que ellos sobre los sprint. Por algo crearon su propia palabra para este arte: volata.

Por eso pienso en Jonathan Milan y el Lidl-Trek, preparado para que su líder llegue al momento preciso en la posición exacta. O Biniam Girmay, que no ha ganado una sola carrera desde el Tour del año pasado y llega con la obligación de defender el maillot verde logrado entonces, pero cuenta con el equipo Intermarché completo a su disposición. Aunque, segu- ramente, nadie tiene una situación más envidiable que Jasper Philipsen. ¿O es que hay algo mejor que tener a Kaden Groves para lanzarte un sprint? Sí, tener además a Van der Poel para preparártelo.

Poner orden en el caos

Alpecin es un equipo hecho para facilitarle el trabajo a Mathieu en las clásicas, pero cuenta también con uno de los mejores sprinters. Por eso Philipsen, vencedor en la primera etapa, viste el dorsal 101 que le acredita como líder del equipo y cuenta con toda la ayuda que tiene Van der Poel, ganador ayer, en Flandes o San Remo.

Porque hay muchas maneras diferentes de ganar un sprint, pero los mejores equipos buscan siempre poner orden en un momento que tiende al caos, marcar el ritmo del pelotón y dejar a su corredor en la mejor posición a 150-200 metros de la meta. Por eso es tan importante contar con un buen equipo y un buen lanzador. Por eso Cipollini apreciaba tanto a Lombardi, Zabel a Aldag o Cavendish a Renshaw y por eso mismo, en esta edición del Tour, Philipsen buscará la rueda de Van der Poel cada vez que sienta que crezcan los nervios en el pelotón y se acerque el final de etapa.

Pero ni siquiera la ayuda de todo el Alpecin le garantiza la victoria, porque un sprint es también un final para ciclistas vivos, esos que saben colocarse y llegado el momento, aprovechar el trabajo realizado por el equipo de algún favorito. Nadie lo hacía mejor que Óscar Freire, oculto entre los puestos de cabeza y que aparecía cuando se desataba la furia de los metros finales para colarse entre los rivales y levantar los brazos. Zabel seguro que no olvida aquella llegada en San Remo.

Eso sí, intentemos ser civilizados, que los sprinters a los que les gusta sacar los codos no suelen ser los más queridos del pelotón. No lo era Abdoujaparov y probablemente, Museeuw, Vanderaerden y compañía pensarían que ya lo habían avisado, cuando el uzbeko tuvo aquel terrible accidente en la meta de los Campos Elíseos. Y Groenewegen aún debe estar arrepintiéndose por haber empujado a Jakobsen contra las vallas.

Pero siempre habrá ciclistas más agresivos y caídas que volverán a abrir debates. Porque tampoco Cipollini fue el más limpio de los sprinters, como no lo fueron Petacchi, McEwen ni Peter Sagan y no es momento de polémicas. Menos este año, que un sprinter es el ciclista con más victorias de etapa en la historia del Tour. Porque el simple hecho de haberle quitado un récord así a Eddy Merckx debe ser motivo de celebración, y con Cavendish retirado, habrá que ver si es Milan, Girmay, Merlier o Philipsen quien toma su relevo.