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Estrellato sin fantasmas

Jennifer Lawrence, en el pasado festival de Cannes. (Alberto Terenghi | ZUMA/DPA/EUROPA PRESS)

La última gran estrella de Hollywood, así catalogaba Sean Penn a Jennifer Lawrence: una actriz con prestigio, atractivo popular y, ya fuera del sistema de estudios que engendrara el firmamento del cine clásico, con capacidad de decisión sobre sus papeles. De hecho, la última noticia destacable que teníamos de la nacida en Louisville (Kentucky, 1990) era que quería limitar mucho sus proyectos a raíz de su primer parto. Maternar, explicaba en ‘Interview’, ‘me ayuda a deshacerme de proyectos’ a decir, «‘Sí. No. Sí. No. Sí. No. ¿Vale la pena estar lejos de mi hijo medio día?’».

En 2022 solo protagonizó ‘Causeway’, un drama coescrito por Ottessa Moshfegh sobre la restitución sentimental de una veterana de guerra traumatizada. Durante el largo parón que ha antecedido a ‘Die My Love’, aceptó únicamente la comedia ‘Sin malos rollos’, de su buen amigo Gene Stupnitsky, y la película de Lynne Ramsay con Robert Pattinson podría describirse sin apuros como «la versión de Jennifer» de la ‘madre!’ de Darren Aronofsky; otro cuento sobre una madre guardiana que enloquece por la negligencia de su esposo, aunque el de Ramsay esté infinitamente menos alelado en metáforas sobre la feminidad. Además, dirigida por Adam McCay (‘No mires arriba’) prepara ‘Bad Blood’, un biopic sobre la estafa de Elizabeth Holmes, la química propietaria de Theranos (a quien ya vimos en la serie ‘The Dropout’), y en ‘The Wives’, un murder mystery inspirado en el universo del reality ‘The Real Housewives’.

Hasta ahora, la carrera de Jennifer Lawrence había sido mucho más dispersa: desde la crudeza de ‘Winter’s Bone’ (2010), por la que fue nominada al Oscar por primera vez con veinte años, a la comercialidad absoluta en los papeles de Mística en todas las últimas entregas de ‘X-Men’, o de Katniss Everdeen en la saga ‘Los juegos del hambre’. ‘El lado bueno de las cosas’, otra dramedia de calidad, fue la que la convirtió en 2013 en la segunda ganadora más joven del Oscar a Mejor Actriz. ‘La gran estafa americana y ‘Joy’ la convertían en menos de tres años en una habitual de la categoría, y en triple ganadora del Globo de Oro. Pero también amasó la taquilla en la ciencia-ficción romanticoide ‘Passengers’ (2016), hizo de fría espía rusa en ‘Gorrión rojo’ (2018) y se apuntó todos los récords de la sátira de Netflix ‘No mires arriba’ (2021).

Con una filmografía de aguas dispersas, se podría argüir que la condición de estrella es la gallina para el huevo: que no es Lawrence la que se define por su carrera, sino al revés; que todas las películas de JLaw se definen por su actriz. Y que quizás, lo que hoy consagra a una estrella por encima de la simple popularidad, lo que separa a Chris Evans de Timothée Chalamet, es la capacidad de foco. Jennifer Lawrence nunca tendrá que pelear con los fantasmas de sus personajes pasados.