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Mali, cerca de caer: el JNIM islamista arrincona a la Junta Militar en el poder

El JNIM, vinculado a Al-Qaeda, ha impuesto un bloqueo estratégico que paraliza las rutas de suministro en Mali y amenaza la supervivencia del régimen surgido del golpe de 2021. Con las carreteras cortadas, la economía estrangulada y un ineficaz apoyo ruso, el país se acerca a un escenario inédito. 

Vehículos hacen cola para repostar gasolina en Bamako, el 6 de octubre de 2025 (AFP)

Colas interminables de coches aguardan en las gasolineras de Bamako para repostar. Desde el 3 de septiembre, el grupo Jama'at Nusrat ul-Islam wa al-Muslimin (JNIM), vinculado a Al-Qaeda, ha impuesto un bloqueo a la entrada de combustibles en distintos puntos de Malí, paralizando las principales carreteras que permiten el acceso a un país sin un solo metro de costa y que, por lo tanto, depende de sus vecinos para abastecerse.

Los ataques contra los convoyes de camiones cisterna, incluidos aquellos escoltados por las fuerzas de seguridad malienses, constituyen otra de las tácticas empleadas por el JNIM para diezmar las capacidades militares y económicas del régimen. Ni siquiera el despliegue de entre 1.000 y 1.500 efectivos de Africa Corps —antiguo grupo Wagner, formado por paramilitares rusos respaldados por el Kremlin— parece suficiente para contener el avance y la consolidación del grupo fundamentalista en áreas estratégicas del territorio.

La junta militar que controla el país desde el golpe de Estado de 2021 percibe ahora el bloqueo como una amenaza existencial para su poder. La posibilidad de que Mali se convierta en el primer país africano gobernado por fundamentalistas islámicos está más cerca que nunca.

Poder fundamentalista

Sería reduccionista atribuir exclusivamente a la religión las motivaciones del JNIM. Al igual que otros grupos que combaten a las juntas militares en el Sahel —como en Burkina Faso y Níger—, su objetivo principal es dominar las rutas comerciales que atraviesan sus territorios. Por estas vías circulan armas, drogas, minerales, combustibles e incluso productos agrícolas, un tráfico del que obtienen beneficios tanto los gobiernos como los grupos insurgentes. 

Aun así, ignorar el peso de la religión en las filas del JNIM sería obviar una parte fundamental de su lógica interna. Un ejemplo reciente es la imposición de la ley sharía a las empresas de autobuses que entran y salen de Bamako, exigiendo la segregación por sexos y que las mujeres lleven hiyab. Desde que Farabougou, en el centro de Mali, cayó bajo su control en agosto, las mujeres están obligadas a cubrirse la cabeza y la música secular ha sido prohibida.
No obstante, las aspiraciones del JNIM van más allá de aplicar la sharía —ley islámica— en este país subsahariano, y sus vecinos lo saben bien.

Inestabilidad regional

El Sahel atraviesa uno de sus momentos más decisivos en décadas. Tras los golpes de Estado que desembocaron en demandas de soberanía nacional y medidas de corte anticolonial —como la expulsión de las tropas francesas o la creación de la Alianza de los Estados del Sahel (AES)—, las juntas militares han afrontado serias dificultades para garantizar seguridad y prosperidad a sus poblaciones. La presencia y expansión de grupos como el JNIM se ha convertido en el principal factor desestabilizador.

El grupo no ha dudado en mostrar sus ambiciones más allá de Mali. Su actividad en Burkina Faso es incluso mayor que en territorio maliense, aunque sin suponer por ahora una amenaza tan inminente. Además, los países vecinos observan con inquietud cómo redirige su atención hacia ellos. Tras consolidar su influencia en la frontera entre Mali y Níger, el JNIM ha utilizado esa zona como plataforma para lanzar ataques en Benín y Nigeria.

Con el cerco asfixiando al Gobierno y el avance territorial del JNIM consolidándose, el margen de maniobra para la junta maliense se estrecha. La respuesta militar, reforzada por la presencia rusa, no ha logrado revertir la tendencia, y la vía diplomática permanece prácticamente bloqueada en un contexto de aislamiento internacional. Mientras tanto, la población civil carga con el peso de una crisis que combina inseguridad, escasez y falta de horizonte político. El Sahel se encamina así hacia un escenario donde la debilidad estatal y la expansión yihadista amenazan con redefinir no solo el futuro de Mali, sino el equilibrio regional entero. La pregunta ya no es si la región podrá contener esta ola, sino cuánto tiempo resistirá antes de que el problema trascienda definitivamente sus fronteras.