Siria: «Un año después, la alegría se mantiene, pero también los miedos»
Cientos de miles de sirios han celebrado el aniversario de la caída de Bashar al-Assad. Una alegría concentrada en la parte occidental del país que, al menos durante un tiempo, ha eclipsado el rompecabezas de la reconstrucción. Siria aún tiene dificultades para imaginar su futuro con serenidad.
Vous n'avez plus de clics
Hace un año: tras una ofensiva relámpago desde su bastión de Idleb, el grupo islamo-salafo-yihadista Hayat Tahrir al-Sham (HTS) marchaba sobre Damasco. De Alepo a Homs, pasando por Hama, una tras otra las grandes ciudades caían, hasta que, el 8 de diciembre de 2024 y tras 54 años de poder, el régimen sirio se derrumbó.
Así, a lo largo de la semana pasada, las ciudades sirias han ido celebrado una a una el aniversario de lo que consideran su liberación. El lunes le llegó el turno a la capital, Damasco. Desde primeras horas de la mañana, una inmensa multitud paralizaba la ciudad. Al mediodía, la plaza de los Omeyas, centro de las celebraciones, era totalmente inaccesible.
En el corazón de la ciudad, Mohammed, de 26 años, y que ha venido con toda su familia desde el barrio periférico de Tadamon, tiene su rostro pintado con los nuevos colores sirios: «¡Fíjense! Es la primera vez en mi vida que veo algo así. Incluso tras la caída de Al-Assad no hubo celebraciones de esta magnitud. Teníamos miedo de que esto se descontrolara, pero hoy estamos tranquilos tras este primer año, y estamos todos unidos para celebrar a nuestro país, al que tanto amamos y que tanto ha sufrido».
Un poco más lejos, Umm Fatima inmortaliza el momento: «Ahmad al Sharaa es un héroe, gracias a él, hoy somos libres. Ha reconciliado a nuestro pueblo», proclama. A su alrededor, la multitud corea: «¡Uno, uno, uno, el pueblo sirio es uno!».
Un país dividido
Un lema que, sin embargo, pasa por alto una realidad repleta de matices. Mientras que las celebraciones están prohibidas en el tercio noreste del país administrado por las fuerzas árabo-kurdas, la región de Sweida, de mayoría drusa y víctima de una masacre este verano, boicotea el aniversario. En la costa, de mayoría alauita, y también escenario de matanzas a finales de marzo, un influyente jeque ha pedido a la población que no celebre junto al nuevo régimen.
Conscientes de las profundas fracturas del país –especialmente de la desconfianza de las minorías étnicas y religiosas así como la creciente ira de los antiguos aliados salafistas del jefe del Estado–, las nuevas autoridades invirtieron masivamente en la puesta en escena de este primer aniversario, con la esperanza de unir a una sociedad fragmentada en torno a un enemigo común: Bashar al-Assad.
La semana pasada, el canal saudí Al-Arabiya difundió imágenes en las que se ve al expresidente, al volante, bromeando con su asesora después de visitar un suburbio de Damasco reducido a escombros tras años de bombardeos. Sonriendo, Al-Assad suelta: «Maldita sea la Ghuta y los imbéciles de sus habitantes», antes de calificar al conjunto de los sirios como un «pueblo subdesarrollado».
Misión, al menos en parte, cumplida. En las calles de Damasco, desfilaron habitantes llegados de todo el país, visiblemente más dispuestos a celebrar la huida de Al-Assad que a elogiar los méritos de Al-Sharaa en estos doce meses. «Somos de Deir ez-Zor, y estamos aquí porque los Qassad [las fuerzas kurdas] nos impiden expresar nuestra alegría. Estamos con Al-Sharaa», proclaman.

Alepo, Homs, Deraa, Raqqa, Hassaka… Era toda la comunidad suní, mayoritaria en el país, la que estaba en la calle. También otros estaban presentes, pero con profunda desconfianza. Era el caso de Zeina, cristiana damascena de 35 años: «La alegría se mantiene. Estoy inmensamente feliz, la alegría permanece... pero también el miedo. Esta fiesta tiene un rostro claramente islamista y sectario en el que no me siento cómoda».
A su alrededor, la bandera blanca con la profesión de fe islámica incluida –utilizada por Hayat Tahrir al-Sham y convertida en enseña nacional del Afganistán talibán– ondeaba por todas partes. Los gritos religiosos se multiplicaban, recordando las horas más oscuras del país. «No era así durante las celebraciones del año pasado. Es la fiesta del salafismo y del yihadismo», explicaba Haidar, de 37 años.
En medio de la multitud, florecían banderas saudíes. «Mohammed bin Salman es nuestro aliado, gracias a el, será posible reconstruir», se justificaba un grupo de hombres, encaramados a su vehículo. Y es que Siria, ahora más que nunca, necesita fondos para salir a flote: con el 80% de la población viviendo por debajo del umbral de pobreza, el país necesita entre 300.000 y 500.000 millones de dólares para reconstruirse tras catorce años de guerra.
Desbloqueando a Siria
Para el nuevo presidente sirio, los desafíos a afrontar son múltiples y urgentes. Sobre todo, en el plano externo. Durante estos doce meses, ha intentado establecer relaciones sólidas con el mayor número posible de Estados y lograr el levantamiento de las sanciones que siguen asfixiando al país.
Esta estrategia de apertura culminó en setiembre, cuando pronunció un discurso muy esperado ante la Asamblea General de la ONU, algo que ningún dirigente sirio hacía desde 1967. En los meses previos, Al-Sharaa había multiplicado los gestos diplomáticos: recibido en el Elíseo en primavera, reunido con Donald Trump en Riad y acogido extensamente en Moscú por Vladimir Putin, con quien selló un acuerdo para mantener las bases militares rusas. El 10 de noviembre se convirtió incluso en el primer responsable sirio desde la independencia de 1946 en ser recibido oficialmente en la Casa Blanca.
Por lo demás, tanto la política como los verdaderos objetivos del nuevo hombre fuerte sirio siguen siendo difíciles de descifrar. Desde hace un año, Ahmad al-Sharaa se ha esforzado en presentar una imagen opuesta a su pasado yihadista, una transformación ya iniciada cuando administraba la provincia de Idleb entre 2017 y 2024.
Desde entonces, sus intervenciones medidas y sus silencios calculados han convertido al personaje en un enigma que incluso los propios sirios tienen dificultades para interpretar. «En realidad, no entendemos hacia dónde vamos políticamente. Hace poco, al designar a los miembros del Parlamento, lamentó que la sociedad fuera tan patriarcal. Pero al mismo tiempo, islamiza el poder y todas las capas de la sociedad. Las escuelas, los tribunales, los bastidores de la administración están siendo copados por religiosos suníes que poco a poco van tomando el control.
Observamos una hegemonía suní que no augura nada bueno», explica un joven periodista del sur del país. Prueba de lo delicado del asunto: ha pedido el anonimato. Y prosigue: «La palabra se ha liberado, sí. Pero solo hasta cierto punto. No se puede decir todo. Las negociaciones con Israel, que sigue ocupando parte del país, son un misterio absoluto».
Cambio de eje
Desde la llegada al poder de Al-Sharaa, el Ejército israelí ha multiplicado los bombardeos, con al menos 800 ataques sobre infraestructuras y capacidades estratégicas sirias para impedir que pueda reconstituirse un Ejército nacional. Esta es, sin duda, la mayor amenaza actual para Damasco.
Y esta es una de las grandes paradojas de la nueva Siria. El Gobierno, que se construyó sobre la idea de cortar con la influencia del eje de la resistencia – dominado por la República Islámica de Irán – y Rusia, se encuentra inevitablemente atrapado en nuevas injerencias y en un nudo geopolítico cada vez más complejo.
Israel, que intenta imponer sus condiciones por la fuerza y al margen del derecho internacional. Arabia Saudí y, sobre todo, Turquía, siempre al acecho y haciendo caer todo su peso sobre el delicado expediente de las negociaciones con las fuerzas árabo-kurdas, ligado además, entre bastidores, al proceso de paz con el PKK, son el resto de actores del reparto.
Todo eso sin olvidar a Washington, que busca remodelar el equilibrio regional a su favor, apoyándose en Turquía y Arabia Saudí para acompañar la transición siria y forzar – sin éxito por ahora– una capitulación siria frente a Tel Aviv. Un cambio de eje, en definitiva, que no garantiza en absoluto el fin de los problemas.