GAIAK
Entrevue
Sol Gabetta
Violonchelista

«No hay que tener miedo de ser estudiante»

La Quincena Musical se despide el viernes 30 de agosto con la Orchestre Philharmonique de Radio France y una solista de excepción, Sol Gabetta, violonchelista que despuntó desde muy joven y lleva a sus espaldas una carrera internacional extraordinaria que destaca por su versatilidad y proyección.

La violonchelista Sol Gabetta. (Julia WESELY)

Tras todo un mes repleto de conciertos, eventos y actividades, la Quincena Musical se despide con un concierto en el Auditorio Kursaal con otra gran orquesta, la Orchestre Philharmonique de Radio France, y una solista de excepción, Sol Gabetta, una violonchelista que despuntó desde muy joven y lleva a sus espaldas una exitosa carrera internacional extraordinaria que destaca por su versatilidad y proyección.

Haber despuntado como violonchelista desde tan pronto hace que parezca que la conocemos de toda la vida, pero en realidad es usted aún muy joven. ¿Ha conseguido alcanzar ya la madurez sonora que todo músico busca?

Esa madurez sonora es lo que yo llamo mi voz interior y, efectivamente, es una búsqueda que no tiene fin, pero es algo que me ha tenido concentrada durante muchos años y desde muy pequeña. Me he dado cuenta de que en el ambiente musical no todo el mundo se reconoce en su propio sonido, y creo que es algo tremendamente importante que tu sonido te represente; al fin y al cabo, es tu voz interior.

El músico debe buscarla y los profesores deben ser más exigentes con eso. Y, aunque esta búsqueda es infinita, como ya decía, sí que he logrado, después de estar ocupada con ello muchos años, ese tipo de sonido que, cuando lo escuchas en la radio o en una grabación, sea reconocible como ‘el sonido de Sol Gabetta’.

Esa búsqueda de cada intérprete es muy importante, porque si no ¿qué sentido tiene volver a grabar las sonatas de Mendelssohn, por ejemplo? Si la interpretación no tiene algo personal, ¿para qué la hacemos? En las grabaciones hay que obligarse a olvidar un poco esa búsqueda de perfección a cambio de que tengan esa voz interior. Eso es algo que yo he conseguido solo en los últimos años, porque necesitas madurez y experiencia.

«La búsqueda de cada intérprete de su sonido es muy importante, porque si no ¿qué sentido tiene volver a grabar las sonatas de Mendelssohn, por ejemplo?»

Después de tantos años de carrera exitosa, el nombre de Sol Gabetta es ya casi una marca, un reclamo. ¿Tiene miedo de convertirse usted en su propio producto?

Es gracioso, pero tienes razón. A mí me gusta mucho escuchar a gente joven, descubrir talentos y ayudarles a crear una carrera y, cuando ves alguien joven con esa capacidad, piensas: hoy ese nombre es desconocido, pero quién sabe en veinte años. Y lo bonito de todo esto es que ese nombre es un nombre de familia, es el nombre que nos ha acompañado desde que nacemos y, en un momento dado, de pronto, se convierte en una marca.

Yo veo positivo que mi nombre sea representativo del violonchelo dentro del mercado musical. Lo que sí veo peligroso es el riesgo de perderse a uno mismo dentro de todo este circuito. Yo tomé muy claramente mi posición y fui poniendo líneas rojas en mi camino para saber por dónde avanzar y por dónde no, pero hay que estar siempre muy atento, con muchísimo instinto, muchísimo conocimiento y muchísima sensibilidad para que este business no te coma.

Afortunadamente, he tenido buenos amigos que me han sabido guiar, pero la gran pregunta es: ¿quién eres tú en todo ese business? Veo muchos músicos que, para llegar al gran público, han sido capaces de tocar cualquier cosa, y yo no soy capaz. He dedicado muchísimo tiempo y esfuerzo en una búsqueda arquitectónica en la que cada nota, cada espacio entre una nota y otra cuentan, como para abandonarlo por buscar un público más accesible. Para comprender ese tipo de música necesitamos un público más educado musicalmente y ése es el público que yo quiero. No es ni mejor ni peor, se trata de una cuestión de elección y de ser consecuente contigo mismo.

Lanzó su carrera internacional el premio Credit Suisse en 2004 y ahora acaba usted de recibir el Swiss Music Prize. ¿Qué se siente al recibir tantos reconocimientos de un país que, aunque la haya acogido tan bien, en el fondo no es el suyo?

Finalmente, creo que me he vuelto un poco suiza (risas). Efectivamente, no soy de aquí, pero es un país que me ha acogido con las manos muy abiertas en todos los ámbitos de mi vida y en todo momento de mi vida. Llegué aquí con 12 años, entré en un conservatorio al que se suele entrar con 18 o 20 años y yo fui la única excepción. Pero esa es una de las claves del pensamiento suizo: si ven a alguien de talento, y no hablo solo de la música clásica, están muy dispuestos a prepararte todas las plataformas para que tú te puedas desarrollar.

(Julia WESELY)

Puede parecer un país cerrado y caro, y es así si vienes sin ofrecer nada, pero si vienes aportando algo, ellos te aportarán mucho más de vuelta. Obviamente, si no viviera en Suiza no sé qué hubiera pasado con los premios, pero yo me he movido mucho, he cambiado de país un montón de veces, y Suiza me proporcionó una estructura artística y personal que me dio seguridad e, incluso hoy en día, aunque viajo constantemente, sigo viviendo en Basilea porque es un sitio que me aporta muchísimo.

Su repertorio habitual es inusualmente amplio, abarcando desde Vivaldi hasta la música más contemporánea, y alterna conciertos de cámara con el trabajo con las más grandes orquestas. No debe ser fácil adecuar siempre la sonoridad y el estilo…

¡Qué gran verdad! Es muy difícil encontrar tu identidad en cada momento y estilo. Siempre que estás en zona de disconfort tienes miedos e inseguridades, y por eso me he dejado influenciar por gente especialista. Por ejemplo, cuando estaba trabajando un repertorio más barroco y tuve que tocar con Il Giardino Armonico, ellos me trataron muy bien, pero yo me sentí fatal con mi propio arte porque estaba muy lejos todavía de comprender todo ese lenguaje, pero gracias a ese tipo de influencias y también, por qué no, a mi pasión, me fui acercando a referencias en las que apoyarme en esas zonas de disconfort.

Naturalmente, ninguno queremos salir de nuestra comodidad y tendemos a tocar cualquier estilo con la misma técnica y el mismo sonido, porque sabes dónde estás poniendo los pies, pero cuando te atreves a probar con el arco barroco o las cuerdas de tripa, o en la música contemporánea te encuentras con partituras que no sabes ni cómo leer, ¿a quién le preguntas?

Son zonas de disconfort en las que me he sentido sola, triste, desesperada… pero me han enseñado que no hay que tener miedo de ser estudiante, y hay que tener tanto el valor como la inocencia de tocar la puerta de alguien y decir: mira, me llamaré Sol Gabetta, pero no tengo ni idea de cómo hacer esto. Y no es fácil, créeme. Y puede pasar que esa persona se ría de ti, claro, pero, yendo sin miedo, con confianza y, sobre todo, con respeto, a mí nunca me ha pasado. Al contrario, el otro se siente valorado y útil. La superseguridad en ti mismo es peligrosa: no hay que dejarse comer, pero hay que enriquecerse de lo que te ofrecen los demás. Es lo que te lleva más arriba.

«Hay que estar siempre muy atento, con muchísimo instinto, muchísimo conocimiento y muchísima sensibilidad para que este business no te coma»

Hablando de música de cámara, recientemente ha tenido lugar la décimo novena edición del SOLsberg Festival, en el cual se implica activamente cada año de forma personal. ¿Qué le motiva a tomarse este trabajo, a añadir más estrés a su ya apretada agenda?

Como todo en la vida, empezó como algo pequeñito, era algo minúsculo. Eran tres días con tres artistas y yo le llamaba ‘festival’ porque era bonito el nombre, pero poco a poco fue creciendo y, la verdad, no era mi intención que creciera demasiado ni mucho menos hacer un mercado musical con eso, pero lo cierto es que el nivel de artistas es espectacular, principalmente por mis contactos. Algunos son amigos personales, otros son amigos musicales, pero tengo la suerte de tenerlos a todos en mi agenda.

Pero también, si hay alguien que puede aportar mucho tanto al festival como a mí, aunque no esté entre mis amigos, aunque esté fuera de mi zona de confort, estoy dispuesta a llamar a esa persona, a ir y ensayar las horas que hagan falta. Es un festival pequeño, pero a veces me sorprendo con artistas que quieren venir a tocar. Y, en cuanto al público, me da lo mismo cuál es su motivación para venir. No me importa si vienen por mi nombre, si lo hacen porque les gusta el violonchelo, los artistas invitados o el lugar; lo importante es que vengan y les aporte algo personal y emocionalmente.

¿Está preparando algo especial para la vigésima edición?

El año que viene ya serán veinte años, efectivamente, pero acabamos de terminar esta edición y justo estoy empezando a preparar la siguiente. ¡Tengo menos de doce meses! Y eso, con las agendas de los artistas que manejamos, es poquísimo tiempo. Así que yo les invito y les dejo total libertad para que decidan si quieren venir, si no quieren venir, qué quieren tocar, con quién quieren tocar… Mi idea es que, para esta conmemoración, venga la mayor cantidad de gente posible de los habituales de estos veinte años, y luego ya intentaremos cuadrar fechas y estilos a ver quién va con quién.

«Mi forma de tocar no es tanto de una escuela u otra, sino algo muy personal. Tengo una mezcla y, en cada momento, dejo que aflore un carácter u otro»

Llega a Quincena de la mano de la Orchestre Philharmonique de Radio France con el concierto de Lalo, una obra poco interpretada habitualmente. ¿Ha escogido usted la pieza o se la propuso la orquesta?

He tocado muchas veces con ellos, cada dos años estamos de tournée, pero esta ocasión es importante para mí, porque es el último concierto con su director, Mikko Franck, que dejará su titularidad en junio de 2025. En principio estaba previsto en concierto de Saint-Saëns, pero cuando yo vi la zona a la que íbamos –San Juan de Luz, San Sebastián y Santander– sentí que el concierto de Lalo era mucho más apropiado por sus influencias y sonoridades e insistí muchísimo.

Además, me parece que el concierto de Lalo está muy poco valorizado y que, sin embargo, ofrece un espacio interpretativo al solista inmenso. Es verdad que la orquesta tiene menos protagonismo que en otros conciertos, pero no hay otro concierto romántico que ofrezca tanto al solista, que permita de la misma forma el ‘belcanto’ del cello. Pero la estructura del triángulo entre orquesta, director y solista es muy importante; puede llevar un concierto bueno a un nivel excepcional, y por eso soy cada vez más exigente. Empiezo a tocar menos, pero escojo qué obra, con qué orquesta y qué director.

Tal y como mencionaba, siempre se dice que el violoncello es un instrumento muy ‘cantante’ y, precisamente, el concierto de Lalo es una obra con pasajes especialmente líricos, casi operísticos. ¿Es lo que más destacaría usted de este concierto?

Es una cualidad de este concierto que yo la siento muy mía, me siento muy representada. Ésta sí que es realmente mi zona de confort. Tener –hasta cierto punto– el control del fraseo durante toda la obra es muy difícil cuando se trata de un concierto. Cuando tocas con una orquesta dependes de su escritura y de la interpretación del director, cuando haces música de cámara estás supeditado a la parte del piano, sólo cuando tocas solo te sientes con la libertad de dejarte llevar por ese lirismo, pero con el concierto de Lalo tengo muchos pasajes líricos donde me siento con poder de decisión musical, y creo que es uno de mis puntos fuertes musicalmente.

Argentina, con orígenes franceses, rusos e italianos. ¿Cuál de estos caracteres predomina a la hora de tocar?

Uf, eso es difícil de responder, porque, además de la mezcla, tengo una gran empatía con quien tengo delante de mí. No es que me adapte al otro, porque tengo un carácter bastante fuerte, no me dejo llevar por lo que tengo enfrente, pero sí que intento reaccionar a ello. De todas formas, siento que hay algo en mí que se inclina hacia lo ruso. No sé si serán los diez años de estudios, pero lo siento muy cercano; más que, por ejemplo, la escuela francesa. Pero, al mismo, hay algo en la finura de la escuela francesa que también me es cercano. Yo creo que mi forma de tocar no es tanto de una escuela u otra, sino algo muy personal. Tengo una mezcla y, en cada momento, dejo que aflore un carácter u otro. Es algo que yo también percibo en mi forma de tocar, cada vez lo siento más fuerte y es lo que me hace ser quien soy.