29 AVR. 2015 CRÍTICA «La sombra del actor» La vida es una sucesión de salidas y entradas en escena Mikel INSAUSTI Para hacer “The Humbling” se han juntado un director y un actor veteranos a los que no les va ya tan bien como antes dentro de la industria de Hollywood, lo que les ha permitido tomarse la libertad de reflexionar sobre la naturaleza de la representación ficcional cuando es vivida como un oficio para el cual no hay edad de jubilación. Saben de lo que hablan y lo hacen con pleno conocimiento de causa, remontándose a un estilo de cine de los 70, con una atmósfera psicológica un tanto surrealista y tragicómica, muy a lo Robert Altman. Barry Levinson (73 años) dirige a Al Pacino (75 años) como si fuera para ambos una película de despedida, así que echan el resto en la adaptación de la novela original de Philip Roth “La humillación”, donde se propone un juego de espejos que ha captado muy bien el director de fotografía Adam Jandrup, que busca las escenas nocturnas o en interiores con reflejos de luz sobre los cristales. Y así aparece en pantalla el protagonista, mirándose, cómo no, al espejo. Estableciendo desde el principio un tono interpretativo de farsa shakespeariana en un constante diálogo consigo mismo, mientras sopesa en cada una de sus manos las máscaras de la tragedia y de la comedia. Reconoce que su existencia solo ha sido una sucesión de salidas y entradas en escena, resumidas durante un metraje que empieza con “MacBeth” y termina con “El rey Lear”. En ambas representaciones se desploma, seguramente porque al actor de “The Humbling” le gustaría morir sobre las tablas, motivo por el que envidia a Heminguay, quien fue capaz de tener una vida y una muerte de novela. Pero su mundo está más cerca de “El invisible Harvey”, y no es que vea conejos gigantes, sino que siempre está rodeado de fantasmas. La demencia senil le confiere al personaje de Al Pacino una veracidad que no llegaba a transmitir al suyo Michael Keaton en la premiada y más reconocida “Birdman”.