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CRÍTICA «A esmorga»

Por pazos, capillas, burdeles y tabernas de mala muerte


La cultura gallega está de enhorabuena, porque ha encontrado la película con la que identificarse. “A esmorga” ha propiciado un fuerte arraigo popular, y los cines del terruño se han llenado como nunca. Y ya que todo viene de la novela original de Eduardo Blanco Amor, Ignacio Vilar la ha adaptado en su cuarto largometraje con mucho respeto, demostrando una madurez inimaginable en sus anteriores trabajos.

Esa fidelidad es precisamente lo que distingue a la película gallega, porque “Parranda” (1977) de Gonzalo Suárez merecía la pena, aunque era una versión asturianizada que se tomaba mayores licencias. Y las interpretaciones de José Luis Gómez, Antonio Ferrandis y José Sacristán estaban muy bien, pero las de Karra Elejalde, Miguel de Lira y Antonio Duran “Morris” les superan en autenticidad.

A pesar del poso literario y lo mucho que condiciona el relato, con la voz en off y el texto tal cual en los títulos de crédito finales, “A esmorga” dispone de una estructura cinematográfica fascinante. Es, por así decirlo, como una película de carretera cuyo recorrido es llevado a cabo por entero a pie. El trío protagónico camina por las calles del viejo Ourense, pero también marchan campo a través, hasta acabar en la dantesca escombrera municipal, después de visitar pazos, capillas, burdeles y tabernas de mala muerte. Todo ello durante una larga jornada, vivida como se vive la noche más extrema.

El tono seco y duro de la película es el del realismo sucio, y en eso puede ser catalogada como pariente no tan lejana del mismísimo Bukowski. Pero el gran acierto de la ambientación en la oscura posguerra le confiere un carácter único, por la forma en que expresa la represión sexual y de clase, lo que se traduce en una violencia compulsiva y enfermiza. El personaje de Karra Elejalde es brutal, mientras que el de Miguel de Lira actúa como la sacrificada y condenada conciencia de grupo.