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CRÍTICA «Minúsculos: El valle de las hormigas perdidas»

Animación macrofotográfica con insectos belicosos


La película se estrenó en 2013 y está dedicada a la memoria de Moebius, fallecido un año antes. Como el verdadero nombre del genio del cómic era Jean Giraud, queda claro que Hélène Giraud, corealizadora de “Minuscule: La vallée des fourmis perdues”, es su hija. Un buen aval para un largometraje animado que ganó el César de la categoría, obteniendo un gran éxito en el mercado francófono, por ser la adaptación cinematográfica de la allí popular serie televisiva “Minuscule: La vie privée des insectes” (2006-2015).

Thomas Szabo y Hélène Giraud han tenido que derrochar mucho ingenio para completar la hora y media de duración, máxime debido a que el programa de origen se compone de capítulos de tan solo cinco minutos cada uno. Y no acaba ahí el desafío que se han autoimpuesto, ya que no hay diálogos y los insectos se comunican entre sí mediante sonidos onomatopéyicos, que en el caso de las hormigas negras es como una especie de silbido, y en el de la mariquita protagonista algo así como una trompetilla.

El desarrollo argumental acaba siendo algo forzado, al sustentarse en un esquema narrativo muy básico. La anécdota de partida no es más que la lucha que se establece entre dos ejércitos de hormigas rivales por una caja de azucarillos olvidada entre los restos de un picnic campestre, lo que da lugar al accidentado transporte de dicho botín y a la posterior batalla campal que se entabla por hacerse con el mismo.

A fin de alcanzar la duración convencional se incluyen pasajes un tanto gratuitos, como los sueños de la mariquita con campos de flores y frutos rojos, inspirados en los de “El oso”, de Jean-Jacques Annaud. En cambio, las escenas bélicas son las más logradas, habida cuenta de que el tipo de munición empleada se compone de restos de la basura humana, con todo lo que pueda tener de alegórico. La fotografía paisajística y el sonido de ambiente son reales.