30 MAI 2015 El Athletic y yo (un amor no siempre correspondido) Aitor ANDIA Athleticzale residente en Madrid Resido en Madrid desde hace una década. Mis padres, con origen en la Navarra media y Enkarterri respectivamente, oriente y occidente de un país complejo y plural, me educaron en una visión de Euskal Herria alejada de provincianismos. El Athletic, algo más que un nexo de unión con mi gente, llegó a mí de forma poco ortodoxa, pero no por casualidad. El primer partido del que tengo conciencia (con vagos recuerdos), fue uno de la imperial Real Sociedad de Ormaetxea contra el Barça. Mis padres animaron en aquel partido a la Real, lanzada hacia su primer título. Era un equipo vasco el que jugaba. No había duda. Finalmente, la Real salió campeona, y esas Navidades no se me ocurrió otra cosa que pedir a Olentzero una camiseta txuri-urdin. Mi contrariedad vino cuando al levantarme el día de Navidad con los nervios y la ilusión de un ‘renacuajo’, vi un uniforme zuri-gorri. Al pedir explicaciones a mi aita sobre el ‘error’ de Olentzero, hizo gala de una imaginación digna de García Márquez. Pero coló. Mis padres se ocuparon de la educación de mi hermana Olatz y mía con mimo, y nos inculcaron una heterodoxia que aún me acompaña, pero hablábamos de cosas serias, y la elección del equipo de tus amores y el Athletic Club lo son, y mucho. Y empecé a ver el mundo en rojo y blanco, en paralelo a la llegada al banquillo de un rubio bajito que tuvo que hacer frente a grandes retos, como sustituir a Iribar, y gestionar la próxima retirada de Rojo. Y empezaron las alegrías cuando se ganaba, el ir a la escuela embutido en mi camiseta rojiblanca, y las lloreras cuando perdía. Esa temporada, el Athletic le cogió el gusto a ganar. Hizo una segunda vuelta arrolladora, para finalizar tercero. Una noche de otoño extrañamente no lluviosa en Bilbao, en 1982, paseando con mi difunta abuela por Doctor Areilza, un BMW aparcó a nuestro lado. Se bajó Dani (¡oh capitán, mi capitán!), y el verbo se hizo carne. Me quedé paralizado y él, entendiendo la situación, sonrió y se acercó a saludarnos. Aquella noche apenas dormí. Eso era el Athletic. El arco ya estaba seguro con Zubizarreta, y el flanco izquierdo del ataque, que Rojo dejó huérfano tras su despedida contra la Inglaterra de Keegan, Shilton y Robson en San Mamés, quedó en buenas manos con Urtubi y Argote. Y en esas que esa liga la ganamos en Las Palmas, y me pareció lo más normal, hasta que subido a hombros de mi aita, recibiendo a los campeones frente al ayuntamiento, le vi junto a otros adultos y ancianos rejuvenecer 27 años de golpe, que eran los que llevaba el Athletic sin ganar una liga. Luego llegó otra liga con grandes partidos, la eliminatoria de Copa de Europa contra el Liverpool, Maradona, duelos épicos contra el Madrid de Stielike y Juanito, broncas con Menotti, y el gol de Endika. Éramos invencibles. Pero la siguiente liga la ganó el Barça, y en la final de copa, Hugo Sánchez me hizo la primera cicatriz. Luego llegó la retirada de Dani, y la pérdida de mi inocencia futbolística con la marcha de mi ídolo Zubizarreta, al Barcelona, por una inexplicable cortedad de miras de aquella directiva de Aurtenetxe (Andoni, me rompiste el corazón). Luego echaron a Clemente, De Andrés se rompió la rodilla y Argote se apagó, y ya nada fue lo mismo. La cortedad de miras del Athletic se combinó con un descenso brusco de calidad y competitividad. Y comenzaron el conformismo y las bravuconadas. La tormenta perfecta. Que si «hay que ir a por el crack del vecino» o «el Athletic ha de ser la selección de Euskadi». Filosofía de la bilbainada. Y aún andamos en la búsqueda de récords más cercanos al frikismo que al respeto a los valores e historia de un club único. Con campañas de entrevistas a famosos y políticos alardeando de quién es más del Athletic. Seguimos con sandeces: hace unos años se celebró una procesión a Begoña pidiendo no bajar a segunda, e incluso celebramos una derrota 1-4 en una final (perdónales, “Piru”, que no saben lo que hacen). Y el bizkaitarrismo, obviando la historia de este club, pidiendo un Athletic vizcaino en un herrialde que apenas produce deportistas de élite desde que sustituimos el hierro por el titanio en el Bilbao post-industrial. A lo mejor habría que pedir cuentas a tanto gestor encantado de ocupar el palco y hacerse la foto con la zamarra rojiblanca. El año que residí en Uruguay, un amigo hincha de Peñarol dio en el clavo: «Peñarol siempre ha sido más de carácter que de calidad. La calidad viene y va, pero el carácter, la actitud, es innegociable». Parecía que hablaba del Athletic. Y nos sentimos cómodos simplemente ‘siendo’ del Athletic, sin darnos cuenta de que la historia y la épica solo sobreviven si se alimentan adecuadamente, y que la transmisión a los que vendrán no se puede dejar al voluntarismo. Y nos instalamos en la mediocridad, salvada por gente como Heynckes, Luis Fernández o Valverde. Hasta que llegó Bielsa y nos sacó los colores poniéndonos delante de un espejo. El rey iba desnudo. No había excusa para no salir a ganar siempre. Nunca la hubo, el esfuerzo no se negocia decía, pero nosotros nos conformábamos con nuestra adhesión sin autocrítica. Y el beti zurekin. Aun así, hay esperanza. En cada zancada de Williams, en cada salto de Aduriz, en cada disputa de Rico o en cada testarazo de San José hay más ADN Athletic que en un millón de estampitas de la amatxu de Begoña. Tipos que han debido sortear grandes reveses en sus vidas y carreras todos ellos. Cada uno a su nivel, claro está. Se vislumbra un cambio de actitud. Es el Athletic, evolucionando con el tejido social que lo compone. «Herritik sortu zinalako, maite zaitu herriak» (porque naciste del pueblo, el pueblo te ama), que reza el himno de Bernaola sobre el “Altza Gaztiak” del tolosarra Feliciano Beobide. De cara a la final, solo espero que mi equipo sea coherente con la historia del club, la honre consecuentemente y compita, sin miedo, y sin escatimar un esfuerzo. Porque las finales se ganan o se pierden, pero hay formas y formas. Las de 2012 no lo fueron, seamos honestos. Por mi parte, la final, la veré en la mejor de las compañías, por descontado. Yo, mientras, seguiré poniendo mi granito de arena, para que la cadena continúe. Katea ez da eten. A mi sobrina Maddi, desde que empezó a balbucear, le vengo repitiendo a modo de mantra un ‘poema’: «Zubizarreta; Urkiaga, Liceranzu, Goikoetxea, De la Fuente; De Andrés, Gallego, Urtubi; Dani, Sarabia, Argote». Maddi, ahora tienes 3 años y medio. En un año, tu abuelo, tal y como hizo con tu ama y conmigo, te enseñará a leer. Cuando tu ama te deje leer esto y lo entiendas, espero que un día me repitas al oído el ‘poema’ con el que arranqué más de una sonrisa a tu ama (también era para eso, claro está). No sabes lo feliz que me harás. Dedicatoria: • A la familia Cabacas-Liceranzu. La infamia jamás vencerá. • A Jesús Garay, el jugador al que siempre quise ver jugar, pero del que solo pude leer. • A mi familia, por tantas cosas. Aún andamos en la búsqueda de récords más cercanos al frikismo que al respeto a los valores e historia de un club único. Con campañas de entrevistas a famosos y políticos alardeando de quién es más del Athletic.