04 JUIN 2015 CRÍTICA «Una paloma se posó en una rama a reflexionar sobre la existencia» La risa congelada revela la naturaleza muerta del absurdo Mikel INSAUSTI Bien por la Mostra de Venecia, refugio de genios incomprendidos que no quiere Cannes, festival donde se rinde culto al cine de autor serio. El de Roy Andersson no lo es, porque entra ya en la categoría del patetismo hecho y asumido a conciencia. El León de Oro es el justo premio para una obra maestra del absurdo, inclasificable en su decadente y esperpéntica puesta en escena de escuela pictórica. Es como si a alguien se le hubiera ocurrido mezclar el trascendentalismo de Bergman con el humor en frío de Kaurismäki, añadiéndole personajes grotescos sacados de las comedias de Tati, de Keaton o del teatro kabuki japonés. “Una paloma se posó en una rama a reflexionar sobre la existencia” es una insuperable colección de viñetas que forman un todo coherente en su profundo sinsentido, al congelar la risa humana dentro y fuera del tiempo para revelar la auténtica naturaleza muerta de la absurdez de nuestras vidas. En el cine de Roy Andersson no hay presente ni pasado, sino momentos suspendidos, instantáneas del pálido reflejo del eslabón perdido dentro de la evolución. A tenor de esto último la película acaba con un epílogo titulado “Homo sapiens”, que se presenta como la parte más onírica y surrealista, digna del mejor Buñuel. Se contrapone con el prólogo que reza “Tres encuentros con la muerte”, y que derrocha un desarmante humor negro, por no decir vitriólico. Resulta perfecto como introducción a la triste existencia de la pareja protagónica, formada por dos viejos vendedores de artículos de broma. Holger Andeersson y Nils Westblom son como los fantasmas vivientes de Abott y Costello, obligados a intentar hacer felices a los demás con unos ridículos colmillos postizos de vampiro y una careta de monstruo desdentado. Sus demostraciones forman parte de un vacío ritual costumbrista, patente en los reiterativos diálogos y llamadas telefónicas hechas por autómatas.