GARA Euskal Herriko egunkaria
EDITORIALA

El Estado remata a sus propias víctimas


Germán Rodríguez fue abatido a tiros en Sanfermines de 1978 por la Policía Armada; no hubo condenas. Mikel Zabaltza apareció ahogado en 1985 tras «desaparecer» en el cuartel de la Guardia Civil de Intxaurrondo; tampoco hubo culpables, esta vez ni siquiera reconocimiento de la realidad de los hechos. A Angel Berrueta lo mataron un policía español y su hijo en 2004; ellos dos sí fueron condenados, pero Madrid no asumió su responsabilidad en un ataque político derivado de la mentira oficial sobre el 11M. Son solo tres ejemplos muy conocidos, hay cientos en toda Euskal Herria y decenas de ellos en Nafarroa, de la violencia ejercida por aparatos estatales y la impunidad consiguiente. Han pasado 12, 30, 38 años, y todavía el Estado se resiste a afrontar sus crímenes.

En Nafarroa, antes incluso de que se produjera el vuelco político de mayo pasado, el Parlamento dio el primer paso para remediarlo. Pero la admisión a trámite por el Tribunal Constitucional del recurso del Gobierno Rajoy, el 21 de enero, ha acarreado automáticamente la suspensión de la ley allí aprobada. El asunto fue denunciado como otro ataque al autogobierno foral (hay casi una veintena de casos similares), y lo es. Pero resulta aún más grave porque se trata de víctimas mortales de aparatos estatales y perpetúa el atropello a la verdad, la justicia y la reparación.

Hay un párrafo en el recurso del Gobierno del PP que lo dice todo. Es cuando acusa al Parlamento navarro de que con esta norma ha establecido «una especie de justicia paralela que obvia cualquier actividad judicial previa, por lo que supone una vulneración del derecho a la tutela judicial efectiva y la presunción de inocencia». Es la perversa lógica del Estado: el mismo que se ha negado a investigar, esclarecer y condenar esos hechos impide ahora que esa justicia se establezca a través de los únicos procedimientos factibles, como esta ley navarra. La decisión del TC es por tanto mucho más que un trámite judicial; es el cierre del círculo de la crueldad y la desvergüenza, y supone rematar a sus propias víctimas.