14 FéV. 2017 El color en la arquitectura y la ciudad El color en la ciudad es asunto de creciente interés, por lo que mañana el arquitecto Joan Casadevall ofrecerá la conferencia «Arquitectura, color y ciudad» en la delegación en Bizkaia del Colegio de Arquitectos. En este artículo se pretende dar algunas claves para analizar su sentido en Euskal Herria. Dernière mise à jour : 14 FéV. 2017 - 06:42h Iñaki URIARTE Arquitecto El ser humano reconoce un territorio mediante el paisaje que una vez identificado se convertirá en una referencia fundamental en su vida perceptiva, emocional y cultural. Este paisaje sensorialmente capturado genérica y habitualmente se relaciona con la naturaleza en su inmensa variedad de situaciones, motivaciones y encuadres plenos de riqueza compositiva geológica, geográfica, formas y coloratura. Pero existen otras modalidades de paisaje, especialmente el artificial, o construido, sea en escala urbana o rural, y estos ámbitos además de su morfología poseen en la arquitectura una importante dimensión histórica: el color. El color surge del reflejo de la luz, una percepción del sentido visual del observador, que con su textura se añade a la forma y presenta la imagen completa y real del objeto. Una medida inmaterial que se muestra vinculada a una geografía y lugar concreto, al territorio circundante que lo singulariza, aporta un sentido de identidad cromática y le otorga un valor paisajístico peculiar y consecuentemente cultural. Carta del Color El estudio del cromatismo urbano fue una iniciativa del arquitecto Giovanni Brino en colaboración con el acreditado Politécnico di Torino, entre 1979 y 1983, cuando aplicaron una investigación teórica y práctica creando el Ufficio Colore (oficina) que posteriormente evolucionó en su estudio hasta redactar el Piano del Colore, en 1993, con una normativa específica. Barcelona, siempre pionera en la cultura y especialmente en la arquitectura, acometió en 1989 el Proyecto del Plan del Color como una metodología interdisciplinar para la toma de decisiones sobre los colores de los edificios y otros elementos urbanos a intervenir que concluyó en 1992 presentando la Carta de Colors de Barcelona. La carta del color analiza una edificación en su totalidad y en su frente más expresivo, la fachada, contempla sus componentes, elementos estructurales, paramentos con sus materiales y texturas, piedra, aplacados, ladrillo, estucos, raseos pintados, los huecos con sus recercos, carpintería de marcos, puertas, ventanas, y persianas, herrería de barandillas, su repertorio ornamental de balaustradas, cornisas, portales y encuadre arquitectónico de locales. Es en su aplicación completa cuando tiene un carácter científico y un sentido cultural. Asimismo, estudia los estilos arquitectónicos, siendo aplicable al ámbito rural de pueblos con un conjunto compacto, especialmente los frentes portuarios o fluviales y podría incluso aplicarse a viviendas aisladas diseminadas en el paisaje. La restauración mediante sistemas combinados de limpieza con eliminación de añadidos anómalos utilizando los colores históricos de las edificaciones, permite enfatizar los diferentes elementos que la componen en todos sus detalles y recuperar la imagen original de la arquitectura y los conjuntos monumentales ofreciendo una recualificación del paisaje urbano. Significa la necesidad de la conservación y protección del patrimonio arquitectónico en su integridad como testimonio de una ciudad sensible, consciente de su historia e identidad. El lugar se percibe mediante su paisaje, cualidad cultural que otorga el derecho a la belleza urbana Como referencia documental de una construcción, sea de arquitectura o ingeniería, apela a la autenticidad primigenia, a la voluntad de quien la proyectó. Cuando se aplica caprichosamente basado en criterios banales sino con protagonismo, se convierte en una agresión que ridiculiza la obra. Experiencias en Euskal Herria Esta exigencia ambiental y cultural tuvo en Euskal Herria una iniciativa en la villa de Balmaseda en 2000 cuando se presentó el estudio del color de su centro histórico, muy poco después fue Pasaia en su barrio Donibane y posteriormente en 2002 Durango Koloretan, unque dejaba libertad de escoger cualquier color de la carta lo que supone una falta de rigor e intervención de técnico formado. También estudiaron el tema Elorrio y Urduña. En las villas costeras vascas existe una histórica tradición del color, además del blanco, los intensos rojo, verde o azul relacionados con los barcos pesqueros que de una sublime sobriedad y elegancia singularizan su frente arquitectónico. Como intervenciones aisladas no sujetas a un plan del color merecedoras de reconocimiento están, entre otras, la fachada del Ayuntamiento de Iruñea en 1992, lo único que queda del edificio de 1756, vaciado en 1951, restaurada delicadamente o la neoclásica plaza de la Constitución de Donostia en 1994. En ocasiones un color dominante se puede asociar a una comarca, el ladrillo amarillento de Erribera de Nafarroa con especial énfasis en Corella, los tonos terrosos de Valtierra, la piedra de Pitilla, la piedra rojiza de Baztan, el azul marino a Hendaia, o el rojo sangre de buey tan generalizado en Ipar Euskal Herria creando una simbiosis de percepción y memoria. Una de las mayores aberraciones cometidas ha sido en el Puente Transbordador Vizcaya, entre Getxo y Portugalete, que a pesar de ser Patrimonio Mundial en 2006 su concesionario se permitió, en una demagógica encuesta local, pintarlo en 2011 de un absurdo color vena roja de Somorrostro. En este amplio paisaje fluvial concurren otras barbaridades cromáticas como el propio Ayuntamiento de Portugalete (1884) y la cercana estación del ferrocarril (1888) creando un panorama cromáticamente aborrecible. Otras distorsiones incomprensibles sino anárquicas suceden, entre otros, en el casco antiguo de Mutriku y Bermeo Es por tanto hora de acometer con rigor esta faceta de la cultura arquitectónica.