24 FéV. 2017 LA VIDA DE CALABACÍN Autobiografía animada de un calabacín Víctor ESQUIROL E n tiempos de tiranía implacable por parte de la Disney sobre todo en lo que a cine de animación se refiere (entre sus propios Animation Studios y la Pixar se quedan con la práctica totalidad del pastel en este sector), es de agradecer que, a poco que se rasgue en el panorama del art house internacional, este nos dé alegres alternativas en las que refugiarnos y descansar así de unas propuestas mainstream que, por muy deslumbrantes que puedan llegar a ser (y efectivamente, así acostumbran) no por ello dejan de empezar a sonar a déjà vu. El caso es que el año pasado en el Festival de Cine de Cannes, una de sus secciones paralelas con mejor rendimiento histórico, se hundía a golpe de apuestas glamourosas que, a la hora de la verdad, no cumplían daban la talla. Por suerte, los outsiders sí cumplieron. Uno de los que volvió de la cita francesa con mejor nota en su historial fue sin duda Claude Barras, quien tuvo el atrevimiento de llegar a dicha plaza con un tipo de animación (la stop motion) que por desgracia no se estila tanto como debiera, pero que, al mismo tiempo, sigue dándonos un par de perlas al año. Dos de ellas han conseguido, no casualmente, pasar el último corte de los Óscar: “Kubo y las dos cuerdas mágicas”, del siempre destacable estudio Laika, y la producción aún más independiente que ahora mismo nos ocupa. Desde Suiza nos llega “La vida de Calabacín”, adaptación al cine del material literario de Gilles Paris. Con uno de los arranques más sorprendentes que se recuerdan en el género (ríanse de “Up”), el primer largo de Claude Barras marca, de primeras, el tono de un cuento de infancia (que no infantil) decidida y deliciosamente emancipado del tono buenista que suele imponerse sistemáticamente en estos productos.