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CRÍTICA «Borg McEnroe»

La síntesis fílmica de un interminable partido de tenis


Los partidos de tenis, cuando son realmente disputados, duran una eternidad. Para hacerse una idea de ello conviene recordar que el que enfrentó a Björn Borg y John McEnroe en la final de Wimbledon en 1980 tuvo un set que necesitó 34 juegos para que uno de los dos contrincantes terminara doblegándose. No cabe duda de que ambos tenistas estaban en plena forma, con una diferencia de algo más de tres años entre el campeón sueco y el aspirante estadounidense. Pero si el tiempo de duración de aquel encuentro es sintetizado al máximo en la película, también ocurre con la edad de los jóvenes deportistas y los actores que los representan en la gran pantalla, porque Sverrir Gudnason ya ha cumplido los 39 y su personaje tenía 24, mientras que Shia LaBeouf va por los 31 y McEnroe todavía no había cumplido los 21. Pero esto es pura ficción, por mucha base histórica que pueda sustentarla, y el planteamiento cinematográfico consiste en llevar las caracterizaciones más allá de su realidad física hacia una perspectiva muy mental.

Se dice que el factor sicológico es cada vez más importante en el deporte de élite, y que influye en un alto porcentaje en el rendimiento de sus practicantes. No digamos ya en duelos de resistencia como los que exige la competición tenística, así que “Borg McEnroe” plantea una especie de partida de ajedrez en la que los jugadores ponen sobre la pista todo el bagaje personal acumulado desde que empezaron a entrenarse en infantiles, con sus inseguridades y obsesiones a cuestas.

Por tratarse de una producción nórdica, independientemente del resultado que se dio en el encuentro, la balanza se inclina del lado de Borg, hasta el punto de que parece enfrentarse consigo mismo, al ver en McEnroe un reflejo del joven rebelde que fue, y al que su entrenador interpretado por Stellan Skarsgard fue disciplinando y convirtiendo en una máquina prácticamente infalible.