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TRAS LA DIMISIÓN DE JON DARPÓN

El PNV va quemando comodines a medida que acumula errores

La dimisión de Jon Darpón es de momento el último revés sufrido por el PNV, tras la prórroga de los Presupuestos y el pulso en la Ley de Acompañamiento. Tampoco calculó bien en Madrid, y en Catalunya ha roto complicidades históricas. Pero el guión jeltzale es tozudo: la culpa es siempre de los demás.


La respuesta de Andoni Ortuzar a la dimisión de Jon Darpón muestra el talante con el que el PNV ha digerido la reprobación mayoritaria del consejero, señalado por las irregularidades de la OPE de Osakidetza. El presidente del EBB dijo en Radio Euskadi que EH Bildu y PP mantienen una estrategia común y coordinada para actuar contra el Gobierno, y aunque queda al criterio de oyentes y lectores valorar la verosimilitud de estas palabras, es difícil imaginar una entente como la sugerida en esa entrevista. En Sabin Etxea han decidido que repartir a diestro y siniestro es la mejor forma de achicar agua y salir del paso ante una notable crisis institucional, sin embargo, cuando los reveses se acumulan no se puede echar siempre la culpa al contrario, al árbitro o al empedrado. Y el PNV lleva meses encadenándo contratiempos.

Cuando la negociación presupuestaria con EH Bildu fracasó, abocando a las cuentas públicas a la prórroga, Lakua también señaló a la coalición, acusándole de no tener voluntad de negociar sino «solo de aparentar». Ocurre que fue el propio Ejecutivo el que planteó un ultimátum cuando aún había margen para el acuerdo y que acabó por retirar su propio proyecto presupuestario. Arnaldo Otegi valoró entonces que al PNV le había entrado «vértigo» ante la posibilidad de alcanzar un pacto que mejorara la vida de miles de trabajadores y pensionistas en los términos expuestos por EH Bildu, que demandaba, por ejemplo, una pensión mínima de 859 euros a partir de este año, como punto de partida hacia los 1.080 euros.

Aquella fallida negociación acabó con un rifirrafe entre ambas partes, pero a nadie se le escapa que la responsabilidad de aprobar los presupuestos es en última instancia del Gobierno, y que no lograrlo hay que anotarlo en su debe. Puede que el PNV –el PSE no dijo esta boca es mía durante todo el proceso– midiera mal la capacidad de aguante de su interlocutor y pensara que sería EH Bildu quien tendría vértigo de mantener el pulso hasta el final, pero el desenlace dejó un poso amargo en Lakua, ya que su versión no tenía una fácil venta y mucha gente acabó decepcionada.

Afirmar que se habían topado «con la izquierda abertzale de siempre» fue la forma con la que Iñigo Urkullu y los suyos quisieron ventilar aquel episodio. Pero el Ejecutivo volvió a toparse con un nuevo contratiempo poco después, y en este caso ese comodín no tenía recorrido. Fue a raíz de la &bs;presentación de la Ley de Acompañamiento Presupuestario, que agrupaba en un solo texto siete medidas diferentes para votarlas de forma conjunta y sin posibilidad de presentar enmiendas. Un trágala que fue criticado por toda la oposición, que expresó su rechazo a la tramitación conjunta por lectura única. Pese a ello, y aun estando en minoría, el Gobierno siguió adelante, confiando una vez más en que los grupos no podrían cerrar el paso a una ley que incluía, junto a medidas como la subida de los módulos de la educación concertada, un incremento de sueldo a los funcionarios y de la RGI.

A pesar de las críticas al Ejecutivo, grupos como EH Bildu habían anunciado una actuación «responsable» ante aquella ley única, pero llegado el momento el Gabinete Urkullu pensó que quizá no tenía bazas para sostener su órdago, y acabó cediendo, aplicó ese plan B que una semana antes dijo que no existía y troceó la ley. Mantuvo su actitud de no negociar con la oposición el contenido de las tres leyes resultantes, pero una vez más tuvo que recular.

Ahora le ha ocurrido igual con Darpón, después de medio año de polémica en la que el consejero ha pasado de negarlo todo y cargar contra los denunciantes a dimitir. O a ser «dimitido».

Al PNV le está costando asumir que se encuentra en minoría parlamentaria. La soberbia con la que ha jugado en los tres casos citados muestran una forma de gobernar que no se compadece con la aritmética parlamentaria actual. Otro ejemplo reciente es la suspensión de la presentación pública de la norma sobre grandes superficies, una noticia de la que informábamos ayer en Ekonomia (página 25), donde la oposición ha vuelto a hacer valer su mayoría.

Ese escaño que en la noche electoral le fue adjudicado al partido de Ortuzar y que tras revisar varias mesas impugnadas acabó en el zurrón de EH Bildu arrebató la mayoría a PNV y PSE, y aunque al inicio de la legislatura el PP ha sido muleta suficiente –es curioso que ahora los jeltzales hablen de «pinza» EH Bildu-PP–, la moción de censura contra Rajoy alteró el tablero.

Precisamente, aquella moción dejó en evidencia otro error de cálculo en Sabin Etxea. Porque el PNV no sólo ha pecado de soberbia o ha medido mal su fuerza en casa, también ha fallado con cierto estrépito en su lectura de la coyuntura española.

Aquel episodio ocurrió además de la peor forma posible, ya que después de asegurar por activa y por pasiva que no negociaría los presupuestos del PP con el artículo 155 en vigor en Catalunya, acabó anunciando que apoyaría las cuentas de Mariano Rajoy por «responsabilidad». El anuncio lo hizo Aitor Esteban el 23 de mayo, y a los jeltzales les llovieron críticas no sólo en Euskal Herria sino, especialmente, desde Catalunya. Asumieron el coste de faltar a su palabra –palabra de vasco–, pero lo que no podían imaginar es que apenas ocho días más tarde el Congreso iba a debatir una moción de censura contra el propio Rajoy, que acabó siendo expulsado de La Moncloa. El PNV también votó a favor –era muy difícil no hacerlo– de la moción contra ese Gobierno cuyas cuentas acababa de aprobar.

Yendo un par de años más atrás, tampoco acertó Urkullu cuando dio por hecha una mayoría PSOE-Podemos en Madrid, que dejaría al PNV en una posición envidiable para negociar. De hecho, puede decirse que los últimos tres años han sido una enmienda constante de los jeltzales a sus propias posiciones.

En el flanco catalán no le están saliendo mejor las cosas, y Urkullu es responsable de ello en gran medida. El lehendakari siempre ha expresado, de forma tácita o expresa, su oposición al proceso independentista, del que se han desmarcado tanto él como su partido, y de hecho en 2017 puso en duda que el referéndum pudiera celebrarse. El 14 de setiembre, dos semanas antes, dijo públicamente que le faltaban «garantías». Al final el referendo pudo celebrarse, a pesar de la violencia empleada por las fuerzas policiales españolas. Pero muchos catalanes no olvidan que en las semanas siguientes el lehendakari maniobró para impedir la declaración de independencia –para «evitar un choque de trenes», en la versión jelkide–, y el reciente encontronazo con Carles Puigdemont no ha hecho más que enrarecer el ambiente entre dos familias políticas históricamente aliadas.

Está por ver que todos estos episodios vayan a pasar factura al PNV. Las encuestas les sonríen, y dan por hecha no sólo su victoria en la CAV sino una mejora de sus posiciones, tanto en los comicios de abril como en mayo. Y aunque en esta era de política líquida, o gaseosa, cualquiera se fía de los sondeos, el jeltzale parece un valor seguro.

Sin embargo, toda acción tiene reacción, y la moción de Rajoy puede pasarle factura. Tanto si el 28A la derecha –PP, C’S y Vox– obtiene mayoría absoluta y no necesita del PNV, como si el PSOE gobierna con apoyo de Podemos y otros grupos, como el PNV, el PP puede optar por endurecer su posición en Gasteiz, y si Urkullu no pacta con Podemos o EH Bildu va a tener una segunda parte de legislatura complicada, quien sabe si con final abrupto. Por otra parte, no está claro qué ocurrirá en los comisios europeos y si el PNV acabara pactando con el PDeCAT. Si no lo hiciera, el escaño de Izaskun Bilbao puede peligrar.

El PNV tiene músculo, cuenta con el apoyo entusiasta de gran parte de los medios del país, y le ampara la leyenda de que ocurra lo que ocurra siempre sale a flote. Los datos lo corroboran. Pero la insistencia en el error puede crear hábito, y habrá que ver si en Sabin Etxea ya han empezado a quemar naves por encima de sus posibilidades.