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25º ANIVERSARIO DE LA MUERTE DE HUGO PRATT

EL REFLEJO LE DEVOLVIÓ LA IMAGEN DE CORTO MALTÉS

Fallecido en la localidad suiza de Lausana en 1995, el artista veneciano Hugo Pratt desarrolló a lo largo de su vida una odisea dictada por la brújula de su célebre personaje, Corto Maltés. El marino de Malta fue testigo y parte activa de un tiempo en el que la aventura romántica también requirió de compromiso.


Hubo una vez en la que Venecia acogió a un séquito de templarios liderado por el caballero Jean de Fiandre cuya misión clandestina, se dice, consistió en custodiar y ocultar parte del tesoro que fue codiciado por Felipe IV, el monarca francés que condenó a la orden templaria a arder en las hogueras de París. Según cuenta la leyenda, este tesoro que sedujo a Lord Byron y al Barón Corvo, todavía permanece oculto en alguna de las pequeñas islas que salpican la laguna.

Crónicas como estas, repletas de puntos suspensivos que invitan a la ensoñación, pertenecen a esa otra Venecia que conoció como nadie Hugo Pratt.

El creador de “Corto Maltés” dio forma sobre el papel a pasajes como este e historias vividas en primera persona cuando, siendo niño, acompañaba a su abuela al Viejo Ghetto o jugaba en compañía de otros chavales en el Patio Secreto, el Arcano, al cual se accedía atravesando siete puertas cuya simbología cabalística está grabada en diferentes columnas y rincones de la Giudecca.

Pratt, vino en mano y siempre rodeado de buena compañía, rememoraba estos paisajes que permanecen en el imaginario colectivo de quienes quieren ver en las numerosas páteras de piedra la llave mística que conduce a la mítica “Clavícula de Salomón” o la palabra fantástica cuya pronunciación resucitará al colosal Golem.

Decía el escritor Umberto Eco que «cuando quiero relajarme, leo un ensayo de Engels; si quiero una lectura más comprometida, leo ‘Corto Maltés’».

Las palabras del autor de “El nombre de la rosa” definen lo que encontramos en el fascinante imaginario de viñetas que creó Pratt, porque más allá de las odiseas que protagonizó su marino errante, topamos con una crónica histórica aferrada a la realidad pero abierta a la aventura romántica que siempre suele coquetear con la fantasía.

Corto Maltés figura con todo merecimiento como uno de los personajes más relevantes del mundo del cómic. Hijo de una gitana de Gibraltar y un marinero de Cornualles, su personalidad siempre se asoció al romanticismo, el altruismo, la libertad, la soledad y a un intenso mundo interior repleto de interrogantes e incertidumbres.

El viaje como destino

Al igual que otro ilustre soñador, Federico Fellini, Hugo Pratt nació en Rimini el 15 de junio de 1927, pero vivió toda su infancia en Venecia, ciudad de la que siempre partió y a la que regresaba en cuanto su brújula estropeada se lo permitía.

Su abuelo paterno era de origen británico, mientras que el materno era judío sefardí y tuvo una abuela de origen turco, por lo que vivió un continuó encuentro de creencias. Con 10 años viajó a África, donde su padre fue destinado como oficial del ejército colonial italiano en Abisinia, la actual Etiopía. Tras ser capturado por soldados británicos y destinado a un campo de prisioneros, perdió el rastro de su padre para siempre pero este le legó un último gesto cuando pidió que entregaran a su hijo un ejemplar de “La isla del tesoro” de Stevenson que guardaba una dedicatoria: «Verás que un día tú también encontrarás tu isla del tesoro».

De regreso a Venecia, una vez terminada la guerra, participó, junto con un grupo de amigos, en la creación de una revista de historietas, “Asso di Picche”, y así comenzó su particular singladura por océanos de tinta y color.

Desde el verano de 1959 hasta el de 1960, Pratt residió en Londres, donde produjo –junto con varios escritores– algunas historias de guerra para la agencia Fleetway Publications. Más tarde se trasladó a Argentina y en su regresó a Venecia, en 1963 , inició con Florenzo Ivaldi, la edición de una publicación mensual para el público italiano, así como su propia producción de la época argentina.

En el primer número de la revista titulada “Sgt. Kirk” asomaron por primera vez las viñetas de “La balada del mar salado” y en ellas descubrimos a Corto Maltés.

El marino que observa y actúa

Creado en 1967, Corto Maltés es uno de los personajes más reconocidos y celebrados del cómic mundial y una prolongación idealizada de su propio creador, Hugo Pratt.

El autor veneciano fue, además de un hombre profundamente marcado por la literatura y por los viajes, un observador que nunca fue ajeno a la convulsa realidad sociopolítica que vivieron tanto él como su personaje.

En relación a ello, Pratt recordó en una excelente entrevista que concedió a “El viejo topo” que «elegí un período histórico que es el principio del siglo XX, porque era un período de grandes cambios económicos y políticos. Desde el romanticismo se giró hacia la toma de conciencia que las grandes revoluciones, Marx y Engels, han proporcionado a la sociedad. No puede perderse de vista al materialismo histórico, y para estar en comunión con la conciencia del individuo había que analizar cuanto estaba pasando. Pienso que Corto Maltese es un ejemplo del tipo de individuo correspondiente a esta situación. Partiendo de una actitud romántico-aventurera, toma conciencia de los importantes cambios que hubo en aquella época».

Entre sus pasajes vitales también descubrimos a Pratt en Angola. Requerido por el gobierno cubano, participó en una iniciativa que consistió en educar a la población nativa mediante viñetas relacionadas con su cultura y tradiciones.

Según Patricia Zanotti –compañera de Pratt y directora de la sociedad que gestiona los derechos universales del dibujante veneciano (Cong)– «la obra de Hugo Pratt es inseparable de su vida, de los libros que leyó, de los encuentros con las personas que inspiraron sus personajes».

Para Didier Platteau –cofundador de ediciones Moulinsart y amigo de Hugo Pratt– su primer álbum “La balada del mar salado” «marcó un cambio en la historia del cómic y su obra posterior, ambientada a principios del siglo XX, determinan una época de confusión en que él surge como un símbolo de libertad, de amistad, del hombre que se salta las fronteras, justo lo que necesita el mundo hoy, de ahí su vigencia».

La editorial catalana Norma publicó recientemente todas las aventuras de Corto Maltés en orden cronológico y en sendas ediciones en color y en blanco y negro.

El primer título publicado fue “La balada del mar salado”, una obra que sitúa la acción en algún lugar del Pacífico Melanesio, cuando la tripulación del catamarán del pirata Rasputín rescata a Corto Maltés atado a una improvisada balsa a la deriva. Unos años después de “La balada del mar salado”, Pratt retomó el personaje para publicar el álbum “Bajo el signo de Capricornio”, compuesto por seis historias cortas que tienen lugar entre 1916 y 1917. La acción se desarrolla a América del Sur y Central; a la desembocadura del Amazonas, en Brasil, y Belice y las Antillas.

En este segundo volumen, el marino de Malta se enfrenta a ancestrales cultos, prácticas de magia negra y leyendas que sumergen al lector en el universo de las religiones afroamericanas.

En esta ruta de viñetas también topamos, entre otras odiseas, con los últimos estertores de la Rusia blanca y a los primeros balbuceos de la revolución china en “Corto Maltés en Siberia”, la fantasía y la realidad que se fusionan en las crónicas irlandesas que inspiraron “Las célticas” y las dos lunas mágicas que gobiernan el cielo boanerense que Corto Maltés compartió con su gran amigo, “El Vasco” Larregi, en “Tango... y todo a media luz”.

En cierta noche de niebla veneciana, en el interior de un bar, topé con Hugo Pratt que en compañía de unos amigos cantaba y bebía. La conversación posterior se nutrió de leyendas, misterios y una situación política catastrófica.

En viajes posteriores nunca más encontré aquel bar. Algo habitual si se comprende que son historias que pertenecen a esa otra Venecia.