20 JUIL. 2021 20 AñOS DEL G8 DE GÉNOVA (II) UN CUADRO CUBISTA LLAMADO CARLO GIULIANI Un día como este martes, 20 de julio, hace dos décadas, Carlo Giuliani moría arrollado «como un animal» por una furgoneta policial tras haber recibido un disparo en la cara. Alessandro Ruta lo relata en este trabajo en tres partes. Alessandro RUTA Una víctima», «Un héroe», «Yo lo conocía, era un tío medio bobo», «Aquel día su plan era irse a la playa con los amigos», «Un criminal, y además encapuchado, que quería matar utilizando un extintor». Estas y algunas más son frases que he escuchado durante los últimos años en Génova. Como en un cuadro cubista, hay cientos de puntos de vista. Carlo Giuliani está allí, yace en el medio de la Piazza Alimonda, en el suelo de Génova: su cuerpo sin vida está rodeado de agentes de la Policía italiana, su sangre se escurre y extiende sobre el asfalto. Ha muerto el 20 de julio de 2001, en la segunda jornada de la cumbre del G8 en la ciudad de Liguria. Fue por la tarde y me avisó mi abuela. Yo estaba en casa, probablemente estudiando pero no sabría concretarlo, cuando empezaron a llegar las primeras noticias. «Un griego» primero, «un español» se dijo posteriormente, para finalmente confirmar que se trataba de un italiano. Sobre la hora de la cena llegó la confirmación oficial. Todos los informativos abrieron con la muerte de Carlo Giuliani, algo que iba sin duda a ocultar las decisiones tomadas por los ocho grandes en la otra zona de Génova, la parte blindada de la ciudad. Alguien tenía que hablar y los encargados fueron dos altos cargos italianos: el ministro del Interior, Claudio Scajola, y el vicepresidente del Gobierno, Gianfranco Fini. Ambos eran representantes del Ejecutivo liderado por Silvio Berlusconi, que probablemente en aquel momento estaba en su apogeo político, con una amplia mayoría en el Parlamento y en el Senado tras haber ganado de manera muy contundente las elecciones celebradas en mayo de ese mismo año. Unos comicios donde, por ejemplo, los 61 escaños de Sicilia habían ido en bloque a la coalición de centro-derecha. Tanto Scajola como Fini defendieron a la Policía y los carabinieri, es decir, al «orden». Pier Paolo Pasolini solía definirlo como «el palazzo» (palacio), «el poder» que no admite discusiones y que «es más anarquista que los anarquistas porque hace y dice lo que le da la gana». Fini, además, era el heredero directo del partido postfascista Fiamma Tricolore –¿recuerdan el artículo anterior, del gabinete hecho en 1960 y de las manifestaciones en la misma Génova?–, que simplemente había cambiado de nombre y ahora se llamaba Alleanza Nazionale. Para ellos la culpa de la muerte de Carlo Giuliani era del propio Carlo Giuliani. Según su relato, era «el agresor», por supuesto. Se había publicado ya una foto en los medios. Áspera, tremenda, como únicamente una imagen tomada en el mejor momento posible puede ser. Carlo, de espaldas, intentando lanzar su extintor hacia la camioneta de los carabinieri y enfrente una pistola lista para disparar. Algo que finalmente sucedió. Para mí, aún hoy es una fotografía que marca un límite, un antes y un después, como la de los chicos desnudos y desgarrados en medio de los bombardeos en la guerra de Vietnam. La imagen que supone la pérdida de la inocencia para toda una generación, la mía. Giuliani era de 1978, tenía cuatro años más que yo. No todos saben que Carlo murió tanto por el disparo que recibió en el rostro como por la ruptura del corazón provocada por la furgoneta policial que pasó por encima de su cuerpo cuando yacía sin conocimiento. Eso fue el remate final, el golpe de gracia en una plaza que en aquel momento, las 17.30 del 20 julio, estaba repleta de gente, humo y caos. Podía caer Giuliani o podía haber sido cualquier otro. A partir de su muerte, sin embargo, Carlo ya no existiría más. Se había convertido en un símbolo, en una imagen para imprimir en camisetas, en un mártir. Para «el Poder», todo lo contrario: un peligroso rebelde que iba a matar a un defensor del orden. Luego, que hubiese muerto así, arrollado como un animal, no era más que una casualidad. Se permitirían hasta acusar a sus compañeros de haberle golpeado la cabeza con una piedra; con tanta confusión, valía todo. Era «el anarquismo del Poder». El que «descargó el barril» La historia tiene otro protagonista, todavía más joven que Giuliani, el policía que supuestamente le había disparado en la cara: Mario Placanica, un carabiniere precario. Como siempre en este tipo de casos, casualmente los altos cargos no estaban en la arena y la culpa fue a parar al último en llegar. En italiano hay una expresión que me encanta: Hacer «el scaricabarile», que traducido es algo así como «descargar el barril». Y el barril se lo llevó Placanica. Un chico del sur. Queda la duda de si había sido el verdadero brazo ejecutor o utilizaron a Placanica para cubrir a otros. No hay testigos. Dos lados de la barricada con dos jóvenes en cada lado, como una película de vaqueros donde el bien y el mal se escapan, son conceptos prescindibles en un contexto de guerra y caos. Una batalla en contra de la globalización con la que yo también estaba de acuerdo. La gran mayoría de los manifestantes, por supuesto, eran pacíficos, pero en cada crisis o movimiento que cobra fuerza «el Poder» tiene que deslegitimar estos procesos, es una vieja historia. El problema sale a flote cuando pierde el control, como en el caso de Génova, donde el cortocircuito fue absoluto. Y esto se notará aún más en los días siguientes.