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Duelo de impotencias


Rusia no pensó que Ucrania respondería a su sangriento órdago militar y confiaba en la histórica indecisión de la UE. De ahí que le acuse de dependencia con una OTAN a la que responsabiliza de alargar una guerra que, sobre las brasas de la del Donbass, ella misma ha desatado. Y que acabará pagándo cara, aunque la gane.

Ucrania sabe que nunca ganará la guerra y que su resistencia acarreará un inmensurable sufrimiento a su población y a su viabilidad como Estado. De ahí que pida a la OTAN y a la UE que se impliquen más en la guerra, so riesgo de un armagedón bélico.

Las mentes más preclaras en EEUU saben que Rusia no puede perder y que, con Putin o con otro al mando, no se la puede ningunear como a un osito de peluche. La propia Casa Blanca ha tenido que matizar al presidente Biden cuando amenazó con una respuesta contundente a Moscú en caso de ataque químico.

La Europa occidental y central sabe que ni su alineamiento acrítico con la OTAN ni las ofertas interesadas de gas estadounidense le garantizarán la autonomía estratégica y energética que tampoco tiene ante Rusia, a la que tampoco interesa una UE fortalecida.

Finalmente, China sabe que no puede construir un nuevo orden mundial sobre las cenizas de una larga contienda.

Toda guerra es una muestra de impotencia y sus efectos dejan por doquier al desnudo todas las debilidades. La humanidad, en femenino, lo sabe. Por eso los dirigentes políticos, empezando por el «viril» inquilino del Kremlin, se escudan tras ella.