07 FéV. 2023 DE REOJO Placas tectónicas confluyentes Raimundo FITERO Las tragedias provocadas por los desarreglos internos de la Tierra son inconmensurables. Es difícil atrapar con unas palabras encadenadas la sensación de desgarro, impotencia y desgracia que provocan las imágenes que se nos ofrecen casi en directo del derrumbamiento de edificios de diverso volumen en ciudades de Turquía, o los drones volando sobre las zonas devastadas de Siria que van dejando un reguero de escombros donde prevalecen las instalaciones solares que coronaban esas casas destruidas. La suma de personas muertas por los efectos de estos terremotos que no paran de sucederse, replicarse o de retroalimentarse, ya que es una zona de placas tectónicas confluyentes que, se sabe, tienen tendencia a que lleguen a estos choques, a estos desorbitados efectos y no exista reglamentación preventiva. Es auténticamente sorprendente ver derrumbarse edificios de construcción aparentemente moderna con personas a su alrededor contemplando el siniestro espectáculo. Las cifras de desaparecidos y fallecidos van aumentando y se convertirá en un reclamo para la solidaridad internacional que, parece obvio, se debe ejercer por encima de cualquier criterio partidista o religioso. He escuchado a alguien reflexionar sobre lo absurdas que son las guerras, esa búsqueda de una manera voluntaria, mecánica y artificial de la destrucción de bienes, haciendas y vidas de los otros, de los considerados enemigos, cuando este terremoto en menos de veinticuatro horas ha destrozado, con gran dramatismo, cientos de kilómetros arrasando edificios, terrenos, vías de comunicación y miles de vidas.