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Trabajo, seriedad y honradez


No debiera ser así, pero no puede negarse que una parte de la sociedad activa, en el sur de Euskal Herria, vive ajena a su entorno, a la sociedad de la que es parte importante. Sinceramente, tengo la esperanza -no la convicción- de que se sumen, de que dejen de ser espectadores en el naufragio general de valores en el que nos vemos sumidos desde hace mucho, muchísimo tiempo. Amenazados por un futuro manifiestamente sombrío, que me induce a recordar aquel tan laureado y «eficaz» gran mercado único, hasta no hace mucho panacea de todos los bienes.

Desde hace años, los hechos «dicen», nos hablan del gradual desmantelamiento del poder del Estado y de sus instituciones socio-sindicales. En mi opinión, fruto inequívoco de la cruel y victoriosa ofensiva del «mercado» y la especulación financiera incontrolada e incontrolable. Opino que nos estamos aproximando de manera inquietante a un pasado que no debiera olvidarse.

No podemos negarlo, somos parte de un universo entregado al credo intangible del enriquecimiento, la competitividad y la satisfacción individual. Hoy los herederos del ultraliberalismo, la mundialización y el mercado global, artífices y gestores de la «bonanza» actual, persisten, ofreciéndose para lograr el fin de nuestras desdichas. Para ello y ante la incredulidad de sus víctimas, mantienen su discurso; es necesaria la multiplicación de los bienes de consumo, la modernización y la mayor fluidez de los circuitos de distribución de riqueza.

Esto que nos ofrecen hace imprescindible el mayor desarrollo de las posibilidades «creadoras» del poder financiero, tecnológico e industrial de las élites. Lo que supone desembarazarse de las trabas del proteccionismo, del costo insoportable de los programas de ayuda social, y de las leyes «caducas» respecto a la seguridad del empleo.

Volviendo a las diversas élites que componen el famoso y despiadado «mercado», continúan afirmando que para crear nuevo empleo hay que liberalizar más -todavía más- la actual regulación del mismo, favorecer la competitividad de la industria mediante el libre despido, la deslocalización y el flujo de capitales sin restricciones.

Ya lo ven, la gran mayoría de la sociedad deberá seguir reduciendo su nivel de vida, incluso los «pudientes» que se arriesgan con hipotecas.

Una vez más nos encontramos ante la necesidad de ofrendar el modesto status social adquirido durante muchos años de lucha y trabajo, observando cómo las generaciones de vascos con mayor cualificación académica de nuestra historia son conducidos a un futuro más oscuro del previsto. Soy consciente de que para corregir el rumbo es necesaria la implicación de toda la sociedad del mundo del trabajo.

Me gustaría incluir a quienes, pudiendo, no aportan nada salvo un vergonzante silencio, por importante que sea su peso específico. Silencio de los considerados «intelectuales» que salvo aportaciones simplistas que apestan a pesebre, esquivan su inclusión en una participación estructurada, hoy tan necesaria. No debiera extrañar, pues, que esta actitud de vergonzante inhibición sea recibida con aplauso en el ámbito intelectual de la extrema derecha vasca y española.

No es fácil, máxime conociendo la composición de algunos «medios de difusión» pero creo que debiera observarse con detenimiento y regular el mensaje del consumismo a ultranza -inculcado valor supremo de las élites- acosando a millones de hogares, adormeciendo con incienso navideño la dura realidad diaria.

Lamento decirlo, pero creo firmemente en la depredación -uniformemente acelerada- y el envilecimiento de una parte de esta sociedad sin criterios. Tampoco quiero olvidar que el refugio en la ética individual no es suficiente. No es suficiente porque no permite «por sí solo» la elaboración de una estrategia articulada de resistencia y enfrentamiento, ante lo que se aproxima.

Están consiguiendo que vayamos licuando la realidad y la noción de lo que es trascendente de nuestro propio horizonte como personas, como individuos. Nos alejan del progreso y la utopía puramente humanos.

Esto viene de lejos, no es fruto de un día, tampoco de una ni dos legislaturas, de uno u otro gobierno, desgraciadamente es mucho más profundo. Se está dando una metamorfosis escalonada de la sociedad en el Estado español, incluidos nosotros, los vascos. Porque a pesar de cómo vendemos las bondades de nuestro tejido industrial, las nuevas tecnologías que se emplean y de la buena formación técnica de nuestra juventud, no podemos negar que somos parte de los países pobres, eso sí, integrados en el nuevo circuito de distribución de bienes y capitales, pero víctimas directas, con muchos miles de familias en situación precaria y un creciente sector de indignados ciudadanos socialmente desprotegido.

Se aproxima «otra» campaña electoral y escuchándole al señor Urkullu, su discurso me recuerda al remero que hace brillar el remo en la bahía donostiarra. Esta regata puede ser determinante, total, y ante esto él es consciente, yo también, de la importancia de un buen «calentamiento».

El método no varía, vuelven a utilizar el miedo como arma política ante una sociedad que observa con incredulidad el bombardeo inmisericorde de cifras y datos que «demuestran» la bonanza económica y avances sociales, fruto de su gestión. Es ahí donde estos hábiles vendedores de populismo demagógico son vulnerables. La derecha -sea esta vasca o española- siempre basa su discurso electoral en las bondades de su capacidad de gestión. «Ropaje» de buen gestor del que día a día hemos ido despojando. Eso sí, con mucho trabajo, seriedad y honradez.