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Cruce de caminos: decolonialidad y soberanía(s)


«Bandera trapu bat da

Haizerik ez badabil» (Dut, “Haize Eza”).

Cada momento histórico plantea sus preguntas, siendo las respuestas retos a superar. Los diferentes sujetos, desde su lugar de enunciación, han de encontrar la suya propia para entrar en disputa en el terreno de la política, entendida esta en su sentido más amplio, más transformador, como espacio social donde se establecen conflictos, polarizaciones y contrapoderes.

En un acercamiento histórico, cuando cae la idea de Dios como refugio de salvación, emerge el Estado, no solo como forma social de nuevas relaciones económicas con sus mecanismos de control y disciplina, también bajo un requerimiento de protección. La promesa soberana transita de la alianza bíblica al pacto social.

Amparado en este epígrafe, el contrato social, el liberalismo ofrece una libertad siempre negativa, una condición natural que se permite el lujo de prescindir del otro, es decir, un privilegio (la relación entre las personas se reduce a un asunto mercantil); mientras que para el pensamiento republicano la libertad es siempre positiva: un vínculo que se fragua con derechos. Es esta libertad plebeya, como potencia social que emerge desde abajo y contra el autoritarismo, la que se ve cada vez más comprometida en un contexto de crisis sistémica.

El presente modelo civilizatorio, la modernidad capitalista heteropatriarcal, colonial..., ha entrado en una fase de descomposición que está marcada por sus dos límites estructurales. Uno, interno, que actúa como una bomba de relojería, debido a la sustitución de trabajo vivo por tecnologías. Por primera vez en la historia de la humanidad, nos encontramos ante la categoría de masas de población sobrante. Y un límite externo, ya advertido por Marx en el siglo XIX como fractura metabólica, que surge de la contraposición de la voracidad infinita del capitalismo con un mundo finito. Dos lógicas irreconciliables. Entre ambos límites se dibuja un campo de batalla donde se enfrenta el capital a la vida.

La consecuencia más evidente de este sucinto diagnóstico es un escenario donde se pone de relevancia a nivel mundial el conflicto por la soberanía, siendo a su interior donde se articulan las opresiones de clase, género, raza... Una lectura profunda del surgimiento generalizado de las nuevas extremas derechas, por donde asoma el fantasma del fascismo, tiene que realizarse desde esta clave. Una fase neomedieval, de la llamada globalización, caracterizada por una gran heterogeneidad de jerarquías y bloques en disputa multipolar en el plano geopolítico; un neomperialismo que hace del genocidio en Palestina su paroxismo.

Frente a esta realidad que se presenta como una maraña de acontecimientos, de signos que acaban por remitir a un vacío, hay que desarrollar esa mirada del cartógrafo de la que nos habla Joseba Sarrionandia, para que, sobre el mapa que se extiende en la piel de nuestros cuerpos, casas, pueblos, territorios... acertemos a investigar el cruce que se produce entre el pensamiento decolonial y la propuesta soberanista. Porque, cuando al paisaje social de Euskal Herria se le quita la pátina jeltzale de los «buenos gestores», un borrón se adueña de la imagen.

Privatizar la democracia, en palabras de Jule Goikoetxea, desposeernos de la capacidad de decidir a todos los niveles, desde el personal hasta el que llega a la comunidad política, es la hoja de ruta de las diferentes élites para integrarse en los circuitos de capital global, cada vez más volátiles. Armar una estrategia que produzca el encuentro entre las luchas antirracistas decoloniales y las de las naciones sin soberanía es la potencia política a considerar por este seminario.

En ese camino hacia el otro, dos presupuestos tienen que cumplirse: por una parte, la renuncia a determinadas identidades políticas que solo dificultan el diálogo, haciendo que los mismos muros que protegen también separen; y, por la otra, la revisión de la doble colonialidad que se da en cualquier pueblo de Occidente, incluido el vasco, que no debe olvidar que la actual migración es una prolongación de las políticas coloniales. Sabiéndolo hacer no solo alumbraremos ángulos muertos del no-ser, no solo aprenderemos a pensar de una manera situada... ampliaremos la vía para ganar mayorías, dibujaremos otra constelación de fuerzas en Euskal Herria.

El tercer salto en la comprensión de Euskal Herria, superado Sabino Arana y asumido Txillardegi, lo va a dar un sujeto que, como vasco, como nunca antes va a nacer donde quiere; cuyos apellidos como nunca antes van a estar tan cargados de historia; y con una lengua que, como nunca antes, va a ser tan común, el derecho. Porque es ese viento de libertad el que hace que su vieja bandera, tejida con luchas, tradiciones, sufrimientos y anhelos, cuando ondea, murmure los versos de Amaia Lasa: Hala ere/ Euskal Herria sortzen ari gara.