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Democracia de saldo


Llevamos tiempo sufriendo y hablando acerca de los grandes lastres que los déficits democráticos de la cultura y del pasado del Estado español están suponiendo para el desarrollo, convivencia normalizada y avance en términos de igualdad, justicia social y libertad, parametrizado en el respeto a los demás o al diferente y, por supuesto, al medio ambiente. En muchos casos incluso tratan de normalizar estas taras basándose en estereotipos sobre orígenes o ubicaciones geográficas del tipo (somos mediterráneos, es algo propio de los latinos, todo el que puede lo hace, etc.) que justifiquen la corrupción, robo, puertas giratorias, clientelismo, trato a favor, o cualquier beneficio que el cargo público o puesto pueda facilitar a su persona, entorno o a terceros

Es algo que reproduce continuamente. Se comenta en los medios, en la calle, se nos entretiene, se colorea y matiza el grado del escándalo en función de los intereses políticos del momento. Utilizándolo siempre como herramienta de desgaste o destrucción del adversario, con las complicidades mediáticas generadas, pero con cuidado de no profundizar ni entrar en las raíces y orígenes de estos deleznables y antidemocráticos actos o hábitos. Es más, llegan a banalizar con estos asuntos en función del delincuente, personaje o institución, léase emérito, expresidentes, Iglesia, casa real y un largo etcétera. Y por supuesto, sin ningún tipo de exigencia de responsabilidad penal o civil.

Las causas que han propiciado y desarrollado esta cultura corrupta del pelotazo, amiguismo y enriquecimiento personal tienen un ADN claro que es el del Estado fascista que construyo la asonada militar del 36 y cuyos posos y lodos todavía perduran en nuestro tiempo. Las instituciones militares, policiales, judiciales e incluso eclesiásticas son herederas directas de un sistema autoritario y profundamente antidemocrático. Un fascista no se convierte en demócrata, y no digo progresista, por pasar del año 1977 al 1978, o por firmar un bando o constitución alguna.

Para que se produzca un cambio tiene que existir un reconocimiento de que no existió una guerra civil, sino un golpe de Estado y posterior enfrentamiento entre fascistas y demócratas, que se vulneraron la mayoría de los derechos civiles y políticos y que la igualdad y libertades brillaron por su ausencia. En definitiva, se debiera haber producido una catarsis en el sentido de restauración democrática y reparación de la vulneración de derechos y daños causados derivados de la asunción de responsabilidades. Han vestido de demócrata a cualquier fascista corrupto o delincuente sin el correspondiente reciclaje en decencia, conciencia social, honradez, defensa de lo público, derechos y libertades. Los resultados están a la vista.

Este cambio no se ha realizado y han seguido hasta el siglo en que nos encontramos torturando, reprimiendo al disidente y negando el derecho de las naciones dentro de su Estado a decidir su futuro en libertad. Consecuencia de que tanto gran parte de políticos, jueces, militares y policías siguen impregnados del tufillo fascistoide y mentalidad dictatorial del pasado colonial o imperial que tanto añoran.

Este déficit en la cultura democrática está tan arraigado que hasta en los propios partidos que se consideran progresistas o de izquierdas, PSOE, PC, regionalistas, etc., se han mimetizado de demócratas numerosos franquistas por gracia y milagro de lo que llamaron transición (¿?), incorporándose a su militancia, amén de arribistas, totalitarios y auténticos macarras de puticlub, como si nada hubiera cambiado. A estas formaciones les corresponde, en vez de pensar tanto en votos, cargos y puestos varios, regenerar el partido como contribución fundamental en el avance y defensa de la democracia. De lo contrario, más pronto que tarde se les volverá en contra y se verán fagocitados por el «fuego amigo», como incesantemente vemos.

Esto lo comprobamos en la histórica resistencia dentro de esas mismas formaciones a los intentos de revertir situaciones totalitarias y represivas, o simplemente a generar corrientes democráticas que dieran lugar a la emancipación de las personas y de los diferentes pueblos del Estado español. Utilizando para ello todo tipo de resortes represivos, fake news y por supuesto los poderes al completo heredaros del franquismo y que hoy en día gozan de total vigencia e impunidad, por lo ya mencionado. Con el mismo hilo conductor: la defensa y mantenimiento de su España imperial a cualquier precio.

Y algo así es lo que estamos viviendo actualmente. Si no fuera por lo grave del momento, nos encontraríamos con un excelente sainete a la española, donde los fascistas dan lecciones de democracia y la derecha genética e históricamente corrupta intenta transmutarse en el paradigma de honradez y honestidad, ¡¡¡qué sarcasmo!!!

Un claro ejemplo de su cinismo e hipocresía lo encontramos en su subjetiva obsesión de responsabilizar de los delitos únicamente a los individuos o grupos que no son de cuerda ideológica, sin señalar jamás a los corruptores: empresas, corporaciones, instituciones, organismos, lobbies o simplemente «notables» que se consideran por encima del bien y del mal. La explicación a esta interesada discriminación la encontramos en que en los consejos de administración de estos entramados públicos o privados se encuentran policías o inspectores que se han pasado a la empresa privada o políticos, expresidentes incluidos, que también quieren su parte del botín a través del uso de sus influencias o información privilegiada que sus antiguos cargos les han proporcionado.

No puede reprocharse que desde las naciones sin Estado no hayamos intentado, con grandes sacrificios en muchos casos, ayudar a normalizar y democratizar la relación entre nuestras comunidades. Pero dado el limitado éxito obtenido y la nula receptividad del Estado español es el momento de que tanto Euskal Herria, Catalunya, Galiza..., focalicen todas sus energías en el diseño de su propio futuro en libertad, democracia, justicia social e igualdad para todas sus ciudadanas como mejor aporte y ejemplo para los españoles.