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La Vuelta del cinismo: cuando el ciclismo blanquea el horror


Hay gestos que no deberían pasar desapercibidos y silencios que no son prudencia, sino complicidad. Y hay instantes que rompen el decorado, aunque se disfracen de deporte, de espectáculo, de neutralidad impostada. Este texto es para uno de esos instantes: la participación del equipo israelí Premier Tech en la Vuelta Ciclista a España, mientras su gobierno ejecuta, día tras días y sin descanso alguno, un genocidio contra el pueblo palestino.

Nos quieren vender que el deporte une, que el ciclismo es apolítico, que las ruedas giran por encima de las fronteras. Pero no hay neutralidad posible cuando el asfalto se tiñe de sangre. No hay pedaleo inocente cuando se corre bajo la bandera de un Estado sionista que bombardea hospitales, que entierra niños bajo escombros, que convierte la vida en ruina sistemática. No hay épica deportiva cuando se corre financiado por un millonario israelí amigo personal de Benjamín Netanyahu y bajo el patrocinio del horror.

La presencia del Premier Tech en la Vuelta no es una anécdota: es una estrategia. Es blanqueo. Es propaganda con maillot. Es el intento de lavar con sudor lo que no se puede limpiar con justicia. Como en Eurovisión, donde Israel canta bajo focos mientras Gaza se apaga bajo bombas. Como en los escenarios donde se aplaude al verdugo y se veta al invasor selectivo. Porque a los artistas y deportistas rusos se les cerraron las puertas por la guerra, pero a los representantes de un Estado que arrasa hospitales y escuelas se les abre la alfombra roja, se les da micrófono, podio y medalla.

Es la doble moral con banda sonora. El espectáculo como anestesia. El deporte como cortina de humo. Se corre, se canta, se celebra, mientras se entierra. Se aplaude mientras se bombardea. Se premia mientras se silencia. Y todo con la excusa de que el arte y el deporte no entienden de política. Pero Gaza no entiende de neutralidad: entiende de escombros, de orfandad, de urgencia.

En Gaza no hay etapas, solo escombros. Ninguna bicicleta podría rodar entre los cuerpos, los cráteres y las ruinas. Allí, el terreno no se mide en kilómetros, sino en vidas truncadas. Mientras el pelotón avanza entre aplausos, Gaza permanece inmóvil, sin línea de salida ni meta posible. Porque no se puede competir en un territorio donde cada calle es una tumba y cada curva, una herida abierta. La ciudadanía se ha levantado. Ha gritado en las cunetas, ha desplegado pancartas, ha hecho del silencio un grito. Porque no todo vale. Porque no se puede pedalear sobre cadáveres y esperar una ovación. Porque la utopía no descansa: vive en quienes se plantan, en quienes incomodan, en quienes no se tragan la mentira envuelta en lycra.

Basta de contemplar el genocidio desde la grada. Basta ya de mirar hacia otro lado mientras se corre hacia el abismo. Salgamos. Señalemos. Porque cada palabra puede ser freno. Porque cada gesto puede ser mapa. Porque Gaza no es una metáfora: es una herida abierta que no cicatriza con ganar etapas ni medallas.