23 SEPT. 2025 KOLABORAZIOA La herejía, el terrorismo y la condena Iñaki BERNAOLA Escritor {{^data.noClicksRemaining}} Pour lire cet article inscrivez-vous gratuitement ou abonnez-vous Déjà enregistré? Se connecter INSCRIVEZ-VOUS POUR LIRE {{/data.noClicksRemaining}} {{#data.noClicksRemaining}} Vous n'avez plus de clics Souscrire {{/data.noClicksRemaining}} La visión tradicional que nos daba la historia sobre las herejías de la Edad Media y de la Edad Moderna consistía en una lucha a vida o muerte entre colectivos diversos cuya única discrepancia se basaba en cuestiones teológicas que, a la luz de la mentalidad actual, muchas veces resultan incomprensibles, cuando no absurdas. Si bien las controversias religiosas de entonces equivalían en cierta forma a las controversias ideológicas actuales, el verdadero contexto en que se dieron las herejías fue muy diferente: detrás de cada una de ellas existieron graves conflictos sociales, políticos y de lucha de poder. En el libro titulado “Europa bezain zaharra”, según creo el último que publicó Joxe Azurmendi, el autor nos hace un detallado examen del conflicto cátaro de los siglos XII y XIII, donde nos explica que, por debajo de cuestiones religiosas, se escondía el interés de la monarquía francesa por debilitar el poder de Occitania, en aquella época la región más próspera y de mayor nivel cultural del reino de Francia. Nos explica también que la represión de la herejía cátara fue uno de los mayores genocidios perpetrados durante la Edad Media. De hecho, la calificación de «hereje» para un individuo o colectivo humano venía a significar el total rechazo del mismo, tanto en lo objetivo como subjetivo y, por tanto, susceptible de sufrir el mayor de los castigos. Porque con los herejes no cabía piedad, caridad o compasión. Si acaso, podía ofrecérseles la posibilidad de «arrepentirse» por haber caído en el «error», aunque tampoco ello les salvaba del castigo. A veces podía atenuarse este; otras, solo servía para que en lugar de quemarlos vivos los ejecutasen a garrote vil. Porque herejes eran quienes osaban enfrentarse al poder establecido, tanto en lo objetivo y material como en lo subjetivo y virtual. El complemento indispensable de la lucha contra la herejía era la condena. Por su carácter excluyente y absoluto, significaba rechazar cualquier tipo de diálogo, entendimiento, negociación o condescendencia con los herejes. Los papas, así como muchos poderosos y teólogos (ideólogos) de la época no perdieron tiempo en condenar las herejías que fueran, lo que les daba pie para actuar de la manera que acabo de citar. Algunas veces, sin embargo, los herejes se salieron con la suya. El más famoso fue Martín Lutero. Entonces dejaron de ser herejes, al menos para una parte del mundo. Pero eso no impidió que durante casi un siglo se prodigaran en Europa las llamadas «guerras de religión», en las cuales lo que menos importaba era la religión como tal. Supongo que todo el mundo se habrá dado cuenta del uso y abuso que se hace en la actualidad de la palabra «terrorismo». Entre los más recientes acusados de terrorismo tenemos nada menos que a la redactora de la ONU Francesca Albanese; o a quienes han participado en acciones en favor del pueblo palestino, sea la flotilla de socorro, sean manifestaciones varias. Por el contrario, mucho se cuidarán los poderosos de calificar de terrorista a un señor que está exterminando a un pueblo entero con el loable objetivo de despejar el terreno para llevar a cabo allí una operación inmobiliaria. No sé si alguna vez dicha palabra tuvo algún significado más acorde con su etimología, pero está claro que hoy en día terrorista significa, sobre todo, enfrentarse a un poder establecido, de forma violenta o no pero, eso sí, lo mismo en lo objetivo y material como en lo subjetivo y virtual. Algunas veces, sin embargo, los terroristas se salieron con la suya. Entonces dejaron de ser terroristas, al menos para una parte del mundo, y se convirtieron en personas respetables y admiradas incluso con responsabilidades de gobierno. Dejo al criterio del lector aportar ejemplos, que no faltan para todos los gustos. Llegados a este punto, a mí me parece que los terroristas no son más que los herejes de los siglos XX y XXI. Es desolador el paralelismo que puede establecerse entre la forma en que se utilizaron hace un montón de siglos conceptos como la condena más enérgica, el rechazo más absoluto, y la exigencia del arrepentimiento para corregir el «error», con la forma en que se utilizan hoy en día, incluso por estos lares. Os digo de verdad que no me gusta nada utilizar las palabras «terrorismo» y «condena», porque se han convertido en recursos propagandísticos de los cuales, lo mismo en el siglo XIII que en el actual, los poderosos sacan mejor rédito que quienes se les enfrentan. Posdata: según lo que recuerdo de aquella época, Juan Paredes «Txiki» fue acusado de delitos de sangre con resultado de muerte, y Angel Otaegi solo de mero colaborador, sin participar en ninguna acción armada. Pero eso dio igual: ambos fueron acusados de terrorismo y ejecutados. En 1975 Txiki y Otaegi fueron considerados por el franquismo terroristas, es decir, herejes. En 2025, por desgracia, todavía no han dejado de serlo. Hoy en día terrorista significa, sobre todo, enfrentarse a un poder establecido, de forma violenta o no pero, eso sí, lo mismo en lo objetivo y material como en lo subjetivo y virtual