25 SEPT. 2025 GAURKOA «Askatasunaren haizea» Rafa DIEZ USABIAGA y Eugenio ETXEBESTE ARIZKUREN «Antton» Militantes de Sortu {{^data.noClicksRemaining}} Pour lire cet article inscrivez-vous gratuitement ou abonnez-vous Déjà enregistré? Se connecter INSCRIVEZ-VOUS POUR LIRE {{/data.noClicksRemaining}} {{#data.noClicksRemaining}} Vous n'avez plus de clics Souscrire {{/data.noClicksRemaining}} Mañana cuando yo muera no me vengáis a llorar. Nunca estaré bajo tierra, soy viento de libertad». Esas palabras de Juan Paredes Manot Txiki, previas a enfrentarse al pelotón de fusilamiento de voluntarios de la Guardia Civil, resuenan con fuerza en este 50 aniversario. Tras el proceso de Burgos (1970) contra militantes de ETA y el ajusticiamiento del presidente Carrero Blanco (1973), el franquismo sufría las consecuencias del impacto internacional de la resistencia vasca y el dimensionamiento de la conciencia colectiva nacional y social en Euskal Herria y, por efecto dominó, en otros pueblos del Estado español. El régimen fascista, pues, estaba desgastado y con graves problemas de reproducción ante variables internas y externas. Los fusilamientos de Txiki y Otaegi, militantes de ETA por la independencia y el socialismo, y de Humberto Baena, Ramón García y José Luis Sánchez, militantes del FRAP, fueron reflejo de la impotencia del régimen para frenar la ola contestataria que se extendía en las sociedades vasca y del Estado español. La respuesta represiva con apaleamientos y muertes en manifestaciones, encarcelamientos, torturas... pretendió dar un salto con los fusilamientos de septiembre de 1975. Pero el resultado fue inverso, porque la llama de la resistencia había prendido de tal manera, que la lucha desarrollada a todos los niveles significó la aceleración de la erosión del régimen y el incremento de las presiones exteriores para una transición hacia un marco básico de derechos democráticos. En ese sentido, remarcar que en Euskal Herria miles de «txikis» y «otaegis» organizados en ETA y otras estructuras emanadas de la misma, se convirtieron en esa etapa, con su aportación ideológica y su compromiso de acción sociopolítica sin limites, en motores de la conciencia colectiva nacional y social vasca. Fueron, con la variable armada, un factor clave como abrelatas de una transición a la democracia que luego, eso sí, se encauzo por vías que facilitaron el blanqueamiento e impunidad de los que avalaron y perpetraron aquellos fusilamientos y la represión salvaje durante décadas. Queda claro, pues, que el desgaste del franquismo no fue «natural», producto del envejecimiento de Franco, sino de la presión social y la lucha articulada desde la sociedad organizada y armada contra la dictadura. Si no hubiera existido esa lucha in crescendo que forjó un ecosistema organizativo de conciencia colectiva, el franquismo hubiera tenido capacidad de reproducción. Y así estaba encauzado en las figuras de Carrero Blanco y el rey Juan Carlos, pivotes puestos por Franco para continuar su obra y cerrar el paso a las luchas nacionales y sociales que estaban abiertas. Esa transición permitió que miembros del franquismo se convirtieran en democráticos líderes de UCD-AP-PP; que las estructuras franquistas se reprodujeran en esferas judiciales y policiales sin ninguna depuración y/o democratización; que la insuficiente pedagogía antifranquista emanada del bipartidismo nos haya llevado a su regeneración actual a través de las posiciones de Vox y PP; y que, asimismo, las oligarquías de la dictadura mantuvieran su poder económico, liderando sus estrategias de reproducción en el horizonte de transformación que se abría con la entrada en la Unión Europea. Es decir, se facilitó una metamorfosis del franquismo, de sus estructuras judiciales, policiales y núcleos de poder económico. Esa transición tutelada obstaculizó el anhelado logro de la «ruptura democrática», abriendo un escenario de «democracia condicionada» que tuvo plasmación explicita en los «nudos» políticos que la Constitución estableció para guiar el incipiente proceso de reforma política. Eso sí, como consecuencia del grado de conciencia colectiva y acumulación de fuerzas impulsada por la lucha de miles de «txikis y otaegis», tuvo que acceder al desarrollo de una democracia «homologada» y responder al conflicto político nacional abierto en Euskal Herria y Catalunya. Por tanto, el actual marco jurídico-político y estatus de autogobierno en los territorios vascos no fue fruto de habilidades negociadoras o de la reconversión democrática del aparato franquista, sino fragmentos de «cambio» político e institucional que el conjunto de la sociedad fue arrancando, como posteriormente significó el propio Arzalluz en su metáfora de «unos sacuden el árbol, pero sin romperlo, para que caigan las nueces, y otros las recogen para repartirlas». Frase sentenciada con otra revelada entre un ministro del PSOE y un dirigente del PNV en una reunión oficial, donde el primero, en un momento de la discusión, le manifestó: «Al fin y al cabo, vosotros, si no llega a ser por ETA, no tendríais ni Ertzaintza, ni Estatuto, ni nada». Por eso, con independencia de la posición crítica legítima que mantuvimos y mantenemos, el marco jurídico actual es patrimonio de todos los que lucharon contra el franquismo y desarrollaron condiciones para arrancar cotas de institucionalización y autogobierno. Ello sin obviar que otras muchas reivindicaciones, de ahí nuestra posición critica y resistencia política, se quedaron amarradas a los nudos establecidos por el legado franquista. En la actualidad, 50 años después, en otra encrucijada histórica, la brújula de independencia y socialismo que guió la militancia de Txiki y Otaegi sigue marcando el horizonte de nuestra estrategia soberanista y de cambio social. Tras la experiencia de unos estatutos-amejoramiento vaciados de contenidos unilateralmente por la acción coordinada del legislativo y el Tribunal Constitucional españoles, el movimiento abertzale y socialista tiene no solo que poner freno a la ola neofascista, sino que tiene que desatar con urgencia los nudos de la transición (territorialidad, reconocimiento nacional, ampliación competencial, blindaje autogobierno, derecho a decidir, etc.), para dar aire estratégico al proyecto democrático nacional vasco. Hoy, pues, la izquierda independentista tiene que continuar siendo motor de cambio político y social, tiene que impulsar un salto político en nuestras reivindicaciones nacionales y sociales, tiene que ser «askatasunaren haizea». Aurrera Bolie! La brújula de independencia y socialismo que guió la militancia de Txiki y Otaegi sigue marcando el horizonte de nuestra estrategia