05 OCT. 2025 EDITORIALA Sin nostalgia, con ambición, por la emancipación y el internacionalismo, nunca es el baile final {{^data.noClicksRemaining}} Pour lire cet article inscrivez-vous gratuitement ou abonnez-vous Déjà enregistré? Se connecter INSCRIVEZ-VOUS POUR LIRE {{/data.noClicksRemaining}} {{#data.noClicksRemaining}} Vous n'avez plus de clics Souscrire {{/data.noClicksRemaining}} Hace una semana, en el 50 aniversario de su fusilamiento, la memoria de Txiki y Otaegi reventaba el pabellón Anaitasuna de Iruñea. La imagen parecía de otro tiempo, la atmósfera invitaba a rememorar y, sin embargo, pese a ser un ejercicio de memoria, el discurso era contemporáneo y el relato se proyectaba hacia el futuro. De hecho, la gente joven mostró su vínculo con ese legado. En ese mismo escenario, esta semana se cumplían 37 años de “Azken Guda Dantza”, el concierto de despedida de Kortatu. Anoche, a unos pocos kilómetros, Fermin Muguruza daba su último concierto en la capital de Euskal Herria, dentro de la gira en la que ha hecho repaso de sus cuarenta años de andadura. De igual modo, podría haber sido un ejercicio de nostalgia, pero no cayó en eso. La fiesta mantuvo el carácter reivindicativo de la gira, especialmente por Palestina. La jornada había comenzado con una marcha masiva. «CAUSE LOVE'S SUCH AN OLD-FASHIONED WORD» La nostalgia es tentadora, pero fácilmente deviene en ridícula. Para empezar, porque las cosas cambian, algunas de la forma más inverosímil. Por ejemplo, Iruñea ha pasado de ser una ciudad dominada por la derecha españolista más rancia a estar gobernada por fuerzas abertzales y progresistas, con Joseba Asiron como alcalde. Algo que en 1988 sonaba utópico. El fatalismo es la cara B de la nostalgia. A veces los cambios son golpes -hace seis años moría Iñigo Muguruza- y otras son destellos -hace cuarenta y cincuenta años nadie podía imaginar que ETA entregaría las armas a la sociedad civil-. Claro que otras muchas cosas perduran. Por ejemplo, el pitido ensordecedor con el que el Estado español intenta enmudecer lo que dice el pueblo vasco, y el amor y el respeto de una gran parte de la sociedad vasca hacia quienes han luchado y luchan por la libertad. «PEOPLE ON THE STREETS» Si alguien está peleando en este momento no ya por la libertad, sino por la supervivencia y la humanidad, es el pueblo palestino. Ante el dilema que le imponía el plan tramposo de Trump, Hamas ha respondido de forma positiva y, dentro de lo posible, inteligente. Al asumir liberar a los rehenes, desarma las excusas. La administración tecnocrática necesitará de un tiempo que ahora es oro para la población de Gaza. Plantear la necesidad de negociación y vincularse a la legislación internacional refuerza su posición y legitima a sus aliados e interlocutores árabes. Esto devuelve el foco del debate a la ocupación, al apartheid, y señala la responsabilidad de los criminales de guerra. Todo ello, partiendo de que el plan es una patraña, pero asumiendo que el pueblo palestino necesitaba este respiro y que la resistencia responde ante él. Las facciones armadas mostraron ayer su apoyo a la decisión de Hamas y consideraron que es el resultado de un «enfoque nacional responsable», acordado tras «consultas profundas con todas las facciones» para poner fin al sufrimiento del pueblo y «detener la guerra de exterminio». El sectarismo no es una opción. Ante este escenario, desde el apoyo humanitario y el respeto internacionalista, la sociedad civil vasca debe mantener la presión y la solidaridad, insistiendo en que este plan no es la solución, sosteniendo el boicot, exigiendo el alto el fuego, el fin de la ocupación y la rendición de cuentas de los genocidas ante los tribunales. En ese sentido, las instituciones vascas deben apoyar la causa de la justicia, alineándose con el Grupo de La Haya y sus demandas. No hay margen para la rendición. Para la izquierda, para la gente utópica, para las luchas por la emancipación, el último baile, la última danza de guerra, nunca llega. Eso sí, no cabe quedarse parado esperando el próximo. Puede tardar una vida en llegar.