12 OCT. 2025 EDITORIALA Una gobernanza que responda a la ambición y al mandato democrático, y no a intereses espurios {{^data.noClicksRemaining}} Pour lire cet article inscrivez-vous gratuitement ou abonnez-vous Déjà enregistré? Se connecter INSCRIVEZ-VOUS POUR LIRE {{/data.noClicksRemaining}} {{#data.noClicksRemaining}} Vous n'avez plus de clics Souscrire {{/data.noClicksRemaining}} Los palacios en los que residen los ejecutivos vascos, desde diputaciones hasta Ajuria Enea, no tienen la monumentalidad de los de París. Las intrigas que se viven en ellos son de otra dimensión. No obstante, aunque sea a escala, algunas tendencias se reproducen y pueden ser manifestaciones diversas de fenómenos comunes. La gestión grotesca del mandato democrático que está llevando a cabo Emmanuel Macron es insólita. Más allá de la tradición institucional francesa, tiene un único fundamento: que la izquierda no obtenga el poder que le dan las urnas. Elegir de nuevo a Sébastien Lecornu como primer ministro es delirante, más si se hace bajo el dogma de la estabilidad. Muchos analistas señalan que esa estrategia puede hacer que, a medio plazo, la izquierda logre un mayor poder o que sea la ultraderecha la que reine en el Estado francés. Históricamente, las fuerzas democráticas se habían conjurado contra este último escenario, pero el centro-derecha ha roto ese consenso con tal de que los representantes del Nuevo Frente Popular (NFP) no gobiernen, pese al aval democrático. Ese mandato en negativo es autolimintante -quizás, incluso, cuando se aplica a la ultraderecha-. La sola defensa del statu quo no es un proyecto político que pueda retener indefinidamente a las mayorías sociales. Implica un estancamiento del poder y una decadencia insostenibles. Sin un propósito político más ambicioso, ese cordón se convertirá en la soga con la que se ahorcan las repúblicas. UN PACTO DEL «ESTABLISHMENT» SIN FUTURO Salvando las distancias, en Euskal Herria también se aplica esa idea de veto que sostiene Macron. Sin ir más lejos, el PNV suele utilizar la idea de los «extremismos de derechas e izquierdas», para inferir que, si hay que impedir que gobierne la derecha española, lo mismo habrá que hacer con los soberanistas de izquierda. Y lo aplica con su pacto con el PSE. La gresca entre dirigentes de PNV y PSE, que estos últimos insisten en mantener viva, expone sus divergencias. No comparten los elementos básicos de la política: ni marcos, ni referencias, ni ideología. Lo que mantiene blindada a la coalición son un conjunto de intereses creados (cientos de puestos y una extensa red clientelar) y el miedo a un escenario más cooperativo y, a la vez, competitivo con EH Bildu. Solo la necesidad hace que se aplique otro esquema de gobernanza. Iruñea es el ejemplo, Gipuzkoa la antítesis. No es que no se pueda, es que no quieren. OTRAS FORMAS DE PENSAR Y DE HACER Joxe Azurmendi solía poner en valor que la capital y la sede del Gobierno de la República Federal de Alemania fuese Bonn. Algo así como elegir Zornotza, Arrasate o Lizarra como capital vasca. Además de razones domésticas (respondía al deseo de Konrad Adenauer), la elección de una ciudad pequeña y periférica mostraba una ambición federal y un pensamiento estratégico. Es cierto que poco de eso queda. Alguien dirá que Gasteiz iba a ser el «Bonn vasco», pero lo han convertido en un polo burocrático. Sin olvidar que allí PNV y PSE han aplicado la fórmula para que Rocío Vitero no fuese alcaldesa, pactando con el PP. Legítimo, pero feo e insostenible. Azurmendi subrayaba que lo pequeño tiene un valor propio y se pueden hacer las cosas de formas distintas a cómo las hacen las metrópolis o los Estados. El Hôtel de Matignon no es en estos momentos modelo más que de arquitectura de otra época. Hay que reivindicar esa ambición política que, de forma intermitente, ha estado presente en la cultura política vasca. Esa potencia no se refiere a los edificios o sedes, sino a la gobernanza del país. Solo una gestión ambiciosa y positiva de la pluralidad vasca y una coherencia con el mandato democrático puede salvar al país de la mediocridad y la decadencia.