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EDITORIALA

Cada paso contra la impunidad amplía la grieta


Peio Alcantarilla rememoró ayer, en la presentación de la denuncia contra el coronel de la Guardia Civil Diego Pérez de los Cobos, las terribles torturas a las que fue sometido en 2004. Reabrir esas heridas es siempre un ejercicio doloroso para quien las sufrió, más cuando la impunidad ha impedido la justicia y ha obstaculizado sobremanera el reconocimiento y la reparación debidas.

Es luchar contra esta impunidad, entre otras cosas, lo que motiva a Alcantarilla, igual que a las integrantes de la Red de Personas Torturadas, a revisitar lo vivido, en un esfuerzo tanto colectivo como individual que viene dando sus frutos. Además del creciente reconocimiento institucional y de las once condenas del TEDH, en los últimos tiempos se han sumado las resoluciones de varios comités de la ONU, uno de los cuales, en su dictamen sobre Raúl Fuentes, subrayó la urgencia de declarar imprescriptibles los delitos de tortura. Hasta la Audiencia Nacional, en la inédita sentencia que absolvió a Iratxe Sorzabal, reconoció los «tratos inhumanos» que sufrió. Nadie pone en duda ya el uso sistemático de la tortura.

Pero este reconocimiento debe ir acompañado de acciones concretas contra la impunidad que ha blindado a los torturadores. Porque atormentar a detenidas no solo ha salido gratis, sino que ha tenido premio. El caso de De los Cobos reproduciría ese patrón: en los 90 estuvo destinado en Euskal Herria -fue juzgado por las torturas a Kepa Urra-, en los 2000 tenía ya cargos relevantes, y en 2017, como coronel, fue nombrado responsable de la coordinación policial contra el referéndum del 1-O. De hecho, fue a raíz de su intervención en el juicio del Procés que Alcantarilla reconoció a De los Cobos.

El recorrido del caso en instancias judiciales es incierto, porque el Estado profundo se blinda a sí mismo también a lo largo del tiempo. Una cosa es reconocer lo ocurrido -algo en lo que todavía tienen un largo camino por recorrer-, y otra rendir cuentas. Lo acaba de recordar la sentencia absolutoria de un juzgado de Belfast sobre el Domingo Sangriento. Pero ningún esfuerzo en este camino es baldío. La grieta está ya abierta, y nadie sabe qué empujón derribará el muro.