02 NOV. 2025 EDITORIALA Sorteando sesgos, con el poder de las palabras y sin derrotismo, también se combate al fascismo {{^data.noClicksRemaining}} Pour lire cet article inscrivez-vous gratuitement ou abonnez-vous Déjà enregistré? Se connecter INSCRIVEZ-VOUS POUR LIRE {{/data.noClicksRemaining}} {{#data.noClicksRemaining}} Vous n'avez plus de clics Souscrire {{/data.noClicksRemaining}} El sesgo de negatividad es la tendencia psicológica a dar más peso y atención a las experiencias, noticias o estímulos negativos que a los positivos. En otras palabras, aunque sean equivalentes, esos sucesos tienen un mayor impacto que los positivos en las emociones, pensamientos y comportamientos humanos. Por eso se presta más atención a las noticias desastrosas que a las buenas. Por poner un ejemplo cercano, esto supone que el éxito de Javier Milei en las elecciones legislativas deje más poso e importe más que la aplastante victoria en Irlanda de la candidata a presidenta de la izquierda, Catherine Connolly. Según señalan expertos en neurociencias, el ser humano procesa más rápido lo negativo -por razones de supervivencia, el cerebro reacciona más intensamente ante amenazas o malas noticias-. Además, lo recuerda mejor -las experiencias negativas dejan una huella emocional más profunda-. Las redes sociales han llevado al paroxismo la tendencia de los medios tradicionales a la tragedia y al morbo. Aunque históricamente las noticias negativas atraían más visitas y se leían más, hay una creciente tendencia social a evitar la información, porque afecta al ánimo de la gente. Al consumir más contenido negativo, la evaluación sobre el estado del mundo empeora. Si a eso se le suma el relato dominante sobre la oleada reaccionaria -que si bien es indiscutible no tiene el carácter ineludible que se le concede-, el marco autoritario se implanta. Así se abona el pensamiento reaccionario y el fatalismo. En este contexto, saber distinguir entre derrotas y victorias es una virtud política de primer orden. Rebecca Solnit ironizaba sobre la tendencia a un derrotismo preventivo. «Hay una razón por la que los equipos deportivos no corean ‘Creo que vamos a perder’ antes de un partido, una razón tan obvia que estoy bastante segura de que no necesita explicación en ese contexto. Las palabras tienen poder. No solo describen, sino que moldean la realidad», resumía. ¿A QUÉ LLAMAMOS GANAR O PERDER? ¿QUIÉNES? Que el agitador ultraderechista Vito Quiles no se atreviese a ir al acto que él mismo convocó en Iruñea es una victoria inapelable. Sin embargo, ese logro no tiene una explicación sencilla; no cabe en un lema. Por supuesto, la tradición antifascista vasca rebaja los humos de fachas acostumbrados a jugar en casa. En Euskal Herria no tienen apoyo ni predicamento, ni valor para sus incursiones en «territorio enemigo». Asimismo, con inteligencia institucional, la Universidad del Opus vetó la visita. Que el ultracobarde se enfrentase en Cordovilla a periodistas de “Diario de Navarra” y les acusase de ser «amigos de ETA» -hay un vídeo-, es cómico. Además del nivel del personaje, esos episodios muestran que el golpismo español, por ahora homeopático, no siempre comulga. A pesar de cosechar semejante victoria, hubo altercados. De igual modo que no tiene sentido llamar a todo fascismo -como hizo el PNV a cuenta del acto de Falange-, quizás tampoco sea realista catalogar como antifascismo todo lo que se pelee con los lunáticos derechistas. En concreto, en Gasteiz y en las campas de Iruñea se ha visto una subcultura asociada a la masculinidad, el fútbol y los gimnasios que tiene vida propia. Sin duda, entre ellos hay antifascistas. Pero quienes pretendan cooptarlos comprobarán que esa comunidad sigue otros parámetros ideológicos, que tienen su propia identidad, referencias e intereses. Su disciplina la rige su afición. Es una realidad compleja, con rasgos generacionales e influjos globales, que no se puede reducir a los epígrafes de «antifascistas», «las crías de la izquierda abertzale» o «lolorolos». Más allá de sesgos e intereses, si se quiere cambiar el mundo, es importante comprenderlo. Ese ejercicio, a veces revolucionario, siempre resulta ganador.