11 NOV. 2025 EDITORIALA Que Sarkozy no sea la excepción, sino la norma {{^data.noClicksRemaining}} Pour lire cet article inscrivez-vous gratuitement ou abonnez-vous Déjà enregistré? Se connecter INSCRIVEZ-VOUS POUR LIRE {{/data.noClicksRemaining}} {{#data.noClicksRemaining}} Vous n'avez plus de clics Souscrire {{/data.noClicksRemaining}} El pasado 21 de octubre, en la entrada de la prisión de La Santé en la que aquel día ingresó el expresidente Nicolas Sarkozy, su abogado auguró un plazo de entre tres semanas y un mes antes de que se resolviera su demanda de libertad. Dicho y hecho, con una celeridad que ya querrían muchas para sí, el exmandatario regresó ayer a casa, solo 20 días después de cruzar las puertas del penal. Las memorias sobre su experiencia, que anunció que escribiría en su celda, tendrán que esperar, probablemente. Estos casos de escándalo siempre abonan un punitivismo que conviene medir, porque las víctimas de este tipo de discursos siempre acaban siendo las más débiles. Sobre el papel, que Sarkozy esté en su casa mientras se agota el recorrido judicial de su caso -fue condenado en primera instancia a cinco años de prisión por recibir dinero de la Libia de Muamar Gadafi para su campaña-, no es una mala noticia. Habla de un sistema garantista que deja la cárcel como último recurso, y solo una vez acabado el proceso judicial. El problema con Sarkozy es el privilegio y la desigualdad que el caso rezuma en un país en el que permanecen privadas de libertad cerca de 80.000 personas, cuando hay plazas para unas 60.000. Según el Consejo de Europa, en 2023 era el tercer Estado europeo con la peor tasa de hacinamiento, por detrás de Chipre y Rumanía. También está por encima de la media europea -ya alta de por sí- en el uso de la prisión preventiva: en 2021, la población reclusa a la espera de juicio o de sentencia firme llegaba al 28,5% del total. Con todo lo que ello supone, empezando por la evidencia según la cual es más probable que condenen a alguien que ha esperado el juicio entre rejas que a quien lo ha preparado en libertad. La acelerada puesta en libertad de Sarkozy es un claro reflejo de un sistema desigual, en el que la libertad tiene más que ver con la chequera y las influencias del acusado que con el delito juzgado. Pero la solución no pasa por pedir que el exmandatario se pudra en la cárcel, sino por reivindicar que lo que hoy es una excepción para ricos y privilegiados sea la norma para el conjunto de la sociedad.