20 NOV. 2025 KOLABORAZIOA El arte de permanecer leve Garazi AIZPURUA Profesora de Filosofía {{^data.noClicksRemaining}} Pour lire cet article inscrivez-vous gratuitement ou abonnez-vous Déjà enregistré? Se connecter INSCRIVEZ-VOUS POUR LIRE {{/data.noClicksRemaining}} {{#data.noClicksRemaining}} Vous n'avez plus de clics Souscrire {{/data.noClicksRemaining}} Hay vínculos que no se rompen: se apagan. Como una vela que nadie sopla, pero se extingue igual. Y entre todos esos vínculos, quizá la amistad sea el más silencioso cuando empieza a apagarse. A veces no hay enfado ni ruptura, solo una distancia que empieza por pequeños silencios: mensajes que no se responden, planes que se posponen, conversaciones que se quedan a medias, decir «ya quedaremos» cuando ese día no llega. Es cierto que a la amistad solemos pedirle ligereza. Que no nos exija, que no nos reclame, que no se convierta en otra tarea más que tachar de la agenda. Queremos que esté, pero sin peso; que consuele, pero sin exigir presencia. Le pedimos que entienda todos nuestros olvidos, que sobreviva a todas las ausencias, que no nos pase factura. Y le ofrecemos lo mismo a cambio: yo no te pido, tú no me pides. Así creemos mantener la amistad. Así creemos entendernos. En apariencia, ese pacto de ligereza mutua suena justo, suena equilibrado. Tú no me exiges, yo no te exijo; tú no me reprochas, yo tampoco. Pero en realidad, ese trato es un espejismo de igualdad: porque ambos dejamos de cuidar, y lo que se mantiene en pie no es la libertad, sino la desatención recíproca. Y en la desatención mutua, lo que muere no es la exigencia, sino el vínculo. Podríamos decir que ahí se esconde una falsa simetría: parece equilibrio, pero no lo es. Porque en la simetría real hay correspondencia -dos presencias que se sostienen, que se miran, que se cuidan sin contarse los gestos-. En la falsa, en cambio, lo que se iguala es el descuido: ambos se alejan con la misma suavidad, hasta que ya no queda nadie sosteniendo el hilo. No es igualdad lo que los une, sino una forma compartida de abandono y de olvido. Y en algún momento, sin darnos cuenta, pasa factura. Porque no cuidar también es una forma de olvidar. El olvido, a veces, se instala en la presencia ausente de quien sigue, pero ya no está. No se trata del olvido que nace del conflicto, ni del que produce una despedida. Es ese olvido tibio, casi imperceptible, que ocurre cuando alguien se va sin irse del todo; cuando sigue estando en teoría, pero ya no habita realmente tu vida ni tú la suya. Y cuando intentamos reanimar esos vínculos, a veces ya no respiran. Quizá la amistad sana habita justo entre la ligereza y la responsabilidad, entre la libertad y el cuidado. No es un vínculo que deba pesarte, pero tampoco uno que deba olvidarse. El equilibrio no está en convertirla en deber, sino en conservar un tipo de presencia suave: una atención sin exigencia. Porque cuidar no debería asfixiar, pero tampoco desaparecer. Cuidar, al fin y al cabo, es una forma de permanecer. Y permanecer, cuando se hace desde la levedad, también es una forma de amor. Quizá la amistad sana habita justo entre la ligereza y la responsabilidad, entre la libertad y el cuidado